AMOR COMO EL NUESTRO

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Capitulo 11.

Una de las primeras decisiones que Terry tomó al terminar con Candy fue cambiar de vivienda. No iba a soportar vivir en un lugar con tantos recuerdos, iba terminar volviéndose loco. Le dolía llegar cada noche al departamento, donde las sábanas todavía olían a Candy, donde el viento aún le llevaba el olor de su cabello y el silencio su voz y sus risas. Cada uno de sus recuerdos cortaba más y más su corazón. Mudarseo no había servido de mucho, los recuerdos iban con él a todas partes como una segunda piel, el dolor era tan hondo que lo quemaba por dentro. Los primeros días en su duelo los ocupo con mujeres, teniendo sexo y mucho trabajo; hasta que un día se levantó y consiguió respirar sin la ausencia de Candy, y supo que podría seguir viviendo. Tres meses después, dejó ese departamento en el que vivía un infierno. Seis meses después durante la noche mientras dormía, sintió una angustia, Una profunda tristeza que lo torturaba sin clemencia. Sintió unas inmensas ganas de llorar. Sentía que había perdido a alguien muy amado e importante para él.

Los pasos y las calorías consumidas, el sudor corría por su cara, cuello y espalda, llevaba la respiración agitada. Aumentó la adrenalina y empezó a correr, se obligó a exigirse más. El ejercicio siempre le funcionaba, lo centraba.

Candy lloró la muerte de su hija. Lloro como nunca creyó que se podría llorar, lloró por lo que no pudo ser, lloró por Terry, que nunca se enteraría de que por pocos días había sido padre, lloró por el futuro que escapó de entre sus manos. Qué había hecho mal para qué la vida le quitara la felicidad. Vivía inmersa en una pesadilla, a punto de desmoronarse. No fue fácil para Albert, le partía el alma verla tan triste, sé sentía impotente, sin saber que hacer por Candy. La conciencia de todo lo ocurrido hicieron en Candy una profunda tristeza. Luego un miedo la asaltó, el temor a que fuera a llegar otra desdicha. La muerte de su hija destruyó a la chica segura y fuerte que había sido. Estaba muerta, pero a diferencia de los muertos ella le tenía miedo a los vivos. El sueño era poco. Le daba miedo dormir y que las imágenes de su bebé y de Terry aparecieran y cuando los tenía a un centímetro. Soñaba que desaparecían sin poder alcanzarlos.

Pensó en volver a Chicago, porque Nueva York no era una opción: deseaba alejarse de todo y de todos los que le recordara lo ocurrido. ¿Y si le decía a Albert que la llevara con él en su siguiente viaje ? Podría irse al Oriente, decían que los que viajaban allí era para superar el dolor. Si tuviera la potestad de dejar los pensamientos en casa, de irse sin ellos, qué sencilla sería la vida.

Sé fue con Albert. No supo por cuánto tiempo, quizás para siempre. Necesitaba alejarse, fortalecerse. Crecer muy alto.

Para ello había que guardar en el baúl el pasado, y formar a toda prisa un presente y proyectar un futuro esplendoroso. Tenía que actuar con apremio; tenía que empezar ya. Ni una lágrima más, ni un lamento. Ni una mirada condescendiente hacia atrás. Todo debía ser presente, todo hoy. Para ello una nueva personalidad. Una mujer firme, solvente, vivida. Debería esforzarse para que la ignorancia fuera confundida con altanería, y la incertidumbre con dulce desidia. Que sus miedos ni siquiera se sospecharían, escondidos en el paso firme de un par de altos tacones y una apariencia de determinación bien resuelta. Que nadie intuyera el esfuerzo inmenso que a diario aún tenía el recuerdo de su hija fallecida, Tuvo que alejarse para superar poco a poco la tristeza en que la falta de Terry la tenía. Uno de sus primeros movimientos fue a iniciar un cambio de estilo. La incertidumbre de los últimos tiempos, la muerte de su hija, la inexistente presencia de Terry, el encuentro y saberlo con Susana. La convalecencia que pareció habían menguado su cuerpo más delgado. Pero las carreras y el trabajo sin descanso se reflejó en sus caderas grandes y firmes, algo mas del volumen del pecho, parte de los muslos y cualquier tipo de adiposidad que algún día hubiera existido en el contorno de la cintura, que no tardó por recuperar. Candy se empezó a sentir segura en la nueva mujer que ahora era: un paso más hacia adelante. En la forma de vestir de diseñador era otro cambio necesario. Sería más estricta que otras, más insinuante sin llegar al indecoro ni la procacidad. Los tonos más vistosos, las telas más finas y de las mejores marcas. Ante el espejo, era una mujer fina y con la elegancia de una dama. Las manos cuidadas y los dedos recién pasados por la manicura sosteniendo una revista de moda francesa, y peinados a la altura. Por último un enlucimiento de rostro. Para eso una profesional se encargó de la imagen de su rostro, le depiló las cejas. Poco maquillaje tras haber pasado con la cara palida: ahora usaba lápices para perfilar los labios, carmín para rellenarlos, pocos colores para los párpados, rubor de sol para las mejillas, y delineador negro en los párpados, máscara para las pestañas. Y siempre un rostro de una mujer dura, como se necesita dado el cargo que ahora tenía. No quiso que nadie le cortara lacabellera rubia que siempre llevo, ahora en risos gruesos que le llegaban a media espalda y caía con elegancia. El resultado era una mujer más sensual, más fuerte y más segura de si misma.

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