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Voy saliendo del hospital tras haber cumplido con los papeles que se requería cuando noto que olvidé las llaves de la camioneta en el consultorio.

Entre quejas no tengo más remedio que regresar con prisa a mi espacio de trabajo, en el trayecto me topo con Jeremy conversando y lanzando ordenes a los profesionales que tiene bajo su mando, desvía su mirada para saludarme con su mano y un guiño de ojo, lo saludo con cordialidad alzando mi mano y sigo de largo con prisa, mi estómago ruge y mi cuerpo pide a gritos descansar después de un día tan pesado en cuanto a emociones. Una vez que encuentro el juego de llaves, me dirigo a una de las máquinas dispensadoras y tomo un snack para tener durante el camino y finalmente emprendo mi salida definitiva.

No puedo evitar extrañarme cuando me percato de las hojas de papel que se encuentran dobladas en el parabrisa de la camioneta. Me tomo el tiempo de quitarlas, desdoblarlas e intentar leer lo que dice el folleto pero antes de lograr hacerlo comprendo del grabe error que cometí. 

Siento como alguien tapa mi boca con su mano y toma las mías llevándolas detrás de mi espalda impidiéndome luchar, gritar y pedir ayuda.

Hago los sonidos tan fuertes como mi garganta me lo permite mientras que mis ojos se nublan, este es mi fin.

Me siento devastada cuando lucho con toda mis fuerzas y con los arranques de adrenalina que invade mi sistema en estos momentos no son suficientes para impedir que me suban a una de las tantas camionetas negras que divisé transitar repetidas veces por la calle de la cafetería.

Intento golpear a mi atacante con mi cabeza, con mis pies, hago el intento de morder su mano pero el pañuelo con el que me sostiene me lo impide.

No comprendo como la calidad de seguridad que mi hospital tiene en su momento de más necesidad se esfumó pero sé que no puedo contar con ello cuando noto a los guardias de seguridad amordazados y maniatados en la caseta de seguridad.

Sin duda este golpe fue muy bien dado y planificado con anterioridad pero ¿por qué? ¿Qué buscan de mí?

Dejo de luchar al mismo momento en que siento el impacto duro de algo contra mi cabeza dejándome inconsciente casi al instante.


Iván


—Gianna no te perdonará nunca que le hayas hecho esto—Ovidio asegura detrás de mí algo que considero como una obviedad por lo que no me inmuta en verlo, sigo detallando que cuiden de mi Ángel como ella se lo merece en lo que la dejan en el cuarto que Alfredo ordenó preparar en lo que mi alta se generaba.—Y eso que no conozco a la plebe como ustedes lo hacen.

—Porque la conozco es que hago esto—Es lo único que me molesto en responder en lo que niega por décima vez la ayuda que quieren darme para caminar hasta la mesa en el exterior donde ya está servida la merienda, entre quejas obligo a que todos se aparten de mí, ya es mucha mi humillación al tener que usar un pinche bastón después de que al intentar ponerme de pie transcurrido tanto tiempo sin hacerlo y que mis piernas casi no quisieran reaccionar.

Mi madre me mira sentada en el lado derecha de la cabeza de la mesa, puedo notar que en sus ojos hay un brillo que noté solo cuando conoció a sus nietos, los cuales están sentados a sus lados, Ovidio -su padre- se sienta cuidando del pequeño bebé de apenas un año y Aracelly, la pequeña traviesa de ocho años saca provecho de no tener el control de su madre sobre ella alimentándose de todo lo que no debe.

Lonely | Iván Archivaldo Guzmán |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora