INTRUSO

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Capitulo 2: El Señor Copito.

Copito era, en palabras simples, el peluche que papá le había regalado. Era un conejo de felpa blanco y esponjoso, suave como el algodón. Tenía siete años para entonces, y un hermano gemelo que lloraba de vez en cuando. Supuso, en el momento en que abandonó su casa materna para irse a vivir con su padre, que el peluche era algo así como un regalo de conciliación, algo para que no se sintiera solo cuando le hiciese falta Adrián. Aarón, a su corta edad, comprendía que cuando dos personas se separan y tienen hijos cada uno se queda con uno, y a él le tocó quedarse con papá mientras Adrián se quedaba con mamá.

No le molestaba. Papá era bueno con él, lo quería aunque Ricardo fuese muy serio. Uno podría pensar que con su actitud hosca y su manía de fumarse un cigarrillo cuando estaba irritado era una persona brava. Pero no. Era fachada. Ricardo era bueno, lo quería un montón así como también quería a Adrián. Así como también quería a mamá...

El punto era que Ricardo le dio el conejo. Papá compró a Copito y se lo entregó. Papá era bueno y entendía que incluso un niño como él añoraría la presencia de su hermano, con quien había estado siempre. No se equivocó. Durante las noches más frías echó en falta la presencia de su hermano y muchas veces lloró abrazando al peluche.

Copito fue su paño de lágrimas.

—¿Cómo se llama tu conejito? —preguntó curioso su hermano la primera vez que vio al peluche.

—Su nombre es Copito.

—¿Copito?

El gemelo mayor asintió abrazando al conejo blanco de peluche. Ambos niños se encontraban sentados en la acera de la casa, lejos de la mirada de los adultos, aunque de todas formas no había ningún adulto para mirarlos. Adrián se puso en pie, su ropa era idéntica a la de su hermano, lo único diferente era el color de las prendas.

—Ven, vamos a la casa de Leandro.

—¿Leandro?

—Sí, ya te hablé de él, es mi superhéroe. —respondió orgulloso y con una gran sonrisa.

—Ah, es verdad. ¿Y tiene capa y poderes? —preguntó curioso mientras juntos, tomados de las manitas, se adentraban al patio de la casa de Leandro.

—Quédate aquí, ¡Voy a buscarlo! —dijo entusiasmado al momento de correr e ir en busca de su persona preciada

El pequeño Aarón sólo observó de lejos la silueta de su gemelo perderse. Miró a su alrededor. Esta no era su casa, su casa estaba muy lejos, sería muy inapropiado tomarse libertades allí, aunque el columpio lo tentó, y por fuerzas ajenas a él se vio atraído hacia él, y en menos de lo que pensó se encontraba meciéndose.

—¿Qué haces allí solito? —una voz de hombre y de niño le habló.

Aarón se detuvo, levantó la vista y visualizó a un muchacho alto y de ojos claros. Tenía la camisa blanca y unos pantalones holgados. Parecía agradable y amable. Usaba lentes y supo entonces que el muchacho debía de tener la vista atrofiada o algo por el estilo, y en efecto, esto se confirmó poco después.

—¿Te sientes bien? ¿Qué tienes? —preguntó preocupado el mismo muchacho, inclinándose a su altura para verlo mejor a la cara.

Aarón estaba mudo. Intimidado y nervioso se alejó de aquel extraño. Su madre siempre le había dicho que no hablara con extraños y pretendía obedecer.

—¿Ehh, por qué estás asustado? —preguntó otra vez. El muchacho hacía demasiadas preguntas. No le gustó. Aarón retrocedió unos pasos y sin querer soltó el peluche—. Que bonito —dijo con tono divertido, tomando el conejo y dejándolo a la vista.

Historias Extras (ME PERTENECES)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora