III
No temas a aquellos que observan; de ellos dependen nuestros destinos. ¿Quién sino aquel que guarda las puertas del Raern podrá traernos la sabiduría?
—Cuidad a los caballos, es preciso que estén en buenas condiciones para el alba —convino Fenris al encargado de las caballerizas.
Nos encontrábamos en Aern, el pueblo más cercano a Sarans. La ciudad era famosa por sus casas de piedra blanca, las cuales relucían bajo la luz de la tarde. Los muros de varios metros de altura hacían que la aldea fuera concéntrica y redonda, lo que me estaba poniendo nerviosa.
No me gustaba sentir que estaba encerrada en una jaula. Sarans era un pueblo tan diminuto y poco conocido (aparte de su caza y pesca) que no precisábamos de murallas. El peligro parecía instalarse en mi cuerpo como una segunda capa de tela. Notaba el roce frío contra las manos.
Aren estaba a mi lado, caminando tan cerca de mis botas que notaba su calor en la piel de la pierna, tan abrasador que tenía que dar zancadas rápidas. Su cola, acabada en la punta blanca, rebotaba hacia arriba y abajo conforme él saltaba para no quedarse atrás.
Había pasado un día desde que dejé mi casa, pero él no se había mostrado todavía ante los demás. No sabía si sentirme honrada o herida.
No te sientas tan nerviosa. Si sufrimos un ataque de un seisk, tendrías menos probabilidades de actuar con frialdad. Ahora debemos pensar con la cabeza.
Dejé salir el aire en un bufido seco, pero seguía notando la angustia en el pecho, tan persistente como una red enganchada en la marea.
Pero me siento agobiada. Encerrada.
Así debe ser, no has vivido aquí. Pero trata de serenarte.
Los Caminantes, Aren y yo nos dirigíamos al Raern del poblado. El edificio, de color dorado, refulgía bajo los pocos tonos anaranjados que el anochecer mostraba en todo su esplendor. Un dragón con las alas desplegadas coronaba la punta de la estructura; sus ojos rubíes reflejaron nuestras siluetas cuando nos acercamos a las enormes paredes de madera.
El Raern es el lugar donde se reúne la sabiduría de la comarca. Custodiado por un Caminante de rango vigía, siempre contiene toda la información posible sobre la cultura, medicina, botánica, biología y demás artes de los alrededores. El olor a pergamino y cuero, materiales más importantes para la fabricación de los libros, es el que suele reinar, al igual que se hacen notar los susurros de las palabras todavía no leídas.
Es el refugio de los Caminantes que precisen una cama; la cúpula dorada, custodiada por el dragón, conforma los aposentos donados por la diosa Sarani para nosotros.
Fenris se colocó frente a la puerta y la golpeó tres veces. Mientras, Ela resoplaba contra la puerta, mostrando los colmillos. Su cuerpo blanco se encontraba en tensión; el viaje había resultado agotador incluso para los espíritus.
Aunque Aren no me lo mostraba, sabía que él estaba tan cansado como yo. Cuando no percibía que lo miraba cerraba los ojos, tratando de dormir. Sus orejas caían hacia abajo al hacerlo, dándole una apariencia de seisk deforme antes que la de un zorro.
Alguien abrió la puerta. Un señor adulto con una capa roja nos recibió con incredulidad. A su lado, un pequeño gorrión picoteaba mechones de su cabello entrecano.
Sus ojos se llenaron de picardía y alegría; debía haber pasado un tiempo desde que otros de su clase lo visitaron. Portaba un sencillo camisón de tela acompañando su capa rojiza; no sabía que el rango determinaba la coloración de esa prenda. Sin embargo, el símbolo no variaba. Seguía estando el fénix heráldico con las alas desplegadas. ¿Una representación de Sarani, al aparecer custodiando un árbol? Quizá.
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Leara y los Caminantes (Crónicas de la Naturaleza I) ©.
FantasiaTodos en el reino de Amaria saben qué son los Caminantes. Conocen las extrañas características que tienen estas personas que están destinadas a proteger a la Naturaleza de los seisk, los siete pecados capitales encarnados en monstruos que ansían der...