Río
A él nunca le había coqueteado un hombre alguna vez, de hecho además de Tokio, nadie más le había coqueteado. Pero eso no venía al caso.
Nunca un hombre se le había insinuado. O bueno, eso fue hasta que recibió la primera propuesta homosexual de su vida. Bien, al principio reconoce que creyó que era un chiste y en verdad lo parecía con la risa descarada y burlona que Denver le dedicó al escuchar a Palermo decir con total naturalidad, que se moriría por sacar a flote esa homosexualidad virgen que parecía tener en su poca experiencia sexual.
—"Si la degenerada pedófila de Tokio, te hace tener asco por las mujeres, llámame, corazón"— Recordaba que le había dicho una tarde en la que estaban por cenar en esa casa vieja. Guiñándole un ojo burlón, antes de girarse un poco a un lado de su asiento, para beber lentamente su vino.
Okey, recapitulemos. Él no tenía nada contra los homosexuales, de hecho, se lo había tomado muy bien cuando Palermo y Helsinki, dijeron abiertamente entre líneas que le iban los tíos. Pero allí había un crudo detalle, mientras que el adorable de Helsinki, era un silencioso serbio que parecía estar planeando un asesinato mientras masticaba un caramelo. Palermo, era diferente. Era caótico, gritón y le importaba ciertamente una mierda que el Profesor lo regañe, dedicándose completamente a hacer lo que se le salía de los cojones.
El Profesor decía que había clase a las 9. Él aparecía a las 10 y media. El Profesor decía nada de bebidas. Él mismo se encargaba de conducir durante media hora para traer cerveza y alcohol. El Profesor decía que obedecieran las reglas. Él era el primero en atar a Tokio, para echarla del edificio de una patada, junto con Berlín.
Pero él no sería tan paciente cómo el Profesor. Él no toleraría eso.
Río, podía aceptar muchas cosas, pero jamás lo que le hicieron a Tokio. Por lo que con paso decidido y su pistola bien cargada. Ni siquiera lo pensó al encaminarse hacia donde sabía que tanto Berlín cómo Palermo, se encontraban haciendo su descanso de media hora, para almorzar algo. ¡Muy tranquilos almorzando, luego de entregar a Tokio a la policía, los muy cabrones!¡Su reinado se acabó!
Decidido, se tomó el atrevimiento de patear la puerta de esa pequeña oficina, de la cual Berlín había hecho suya, desde que habían entrado ese lugar. El mismo lugar, en donde horas antes tanto él como Denver y Tokio lo habían sacado. Pero esta vez, no había un Berlín sentado tranquilamente viéndose las manos. No, en su lugar había un Berlín respirando agitado mientras devoraba con sus labios el blanquecino cuello de un Palermo con sus ojos cerrados, que lo tenía sujeto de su cabello para acercarlo más.
Río, podía ser un virgen inexperto. Pero sabía muy bien que esos cabellos despeinados de ambos y esos rojizos labios hinchados que se abrían jadeantes. No eran una buena señal, como para entrar cómo él lo hizo.
Y eso lo notó en el momento en que rápidamente un arma fue sacada del cinturón de Palermo, por una de las grandes manos de Berlín, manejándola como si el arma del otro fuera suya. Apuntando directamente en su cabeza, mientras una mirada ceñuda rápidamente se posaba en el rostro de Palermo al notarlo allí parado como un estúpido.
—Fuera— ordenó con voz mortal Berlín, sin dejar de apuntarlo. Con una voz pausada, entrecortada debido a un jadeo ahogado que parecía haber quedado atorado en su garganta.
Rio lo miró. Lo observó como un idiota, mientras veía como Palermo apartaba sus manos lentamente del cabello despeinado de Berlín, para entrecerrar sus ojos hacía él. Apartándose del hombre tenso que lo apuntaba con el arma, Palermo lo hizo bajar su pistola suavemente para guardarla en su cinturón nuevamente con tranquilidad.
—¿Sabes una cosa? Cuando entre en esta oficina hace quince minutos, deseaba meterte un tiro en la cabeza. ¡Bum, bum, ciao Río!. Berlín me...distrajo~— le ronroneó juguetón, acercándose hacía él para mirar burlón el arma que Río sostenía en sus manos temblorosas. –Solo un boludito hormonal cómo tú y un tarado como Denver, seguirían un plan hecho por la pelotuda de Tokio. Eso es cierto. Pero, también es cierto que en ese plan inconsistente y desesperado, intentaste matar a Berlín, amenazaste la seguridad del plan, de todos. Y...¿Sabes qué también es cierto, mi querido y pequeño Río?...— ronroneó, acercándose hacía él, hasta el punto en el que él pudo ver el poco color verde que manchaba ese océano azul que eran sus ojos. Hasta el punto, en el que Río pudo oler un poco la colonia de Berlín impregnada en él. Hasta el punto en el que pudo ver, aquel brillo sádico y demente que tenían sus ojos— Que si te vuelvo a ver cerca de Berlín...Que si vuelvo a notar que se te ocurre algún otro truquito sucio en su contra...— capturando sus mejillas con sus manos, como si acunara su rostro, él exclamó sonriendo con una risita desagradable— ¡Te voy a hacer cagar! ¿Me entendiste, boludito?— Depositando un sonoro beso contra sus mejillas él dejó escapar una risa demente, que era fiel mente acompañada por la voz lenta y ronca de Berlín a su espalda. —¡¿Qué te parece eso, Berlín?!¡Podríamos probar esa tortura alemana, que realizaban los alemanes a los judios, que te comente una vez!¿Recuerdas?— ronroneó, retirándose de la oficina pasando por al lado de Río sin ni siquiera mirarlo.
Berlín viéndolo retirarse un poco más, no vaciló en acercarse hacía Río, que atónito, los observaba con atención, completamente sorprendido— Puede que tú y tu noviecilla no tengan el más mínimo reparo por la privacidad. Pero, por favor, la próxima vez toca la puerta...—sacando una manzana de su bolsillo, se retiró con paso lento. Mirándolo por encima de su hombro, le dio un mordisco pausado antes de agregar apuntándolo con su dedo corazón, como si le hubiera olvidado de decirle algo. —Claro...eso si no quieres tener el mismo destino que tu amiguita y terminar entregado como un regalito a la policía, por ver a mi esposo desnudo, mientras lo follo contra el escritorio...—Soltó, retirándose.
Dejando a Río helado.
ESTÁS LEYENDO
Sin relaciones personales [Berlín x Palermo]
RomanceCuando el Profesor, les aclaró "Sin relaciones personales". De alguna manera, todos supieron que esa regla, no recaía en Berlín y Palermo, el hombre al mando del atraco y su mano derecha. Cada vez que los miembros de la banda se dieron cuenta de que...