23. A mano

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Lucas

—No entiendo cómo es que últimamente me la paso metido en medio de esta finca de limones.

Dejé la pala a un costado y observé a Wael esparcir dentro del agujero en la tierra más de ese polvo brilloso color naranja. Al ponerse de pie yo comencé a cubrir para dejar enterrado lo que pronto sería un plan muy cuestionable.

—Uno más y estamos listos —informó Wael.

Lo seguí de cerca quizás a dos metros de distancia.

—Siento que esto se va a descontrolar, Wael.

—Pues ojalá que sí, porque de lo contrario será muy difícil sacar a Wen del foso —señaló el pedazo de tierra y de forma rápida comencé a cavar.

Una vez que lo último del frasco quedó enterrado Wael sonrió.

—¿Deberíamos salir de aquí? —indagué algo asustado.

—¿Tienes miedo? —Wael volteó a verme y con la poca iluminación que nos brindaba la luz de la luna se veía más aterrador que nunca.

—Sí.

Wael rió y seguido extendió sus manos en dirección a la tierra.

—Retrocede un poco —pidió y sin rechistar lo hice, sosteniendo con fuerza la pala entre mis manos.

Palabras extrañas comenzaron a salir de su boca.

La tierra bajo nuestros pies tembló y la temperatura aumentó. El frío de la madrugada fue reemplazado por calor.

Mucho calor.

Todos los agujeros donde había poción enterrada se sacudieron y de un momento a otro, columnas de fuego se dispararon al cielo como faros de luz. Logré contar diez.

—¡Mierda! —susurré viendo lo masivo de la situación.

—Vaya, se ve fantástico —dijo Wael al ver su creación con orgullo.

—¿Estás demente? ¿Quieres quemar la propiedad entera?

—Relájate, por algo seleccioné puntos que no pueden tocar ningún solo árbol. El fuego no se va a extender a los costados, solo se mantendrá en columnas altas.

Comencé a toser ya que el olor a azufre era demasiado fuerte.

—¿Qué es eso? —llevé una mano a mi nariz.

—Es una combinación que estuve perfeccionando, es fuego con olor a azufre. Impresionante, ¿no? —se echó a reír—. Y Wen decía que para qué rayos iba yo a necesitar algo así...

—¡Ya vámonos! —lo jalé de la chaqueta—. Tu abuela y tu madre no deben tardar en venir a ver qué ocurre y perderemos nuestra ventana de tiempo.

—Tienes razón, sígueme —Wael tomó la delantera ya que de los dos es el único que conocía los senderos para salir de ahí.

Cuando llegamos a las afueras del taller nos escondimos ya que su madre venía saliendo de la casa pegando gritos de sorpresa y también de confusión.

La abuela Davis salió de casa, pero no gritando, ella estaba más relajada siguiendo a su hija al campo de limones.

—¡Funcionó! —exclamó Wael y seguido chocamos nuestros puños.

—Hora de sacar a Wen —dejé caer la pala a mis pies.

—Vamos—Wael comenzó a caminar en a la casa y al cruzar las rejas rodeamos la misma para ir a la parte trasera.

Wael dijo otro par de palabras extrañas y la puerta del foso se abrió de un solo golpe sin èl tener que tocarla.

—¡¿Wen?! —sin pensarlo dos veces comencé a bajar las escaleras por el oscuro y estrecho pasillo hasta llegar al final.

033Donde viven las historias. Descúbrelo ahora