INTRUSO

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Capitulo 3: la bella rebelde.

Acostado sobre la cama, Aarón repasaba sus apuntes de inglés. Tenían parciales y debía estudiar para mantener sus calificaciones. Él sí era estudioso, no como su hermano que se la pasaba en la casa del profe Leandro sin tomar un cuaderno siquiera. No es como si Leandro lo mantuviera cautivo o algo así, el profesor se preocupaba por Adrián e intentaba llevarlo por el camino del bien, pero es que no se podía. Adrián adoraba ser un vago. En cambio Aarón estudiaba todos los días y su promedio era alto.

La cama era cómoda. Los apuntes estaban escritos con letra legible. El aire era agradable. Y sin embargo no podía concentrarse.

Llevaba ya media hora en la misma página y no había terminado ni de leer la primera línea. La razón de tanta inquietud se debía a que su mente se encontraba entretenida en otra cosa. Pensaba en un animal de dos patas llamado Luis Torrealba, un hombre soberbio y pervertido. Aarón pensaba en él y en sus hijos y en la semana que ya estaba terminando y por tanto, estaba terminando el tiempo que Luis debía pasar con sus hijos. Pronto él se reuniría con su esposa y tendrían una charla sobre cómo había ido la semana.

Pensar en eso fue como echar acido sobre sus tripas.

Cuando se dio cuenta de lo que pensaba, sacudió su cabeza como perro mojado, como queriendo ahuyentar el nombre de Luis de su vida. Odiaba cuando su mente vagaba en otro rumbo que no le gustaba, cuando de repente su vida parecía girar en torno a la presencia de ese malnacido. Suspiró frustrado y miró con indecisión la puerta de su cuarto.

¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que lo había visto?

Sabía que ese sujeto visitaba al profesor Leandro de vez en cuando. Suponía que más que hacerlo por costumbre, lo hacia para asegurarse de que su hermano menor seguía allí. A veces, cuando oía sus pasos repicar en el pasillo, Aarón pegaba la oreja en la pared de al lado tan sólo para ver si podía escuchar retazos de conversación, o por lo menos retazos de su voz. Luis tenía una voz bonita, y nunca se le ocurría una excusa creíble para visitar al profesor Leandro y por ende para ir a verlo.

No es como si quisiera verlo realmente. Sólo quería ver si seguía siendo el mismo Luis bastardo de siempre.

Se levantó de la cama y pensó que, quizás, ese idiota se encontraba en casa de Leandro. Tal vez estaba con los niños o quizás había traído una nueva mascota, quien sabe... ¿Y si iba a ver? Pero con qué excusa haría algo así...

No menos indigno pero al menos pasable era decir que iba a ir a buscar a su hermano, así podría ver si Luis bastardo se encontraba allí.

Y así lo hizo.

Tocó la puerta del apartamento, sin embargo, pasado unos minutos, nadie le abrió. Volvió a tocar y corrió con la misma suerte. Con la curiosidad a flor de piel decidió entrar sin que nadie le diese permiso, aunque le decepcionó mucho ver la sala tan desolada, tan ausente de vida. Al parecer no había nadie en casa...

Molesto e indignado consigo mismo por hacer semejante cosa, se dispuso a retirarse a sus aposentos. Entonces, escuchó algo. Algo como gemidos.

Se sonrojó de sólo imaginarse el motivo de aquellos gemidos. Con la cara colorada y muy silencioso, Aarón se dirigió al lugar de donde provenían los sonidos. Esa era la voz de su hermano. La voz de su hermano cuando estaba... excitado...

Le picó la curiosidad por saber qué tanto hacia su hermano con el profesor Leandro. Bueno, él sabía qué cosas hacían, pero una cosa era saberlo y otra muy distinto era verlo en vivo y directo. Aarón nervioso y muerto de vergüenza se atrevió a mirar por el resquicio de la puerta de la habitación en donde se encontraban, espiando tímidamente aquel acto tachado de prohibido por la sociedad.

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