Ella no le gustaba meterse en problemas ajenos, pero lo que estaba sucediendo, era también su problema si eso tarde o temprano, los terminaría involucrando a todos. El Profesor había dado reglas, y debían seguirse al pie de la letra. ¡Pero ahí estaban! Con Berlín persiguiendo a una asustada rehén, que no pasaba la oportunidad para obedecer aterrorizada.
Ahora, por ejemplo, para ella no había pasado por alto la manera en la cual ese mal nacido narcisista se había llevado a esa rehén a su oficina luego de que la pobre tuviera una "duda urgente". ¡Sus inexistentes pelotas! Nairobi sabía mejor que nadie lo que era capaz una persona asustada, una mujer desesperada. Capaz de acostarse con un cerdo cómo él, con tal de salvarse.
Si por ella fuera, no dudaría en ningún momento en acusarlo con el Profesor, y sacarlo ya mismo del poder. Pero ella tenía códigos, y por más que lo detestaba con toda su sangre, reconocía a Berlín cómo un buen líder y se apegaba al plan. Por eso...¿Qué fue lo más sabio que ella atinó a hacer?
Simple. Comentarle la situación a Palermo.
Grave error.
Espero hasta que Palermo le tocara el turno de ir a las máquinas con ella. Sabía que en esa situación, Berlín no estaría cerca ya que no debía estar ahí, sino esperando la llamada de control del Profesor. También espero a que el argentino se tomara el momento para sentarse a su lado, para almorzar con tranquilidad.
Normalmente, ambos tendían a compartir su sándwich y un café caro, que el argentino se atrevía a robar de la cafetera en la oficina de Arturo Román. Con Berlín prácticamente monopolizándose la oficina de ese desgraciado, sin dejarle a nadie más, entrar sin su presencia, era llamativo para Nairobi, cómo Palermo le importaba tan poco su vida, cómo para entrar allí sin más y sacarle ese costoso café. Otra razón, para comentarle esta situación: Palermo no le temía a Berlín. Además, no era tonta, sabía que el segundo al mando (ante cualquier percance que tuviera Berlín) era Palermo. Porque el Profesor, nunca se lo había dicho en palabras claras, era todo un misterio para ella.
Por lo que sentándose a su lado y escuchando por alrededor de quince minutos, sus quejas sobre cómo Helsinki era un cobarde porque no le aceptaba hacerse un "rapidito" en los baños. Lo dijo.
—Berlín, se acuesta con una rehén— soltó sin más, y en el acto, pudo ver cómo él dejaba de reírse del serbio, para mirarla con rapidez.
—¡¿Qué?!— Salió de sus labios, con una tonada mucho más densa que lo usual. Casi cómo si no hubiese podido controlar la manera, en la cual se escuchó su voz.
—Berlín, se...— intentó de nuevo, antes de verlo parar con rudeza, tirando lejos su taza vacía de café y que estuvo a punto de caer sobre Arturo Román, que se encontraba a unos metros pasando junto con Rio y los otros rehenes, viniendo desde el baño.
—¡Si, Nairobi!¡Escuche lo que me dijiste!— Le dijo sin más, cargando el arma sobre su hombro, para salir rápidamente de ese lugar, alterado. ¡Oh, Joder! La había cagado.
—Espera...¡Palermo!— grito, mientras lo seguía rápidamente rumbo hacía la sala de control, en donde seguramente encontrarían a Berlín esperando la llamada del Profesor.
Abriendo la puerta de una patada, robando un grito demasiado afeminado y aniñado de Denver, que se encontraba en ese lugar almorzando y que sobresaltado, los miró sin entender. Palermo, la ignoró por completo, antes de preguntar con una tranquilidad helada y que Nairobi estuvo segura, de que asustó aún más a Denver.
—¿Dónde está Berlín, Denver?— Era su imaginación...¿O esa voz de Palermo parecía mucho más ronca que lo usual?
—En su oficina. Ya sabes, la que era la oficina de Arturito y...— Palermo, ni siquiera lo escuchó. Dando medía vuelta, prácticamente trotó hasta esa oficina, con ella siguiéndolo de cerca tratando de detenerlo e invitándolo a que se calma.
Y no fue hasta que llegaron hasta la maldita oficina, que él pareció tomar un seco y largo respiro, cerrando sus ojos por un momento, cómo si tratará de calmarse, un momento en el que ella por fin pensó que había entrado en razón. Pero estaba equivocada, apenas él volvió a abrir sus claros ojos azules, no lo dudo (ni siquiera ella lo esperaba). Pateando la puerta con sus largas y fuertes piernas, e incluso Nairobi pudo escuchar cómo la madera chilló, Palermo dio firmes y seguros pasos hacia el interior de esa oficina, con el ceño más fruncido que lo usual.
—Tres segundos— Lo escuchó decir ella, mientras se asomaba detrás de él, para observar cómo esa rehén apartaba sus manos de los hombros de Berlín, en lo que parecía ser un cómodo masaje. Desconcertada y sorprendida, cómo un animalillo que había sido descubierto, ella los observó a ambos con sus ojos enormes, antes de girarse hacía Berlín, sin saber que hacer.— Tres segundos, y te quiero fuera de mi vista. Uno, dos....—Palermo ni siquiera tuvo que terminar de contar, antes de que Nairobi, la viera escaparse, prácticamente corriendo.
—Mmm...Nairobi...¿Por qué no me sorprende?— Escuchó que Berlín susurró, observándola con una sonrisa ladeada y burlona. Antes de que la misma fuera rápidamente borrada, ante la presencia de Palermo, que no dudó en cubrirla con su cuerpo, al acercarse hacía el escritorio y posar sus manos, sonoramente sobre el mismo. Inclinándose hacia adelante, Palermo no vaciló en sacarse su arma para dejarla de manera segura, sobre ese escritorio caro.
Y ella no podía estar más sorprendida, al ver cómo Berlín por un momento casi imperceptible saltaba sobre saltado en su lugar, ante esa mirada azulada que el argentino le estaba dando en esos momentos.
Dándose cuenta que ella estaba atenta a sus gestos, Berlín trató de aparentar tranquilidad, recostándose cómodamente contra ese sillón, llevándose uno de sus dedos a sus labios.— ¿Qué acaso un hombre no puede recibir un masaje de una bella mujer? Las manos de las mujeres son ideales y biológicamente perfectas, para aliviar la espalda de un hombre. Son para lo único que son buenas, además de cocinar, por supuesto. ¿No lo crees, Palermo?¿Mph?— Intentó bromear, pero lejos de obtener esa familiar risa que obtenía de su eterno compañero misógino. Lo que obtuvo, lo obligo aún más a borrar esa asquerosa sonrisa de su rostro.
A Nairobi, de pronto le dio mucha gracia la ironía de toda la situación. Hace apenas unos minutos, Berlín tenía las delicadas, suaves y temblorosas manos, de una rehén asustada, sobre su cuello aliviando la tensión. ¿Ahora? Ahora, tenía las ásperas y gruesas manos de Palermo sobre su cuello, pero no para darle un delicado masaje, sino para prácticamente obligarlo a pararse de su asiento, para que su cabeza sea azotada contra la pared, ante la brusca fuerza de un hombre, que impedía que el aire llegara a sus pulmones al apretarle la garganta, solo con sus manos.
—¿Este era tu Plan, Berlín?— le ronroneó, contra su rostro en un susurró bajo que ella luchó por escuchar. —¿Cogerte a la primera rehén que se te cruce?— Tras apartarse de él, Palermo apretó sus puños con fuerza, mientras le mostraba una mueca que hizo que Berlín por un momento, abriera sus ojos ciertamente sorprendido.—Porque no me sorprende...—Lo escuchó decir, alejándose hacía su arma para colgarla sobre su hombro— Bueno, apeguémonos al Plan, entonces— Dijo, antes de arremangarse frente a la atenta mirada de ambos.
—¿Qué haces?— fue la voz ronca de Berlín, la que habló. Mientras, Palermo soltaba ese caro reloj que aguardaba desde siempre en su muñeca y prácticamente lo lanzaba sobre el escritorio con un sonido brusco. Dándole la espalda para encaminarse hacia la salida.
—Lo que debí haber hecho desde el primer día: Respetar el Plan y sus reglas...—Girándose levemente para mirarlo con el ceño fruncido fue claro y rotundo al decir con sequedad— Una de ellas: Sin relaciones personales. –Dijo sin más, dejándolos parado a ambos, para retirarse a grandes pasos de ese lugar.
Girándose levemente, pudo ver cómo Berlín con toda la delicadeza que le permitía la mano que no sostenía su garganta, capturaba ese reloj y lo guardaba en su bolsillo, sin ni siquiera mirarla. Encaminándose hacía ella, no le dedicó más que una mirada venenosa, antes de seguir al argentino.
Bueno...¿Qué demonios tenían esos dos?
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Sin relaciones personales [Berlín x Palermo]
RomanceCuando el Profesor, les aclaró "Sin relaciones personales". De alguna manera, todos supieron que esa regla, no recaía en Berlín y Palermo, el hombre al mando del atraco y su mano derecha. Cada vez que los miembros de la banda se dieron cuenta de que...