Sábado 7 de septiembre de 1899:
Hace veinte minutos que el sol a penas comenzó a salir, y yo ya me encontraba despierto. Casi no pude dormir en toda la noche porque Naikare me obligó a despertarme a media noche, y ella no quería cerrar los ojos. Intenté cantarle una canción de cuna, meserla entre mis brazos y un sinfín de cosas más para que durmiera. Pero parecía que solo se divertía con mi sufrimiento al verme pasear desesperadamente de un lado a otro en la pequeña habitación, o incluso cuando me dejaba caer sobre el duro colchón pensando que por fin estaba dormida y después volvía a levantarme al notar sus ojitos burlones bien abiertos, mirándome en completo silencio. Cuidar a un bebé no es asunto sencillo.
Después de envolverme en mi abrigo de piel, ajustarme bien ni gorra y un merecido desayuno, salí en busca del lugar donde vive mi hermana y su familia, siguiendo la única dirección que me envió en una carta.
Cabe mencionar que cuando llegué a Nueva Orleans, no había prestado atención a los habitantes que se pasean por éstas calles concurridas, ni las casas de tejados tan coloridos, con chimeneas decorando sus tejados, y una que otra iglesia de fieles creyentes que termina de completar el cuadro. Pasé frente a una escuela, y recordé que mi madre fue quien siempre se encargó de enseñarme en casa. Me aseguraré de que cuando Naikare crezca un poco más, vaya a una de esas. Tendrá muchos amigos también y podrá aprender mucho.
Llegué a una calle que daba a una colina después de cruzar algunos callejones. Todos me parecían iguales, y casi me perdí en repetidas ocasiones. Un pequeño jardín fue el que me recibió al final de mi camino, y luego toqué la puerta a la que pertenecía.
La hoja de madera se abrió bruscamente, dejando ver a un hombre robusto y de aspecto incluso más descuidado que el mío. Tenía la camisa desordenada, con algunas manchas de grasa, y movía su bigote tratando de borrar salsa de el. En definitiva, no era el hombre que yo recordaba haberse casado junto a la hija mayor de los Lemaire.
—¿En qué puedo ayudarlo? —me preguntó un poco sorprendido y con molestia en su voz al ver que lo observaba sin decir nada, y con una bebé sobre mis brazos.
—Disculpe, estoy buscando a Viviane Lemaire. ¿Ésta es su casa? Si es así, dígale que soy su hermano. Necesito verla.
El hombre me miró por unos segundos, se rascó la barbilla tratando de recordar mi rostro, y luego se volvió hacia el pasillo tras él. Comenzó a gritar el nombre de mi hermana por toda la casa, hasta que la mencionada no tardó en aparecer; sacudiendo su delantal lleno de harina y secando gotas de sudor que surcaban su frente.
—¿Christopher? —inquirió sorprendida en cuanto me vio parado en la puerta, tan quieto como las plantas del jardín— ¿Qué haces aquí? No sabía que vendrías. De haber enviado una carta sobre tu visita, te habría ido a recibir al puerto.
—Yo tampoco lo sabía, jaja—respondí sonriendo—. Fue algo imprevisto. No tengo mucho dinero, por eso te pido me dejes quedarme aquí. Te prometo que será temporal.
—Hermano...sé que somos familia, y negarte un lugar aquí sería inhumano, pero también tengo bocas que alimentar...la casa no es muy grande, y la única habitación que tengo para ti es el ático. ¿Estarás bien con eso?
—Por supuesto—agradecí feliz, tomandola de una mano—Naikare y yo no te daremos problemas, lo prometo.
Viviane sonrió de lado.
—¿Así se llama? —y se acercó un poco para poder observar mejor a mi hija, quedando sorprendida por la belleza de la que ya era dueña a tan temprana edad.
Creo que podemos adaptarnos al ático. Tuve que mover algunas cajas llenas de ropa desgastada por las polillas, y limpiar el polvo y la ventana en forma de luna empañada de moho que daba hacia las calles. También descubrí que Viviane tiene una hija, igual de pequeña. Si no mal recuerdo, su nombre es Elizabeth. Lo que más me llamó la atención al verla en su cuna, fue ese lunar en forma de estrella en su cuello. Pero por lo menos Naikare podrá tener una compañera de juegos. Y a mí, sobre todo a mí.
Lunes 4 de marzo de 1907:
Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que escribí en mi diario. Supongo estuve demasiado ocupado tratando de ayudar en esta casa, contribuyendo con algunas monedas que he podido ganar en diferentes trabajos, y viendo cómo mi pequeña mariposita crece cada vez más.
Trato de no llegar demasiado tarde a casa una vez que el sol se ha ocultado, pues al parecer, y lo que me han contado algunos habitantes de por aquí y el periódico, están ocurriendo horribles asesinatos. Nadie sabe alguna cosa sobre el homicida, excepto que prefiere atacar a las mujeres. Y si bien casi no hay hombres entre la lista de los que ya les ha arrebatado la vida, prefiero no arriesgarme.
El mes pasado, estando cerca del puerto, escuché a un par de hombres hablando sobre haber visto en el pueblo vecino una hermosa mujer de cabellera negra, y piel tan blanca como la nieve. Estaba seguro de que era ella. La reconocería incluso con los ojos vendados, porque no es tan fácil olvidar a una mujer así. Nada fácil. Así que corrí a casa como un loco a buscar a Naikare, pensando lo peor.
Sentí el mayor de los alivios cuando subí el sótano y la vi junto a la ventana, cuidando el brote de una flor de pétalos azules que ya comenzaba a abrir. Creo que heredó el mismo gusto e interés por las plantas al igual que yo. No dejo que salga mucho por temor a que esa mujer pueda reconocerla, o alguno de sus sirvientes. Pero a veces no puedo contenerla aquí dentro. Es una niña curiosa y sabe cómo conseguir lo que quiere (la consiento demaciado). He estado pensando que lo mejor sería mudarnos a Nueva York. Creo que he ahorrado lo suficiente, y un pequeño departamento para los dos no sería problema.
Hoy le regalé un vestidito azul, muy simple, y una cinta blanca que até a su cabello. No parecían gustarle mucho esas cosas, pero aún así me agradeció con un dulce beso en la mejilla. Últimamente habla mucho sobre un nuevo amigo suyo, y al que decidió referirse por el nombre de "príncipe". Porque según ella se parece mucho a esos hombres tan apuestos y valerosos que aparecen en los cuentos que tanto le gustan leer.
No sé si estoy celoso del hecho de que ya no tengo toda la atención de mi hija, o es otra razón la que me inquieta tanto. Ahora tengo que salir a trabajar, pero volveré. Dejaré aquí mi diario, al cuidado de Naikare; quien ahora duerme junto a mí. Cuando regrese le prepararé un rico postre. Y la seguiré cuidando y protegiendo incluso después de muerto, aunque eso signifique que yo también tenga que recurrir a la maldad que acecha y juega con éste mundo.
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Corazón Inmortal (AlastorxOc)
RomanceNaikare siempre se ha preguntado por qué es la única shinigami que puede sangrar. La mayoría de su cuerpo está cubierto de cicatrices que no sabe cómo ni por qué llegaron ahí. Siente que se ha olvidado de alguien sumamente importante para ella, pero...