Relato II: Somewhere only we know

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Segundo relato: Alan y Mario.

Somewhere only we know

Parte I

Empezó así:

Mario Ponce, -quince años, un metro y cincuenta y cinco centímetros, cabello rubio y liso, labios suaves y rosados, y ojos tan dorados como el sol-, se había quedado casi boquiabierto cuando supo que le gustaba a un chico de diecinueve años. No es que antes no le hubiese gustado a alguien, sino que le era difícil creer que le gustase a un sujeto como aquel... Y vaya que dudaba del verbo "gustar" porque aquel señor, como había decidido decirle, lo miraba con algo parecido a la lujuria, y Mario sabía muy bien como identificar esa emoción en los ojos de las personas porque antes había visto esos ojos muchas veces.

Debería estar acostumbrado, se decía a menudo. Pero le era difícil adaptarse a esa mirada tan intensa, que más que confianza solo le inspiraba terror. De todas formas, con terror o sin él, aquel señor llamado Alan, venía a visitarlo muy a menudo en la escuela.

–Bueno, ya que me has negado una cita, ¿Qué tal si sólo te acompaño hasta la parada de buses? –Le dijo la primera vez que lo encontró a las afuera de la escuela. Mario se quedó de piedra, contemplando la peligrosa sonrisa de Alan–. ¿Qué me dices? Una cosita tan bonita como tú no puede andar así como así en la calle.

Al principio había creído que, en definitiva, se trataba de un acosador. Incluso tuvo pesadillas con él. En su sueño, aquel hombre lo amordazaba y lo secuestraba. Se lo llevaba a un lugar en dónde nadie podría oírlo gritar cuando profanase su cuerpo. Por eso, cada día al verlo, su corazón se agitaba con pavor, le temblaban las manos y se le dificultaba respirar.

No le gustaba estar cerca de ese sujeto. Le daba miedo.

Y no es que ocultase mucho eso, sus tiernos ojos de niño de quince años, -con el dorado temblando en él como si tirasen una piedra al agua-, miraban a Alan con todo el miedo que puede sentir una persona al ver otra que pretende hacerle daño. De alguna u otra forma, esperaba que la expresión de su mirada le hiciese entender a ese señor que lo dejase en paz, que ya no viniese a visitarlo a la escuela, que dejase de acompañarlos a la parada de bus. Su compañía le era tan poco grata que una descripción superflua quedaría hecha añicos. Pero no. Lejos estaba esa mirada de amedrentar a su acosador, parecía más bien empeñado en querer cambiar ese concepto que tenía de él.

Venga, pajarito. Deja de mirarme así, no te haré daño.

Cada día el muchacho se aparecía con algo nuevo; una rosa, un caramelo, un osito, una carta... Mario no era tonto. Sabía que Alan estaba tratando de engatusarlo, de enamorarlo... Era un gesto bonito. Le agradaba eso. Aunque todos esos regalos sólo fuesen para facilitar su camino y llevárselo a la cama.

¿Por qué Alan querría llevarse a un chico como él a la cama?

Mario no lo entendía, ¿Qué placer podría darle él que no le hubiera dado una mujer antes? Porque sí, se notaba que Alan era hétero. Entonces, ¿Por qué tenía que fijarse justo en él, Mario, y por qué Alan no se fijaba en otro hombre? Era tan confuso. Y lo detalles románticos continuaban con tanto ahínco que al final le enterneció el corazón.

No se podía ser tan descorazonado con alguien que trataba, a todas luces, de caer bien...

Eres hermoso. Me tienes completamente fascinado. –le decía el muchacho, guiñándole el ojo y Mario se sonrojaba sin poder evitarlo.

Y no supo con exactitud cómo pasó eso de pensar sin querer, porque en más de una ocasión se encontró pensando el motivo por el cual Alan aún no le había robado un beso. No la tenía tan difícil, después de todo. Él era bajito y le superaba en fuerza, bastaba unos cuantos esfuerzos para conseguir apoderarse de sus labios. ¿Por qué no lo hacía, entonces? Y más alarmante aun, se encontró deseando que lo hiciese; que lo besara con esos besos que sólo los amantes se dan. Y que lo hiciese ya porque Mario era demasiado tímido como para dar el primer paso.

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