Capítulo 19: Hora de cenar

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Solo tuvieron que pasar algunos minutos para que Alastor pudiera estar de regreso en aquella casa que para cualquier persona estaría totalmente vacía; sin nadie más que él como su único habitante

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Solo tuvieron que pasar algunos minutos para que Alastor pudiera estar de regreso en aquella casa que para cualquier persona estaría totalmente vacía; sin nadie más que él como su único habitante. Pero el castaño lo sabía mejor que nadie. No estaba solo, sino rodeado de muchos extraños y silenciosos habitantes que les gustaba permanecer escondidos en los más recónditos y tenebrosos lugares de la residencia. Las únicas veces que salían era cuando su amo los necesitaba, o querían complacerlo.

Alastor acomodó su saco sobre el perchero que ya lo estaba esperando en la entrada del recibidor. Se aflojó el corbatín ceñido alrededor de su cuello, sintiendo un estremecimiento de alivio; pues traerlo todo el día a veces podía llegar a ser algo agotador. Subió las escaleras, directo hacia su habitación. Sacó un baúl algo viejo y desgastado de debajo de la cama, y luego volvió al primer piso.

Se dejó caer en el sillón de cuero curtido, posicionado a mitad de la sala junto con una mesita de noche a un lado, y una gran alfombra gris a base de lana que cubría la mayor parte de la estancia.

Extendió la mano hacia su sombra espigada junto a él, como si le estuviera pidiendo algo. Y la aludida—que también parecía poder comprender sus pensamientos— inmediatamente le entregó la misma llave que habían encontrado en casa de Naikare. El castaño insertó el objeto de metal en la cerradura del candado, abriéndolo al instante. Cuando vio el interior del baúl y lo que éste contenía, su rostro adoptó una expresión de maliciosa alegría.

"Justo como lo dejé—habló la voz al interior de su cabeza—. Bueno; más o menos. De cualquier forma ahora que recuperé la llave, no tengo por qué preocuparme más. Mi secreto está bien guardado". Y volvió a cerrar el baúl. Desde la ventana entraba la triste luz de la luna que se había vestido de un enigmático color rojizo, convirtiendo el suelo a un semejante y grande charco de sangre que le llegaba hasta los tobillos. O al menos así le parecía a Alastor. 

La pared, los muebles, todo cubierto de la hermosa sangre. Una de las mejores vistas que podía pedir, y justo como a él le gustaba. Bueno, casi todo, porque justo hasta el fondo de la habitación, en un rincón; está el cuerpo partido por la mitad de una niña. Y si se esfuerza un poco más, puede alcanzar a ver costillas destrozadas, jugos gástricos mezclados con sangre y uno que otro intestino regado sobre la alfombra. Las brutales marcas de ruedas indican fue arrollada por un tren, y ya está cansado de ver eso. Pudo librarse del fantasma de su padre en le pasado, pero no de esos delirios constantes que lo perseguían como una cruel maldición. Los delirios de la única muerte que hacía le doliera el corazón.

De pronto, el oscuro amigo a su lado robó la atención susurrándole algo al oído.

—¡Ah! Es cierto. Tienes toda la razón, mi estimado. Cómo pude haberme olvidado de nuestro invitado especial. No estamos siendo muy hospitalarios con él si le dejamos de lado de esta forma, ¿verdad? Debería ir a ver si está cómodo. Pero antes...

Alastor giró su cuerpo hacia la mesita de noche, tomando la radio que yacía sobre ella, y la encendió. Al instante se escuchó la voz melodiosa de una mujer cantando, con la compañía de un piano, cuyas teclas creaban una balada sentimental. Y a pesar de que el sonido iba algo oculto entre un poco de estática, se podía disfrutar sin problema. Subió el volumen al máximo. No quería que algún curioso que estuviera husmeando frente a su casa escuchara accidentalmente un grito.

Luego volvió a erguir la postura, enderezando los hombros y recuperando por una fracción de segundo ese brillo rojizo de asesino en sus pupilas dilatadas.

Ésta vez no escogió las escaleras, sino la puerta hasta el fondo del pasillo junto a ellas. Abrió la delgada hoja de madera que se interponía en su camino, aún con el baúl en sus manos; bajando uno a uno los crujientes peldaños que lo conducirían hasta el helado sótano.

Dejó el baúl sobre una mesa, mientras encendía algunas velas. Y a la luz mortecina que emitían, dejaron al descubierto una segunda figura humana. Era un hombre, atado a una silla. Le faltaban las manos, y lo único en su lugar eran venas, tendones, y el color blancuzco de los huesos salientes de sus antebrazos. Había bastante sangre seca esparcida por todos lados, desde el suelo donde pisaba; hasta la ropa sucia que traía puesta. Su pecho subía y bajaba con dificultad, pues intentaba retener el alma dentro de su magullado cuerpo.

Entonces Vox levanta la cabeza, encontrándose con la sonrisa de oreja a oreja de Alastor.

—Por fin vuelves, ya me estaba aburriendo de estar tan sólo aquí a bajo—dijo con la voz algo ronca, y en tono sarcástico.

Alastor se puso a reír.

—¿Tanto me extrañaste? ¡Oh! Vaya, no pensé que te gustara sufrir tanto—añadió—. Pues bien, déjame decirte que hoy por fin...serás libre...

—Por lo menos dime—y Vox trató de recuperar aliento—, mi hijo está...

—¿Muerto? —lo interrumpió a secas—. No lo sé, y la verdad no me interesa. Pero puedo asegurarte que ya no tendrás que preocuparte más por eso, mi odiado amigo—añadió entre pequeñas risas.

—Siempre te ha gustado reír ¿no? Supongo un rasgo de familia—respondió como si conociera al castaño de toda la vida, y como si supiera más cosas de las que su captor creía.

Alastor arrugó un poco las cejas, casi haciendo una mueca. Ni frente a su verdugo, Vox dejaba de irritarlo horriblemente.

—Ya son más de los ocho—habló Alastor sacando el reloj de su bolsillo, ignorando las últimas palabras de Vox—. ¿Qué dices si me acompañas a cenar? Prepararé filete miñón en salsa de vino tinto. Y estoy seguro de que algunas patatas serán el complemento ideal—finalizó meditabundo.

Alastor se volvió hacia la mesa donde descansaban las velas. Desdobló sutilmente un pañuelo en el que guardaba varios cuchillos para cortar carne, y desollar. Uno en especial le perteneció a su difunta madre; y era al que atesoraba más. Sí. Se lo debía, y estaba más que agradecido. De no haber sido por ella, y lo que hizo ese día en el que ambos estaban muriendo de hambre; entonces jamás hubiera podido conocer los deliciosos e irresistibles sabores de la carne humana.  

Corazón Inmortal (AlastorxOc)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora