16. Encrucijada

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Wen

Un relámpago sonó en lo alto del cielo y todos los trabajadores en el taller giraron la cabeza a la salida viendo la lluvia torrencial que había comenzado a caer. 

—Oh, ¡infierno! ¿Tenía que llover justo ahora que nos tenemos que reunir con Lucas y Chris?

—¿Qué haremos? —preguntó Wael a mi lado cerrando de un golpe el libro en sus manos—. Todavía no has pedido permiso para salir.

Tomé una profunda respiración y bajé la vista para observar el reloj en mi mano. Solo faltaban cinco minutos para el medio día, pero por el clima oscuro parecía que eran las seis de la tarde. 

Wael se inclinó para encender la lámpara de leer en una esquina del mostrador y sonreí de lado al darme cuenta de que se me había ocurrido la excusa perfecta para ir a reunirme con los chicos.

Golpee el hombro de Wael y señalé con mi cabeza la puerta detrás de nosotros. Mi hermano asintió, guardó el recetario de pociones en una de las gavetas del mostrador para seguirme en silencio mientras cruzábamos bajo la lluvia el espacio entre la parte trasera del taller y nuestra casa.

Empujé las rejas y rápidamente subí los escalones de la entrada principal dejando lodo y agua a mi paso hasta llegar a la cocina donde mi abuela revuelve algo de exquisito aroma en una olla sobre la estufa y mi mamá picaba con rapidez vegetales sentada en el comedor.

—Wael y yo iremos al refugio de elfos —avisé en voz alta. Mi madre elevó la vista para observarnos y mi abuela se giró—. Escuchen esta tormenta, tenemos que asegurarnos de que todos allí están bien.

De forma muy oportuna otro relámpago sonó por lo alto dando así a entender mi punto.

Mi madre bajó la vista a su tabla de picar para continuar con lo suyo y dijo—: De acuerdo, pero pónganse capuchas para la lluvia, no quiero que se enfermen.

Wael intentó contener una sonrisa victoriosa cuando voltee a verlo.

Si tan solo pudiera salirme con la mía así de fácil tan seguido.

Los elfos son parte de la jurisdicción del Reino de las Brujas, tal como los Elementales tienen hadas y las Sirenas a su gran bestia marina, el Leviatán.

Por lo tanto es nuestra obligación velar por ellos y sabía que si usaba esa excusa mi madre no se opondría.

Mi familia ha protegido por seis generaciones a un clan de elfos al cual le dimos un espacio en nuestro campo de limones y allí han establecido su refugio, honestamente siento que son ellos los que nos cuidan a nosotros porque a pesar de sus diminutos tamaños son unas de las criaturas más antiguas y por lo tanto conocedoras de mucho de lo que nos rodea. 

Jhilizu tiene como 100 años y no lo parece porque su aspecto jovial no demuestra ese hecho. Él estuvo presente el día de mi nacimiento y también de Wael y en ambas ocasiones sirvió de mucha ayuda para mi abuela quien fue la partera. Nuestro vínculo siempre ha sido cercano y sé que si mi hermano y yo estamos en problemas él es capaz de pelear a dientes y garras con cualquiera sin importar que le quintupliquen el tamaño porque los elfos son así: leales y valientes.

—De acuerdo —dijo mi hermano antes de girarse para ir al garaje en busca de lo que nuestra madre ordenó.

La abuela me observó con desconfianza, pero no dijo nada, solo volteó nuevamente para seguir revolviendo el contenido en la olla.

Wael llegó a los pocos segundos con dos capuchas plásticas amarillas y también nuestras botas para lluvia del mismo color.

—Será rápido —le aseguré a mi madre antes de abandonar la cocina junto a Wael.

033Donde viven las historias. Descúbrelo ahora