RELATO III: Santiago Torrealba

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ADVERTENCIA: si no has leído la segunda parte de Uke Acosador (Secretos de Familia), por favor, abstente de leer este one-shot dedicado a Santiago. Podrías hacerte spoirle y no te va a gustar (o no lo vas a entender)

Dedicado a todas esas personas que me pidieron un apartado para los controversiales sentimientos de Santiago.

Necesidades Especiales

Santiago pensaba en la felicidad como algo alcanzable hasta que descubrió que en realidad la felicidad podría ser algo subjetivo o inaccesible. Quizás la felicidad no era más que un momento remoto e irrepetible, algo que dejaba apenas un rastro dulce en la boca para luego esfumarse como si nunca antes hubiese existido.

¿No era acaso eso más cruel que conocer la felicidad en si misma? ¿No era peor haberla conocido para luego perderla para siempre? Santiago no sabía precisar su respuesta, pero durante mucho tiempo lo único que conoció fue la desdicha. Se convirtió en una vieja amiga, alguien que se sentaba a su lado y lo hacia sentir miserable porque su hermosa familia se desmoronó como un castillo de naipes ante la tempestad del viento, dejando a su hermano menor internado en una clínica mental.

Postrado en esa cama blanda e inocua, Leandro dormitaba con sentimientos tormentosos que salían a pasear para asediarlo mientras Santiago lo acompañaba.

Santiago se limitó a estar allí, conociendo con su hermano la desesperanza, viviendo grandes ciclos de amargura y pena. Miedo y pérdida. Pensó que si el infierno existía, debía ser algo muy parecido a esa habitación, con un hermano medio muerto y la felicidad despezada en el piso como las copas de vidrios al ser destruidas.

Imaginó que la felicidad llegaría de nuevo luego de que Leandro se recuperara, pero descubrió que incluso con Leandro fuera de la clínica mental, seguía sintiéndose miserable, como a un hombre que le roban la luz del sol para dejarlo a oscuras. No dijo nada y siguió caminando a trompicones, esperando en vano un milagro que pusiera fin a su agonía.

No la hubo, por supuesto. Las personas pecadoras como él cuyas almas cargaban secretos tan letales y oscuros, no eran capaces de encontrar paz. Ni siquiera consigo mismas. Y Santiago figuraba muy bien en esa lista negra de personas cuya maldad traspasaba todo límite. Lo sabía muy bien, y aun así tenía el descaro de pedir un poco de oxigeno en medio de toda su mierda.

Un año después de que su hermano saliera de la clínica mental y decidiera poner en marcha su vida, tomando incluso la decisión de mudarse al pequeño apartamento que rentaba en la ciudad, Santiago descendió en la escala de buenas acciones, tildándose esa como la segunda peor acción que pudo cometer en nombre de sus tachables sentimientos.

Empezó así: una noche en específico, mientras cursaba el quinto semestre de su carrera en medicina, cometió el error de llevar a Leandro a una fiesta de universitarios. Había pensado que Leandro al estar todo un año internado en la clínica mental, se sentiría un poco reacio a relacionarse con otras personas. Sucedió lo contrario.

Santiago lo vio reír con desconocidos. Lo vio hablar sobre temas triviales. Lo vio coquetear con chicas de su misma edad. Y viéndolo así, tan libre y alegre con los demás causó que algo en su interior se retorciera, en parte por alivio, en parte por molestia. Alivio porque Leandro estaba bien, fuera de esos muros de pintura blanca que lo atormentaban. Sin embargo, le producía desazón que no compartiera esa normalidad con él. La risa que brotaba de sus labios no era a causa de él, ni el brillo que relucía en sus ojos.

Sabía que no era justo pensar así, que debía aprender a compartir el cariño de su hermano con los demás. Pero resultaba difícil aceptarlo, la cosa en su estomago seguía retorciéndose en amargura y Santiago no podía controlarlo.

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