Me levanté del suelo mojado. Me dolía todo. Cuando me eruguí, me di cuenta con a la vez miedo y asombro de que no recordaba nada más que mi nombre: Isabel. Estaba todo oscuro pero pude distinguir la figura de un cuerpo estirado a mi lado. Ahí es cuando empecé a ser consciente de la gravedad de la situación y poco a poco me entró el pánico. Al cabo de un rato, me acostumbré a la oscuridad y deducí que el cuerpo que yacía en el suelo era un chico. Me apresuré a tomarle el pulso y gracias a los dioses comprobé que estaba vivo. Como pude, lo intenté reanimar y finalmente abrió los ojos incorporandose perzosamente.
—¿Dónde estoy? —me preguntó.
Se trataba de un hombre joven, tal vez de unos 30 años. Pude ver su barba incipiente a causa de la falta de rasurado, lo que me llevó a preguntarme cuanto tiempo debía llevar el ahí y si equivalia al tiempo que yo llevaba ahí. Tenía buen cuerpo, pues a pesar del jersey que cubría sus brazos avisté su musculatura mientras hacía esfuerzos por ponerse de pie. También era bastante guapo, no lo iba a negar... Fué en cuanto nuestras miradas se cruzaron que me dí cuenta de que lo había estado mirando fijamente, casi sin pesntañear. Recordé entonces que me había hecho una pregunta, así que respodí:
—Esperaba que tú me lo dijeras.
