"En los mares"

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3.- En los mares: El misterio del espíritu defensor de los arrecifes secretos.

Dos días después, el mar era claro, azul, precioso como el cielo. La espuma de mar era como las nubes esponjosas, y esta se hacía más hermosa cuando chocaba contra las rocas cerca de los acantilados. Sin embargo, unos kilómetros mar adentro, el barco petrolero chocaría contra unos arrecifes, rompiendo con la calma y destruyendo el bello paisaje, junto con cientos de especies marinas, terrestres y aéreas: un verdadero desastre ecológico.

Castiel lo sabía. Desviar una nave de esas características requería de un poder que él no tenía, pero sabía que ahí existía un arrecife no manifestado en las cartas de navegación. Hacerlos entender de esto último, requería de mucho tiempo y quizás, ni eso podría hacerlos cambiar de curso. Sí, hombres necios, y solo había una posibilidad de convencimiento: sabotaje.

Entrando en la sala de máquinas del gigante depósito de petróleo, metió mano, literalmente hablando, a las turbinas para que se mantuvieran constantes. Quitó el mando del control de timoneo de la cabina de mando y solo dejó el de la máquina principal. Mantuvo su fuerza y desvió el curso de la nave fuera del área del arrecife.

—Castiel, ven —escuchó en su mente.

Los oficiales gritaban coléricos a los maquinistas desde los comunicadores. Querían el control de su timón y de alguna forma lo tendrían como fuera. Castiel agarraba con todas sus fuerzas el mando hacia una dirección mientras que los maquinistas, en grupo, la tiraban hacia otro. Con peligro de romperse. Esperaba que resistiera lo suficiente para pasar el tramo sin daños posibles.

—¿Vendrás o no, Cas?, te necesitamos aquí.

Por un momento, soltó un poco el mando y el curso de la nave varió un unos peligrosos centímetros. Volvió con toda su fuerza a tenerlo donde quería, frente a los atónitos maquinistas, que veían como eran arrastrados por una fuerza sobrenatural, a la posición anterior.

—Cas, trae tu maldito trasero emplumado de una vez.

Miró asustado para todos lados, empequeñeció los ojos. ¿Por qué "maldito trasero"?, su trasero no estaba maldito. Tendría que preguntárselo a Dean cuando lo viera en unos minutos más, porque faltaba para que la nave cruzara el arrecife en su totalidad.

—¡Cas!

"Ya voy" —pensó con sus alas aleteando por la impaciencia. Los marinos sintieron la brisa en un lugar completamente cerrado y cedieron su fuerza, asombrados y asustados por los fenómenos que estaban presenciando.

Con el control total de la nave, el barco cruzó por el buen camino sin accidentes. Dejó libre la sala de máquinas y en un aleteo desapareció.

Recordó que tenía un pendiente, así que con otro aleteo, llegó a la cabina de los oficiales y colocó en la carta de navegación el arrecife. Otra vez desapareció.

Cuando volvieron el barco al curso anterior, los oficiales vieron la carta de navegación y no pudieron explicar el fenómeno. Tampoco los maquinistas, quienes hablaron sobre un espíritu. Como sea que fuere, ese espíritu del mar los había salvado de una tragedia.

Los agradecimientos fueron escuchados por Castiel a unos miles de kilómetros hacia el norte, en un lejano pueblo. Viajaba en el asiento trasero del Impala, siendo regañado igual que niño chiquito por el conductor, por algo que no supo de qué, por estar pensando en el barco y en el arrecife.

Las Actividades Extracurriculares de CastielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora