Gorrión.

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V

Los corazones más pequeños pueden ser, a menudo, los más valientes.

     Desperté con una ligera idea en la cabeza. Había estado toda la noche llorando en silencio la muerte de Solaris. Aunque frente a Aren y Levy me presentaba como una chica fuerte y decidida, en verdad estaba sufriendo. Lo hacía a todas horas. El dolor formaba una parte tan intrínseca de mis huesos y corazón que se volvió una rutina anegar mis ojos en cuanto mi cabeza rozaba la almohada. Y es que era lógico, o al menos esa era la excusa que me presentaba a mí misma; mi mejor amiga había sido uno de mis apoyos más grandes, la persona en la que más podía confiar después de mis padres. Su pelo negro y ondulado, su sonrisa tímida que iluminaba una estancia completa; su amor por los animales y la Naturaleza, las caminatas que hacíamos entre los árboles cuando mi padre no trabajaba… Todo eso venía a mi cabeza a una velocidad abrumadora. Era un árbol al que estaban atacando demasiadas veces. No dudaba en que caería pronto.

      Aren se percataba, no tenía ninguna flaqueza en cuanto a ese hecho. Él me leía la mente y podía percibir mis sentimientos, sabía que estaba dolida. Pero me dejaba espacio y no comentaba nada, algo que le agradecía infinitamente. Pese a que sabía que él podía estar a mi lado y consolarme, sentía que no era lo correcto. Yo debía despedirme de mi amiga.

     Levy, por su parte, no me conocía lo suficiente como para darse cuenta de que mi estado emocional era deplorable. Sin embargo, todos los días entrenábamos juntas. Primero corríamos por el bosque, algo que me rejuvenecía y me animaba bastante. Después, cuando era por la mañana, practicábamos la lucha con nuestras armas (o, mejor dicho, ella me enseñaba a mí a pelear mientras Malec nos contemplaba con una mirada inalterable) y más tarde Silliel se aproximaba para indicarnos que era momento de partir. Entonces recogíamos todos nuestros fardos y pertenencias y, cuando caía la tarde, montábamos en nuestros caballos y galopábamos al siguiente pueblo. Esa fue mi rutina en las dos semanas que siguieron a mi despedida con los Caminantes.

      Le pregunté a Silliel cuál era la razón por la que nos habíamos separado. Según dijo Alvin, era Silliel el que debía incorporarse a la comitiva. No entendía de qué habían hablado los Caminantes para cambiar de planes, pero no dudé en mostrar mis pensamientos cuando fue el momento oportuno.

      Él, que estaba en ese momento leyendo algo en una pequeña libreta de piel que siempre portaba, levantó los ojos hacia mí. Su sombrero de ala ancha lo hacía parecer un bandido, aunque yo ya sabía que su personalidad distaba de aproximarse a la de un criminal; al menos ellos eran mentalmente estables, algo que mi maestro no poseía.

      —Es lo mejor. Ellos iban a cruzar el reino por la vía rápida, y necesito tiempo para entrenaros —respondió, aunque algo me susurró que no era posible, que algo fallaba en el esquema. No pude saber qué.

       

 ~*~*~*~

     Malec se encontraba atado al caballo de Silliel con una cuerda de plata larga. Al parecer, este compuesto los hacía débiles. Los pasos del seisk tenían la apariencia de estar cansados, eran muy poco enérgicos y su cabeza rozaba apenas el suelo cuando llevábamos mucho tiempo caminando. Sin embargo, mi maestro no se inquietaba por ese hecho, y tampoco preguntaba o pugnaba por atender a su invitado.

      A veces hablaba, aunque no decía cosas agradables. Ya había quedado claro que el demonio nos acompañaba para ver a Sarani, y que nosotros no éramos más que pulgas que le ayudarían a lograr ese objetivo. En ocasiones me preguntaba qué ocurriría si cambiaran los planes, y me estremecía al imaginar al largo dragón como nuestro enemigo.

       Ahora nos encontrábamos en mitad de la travesía. Cruzábamos un bosque de coníferas a un trote seguro y calmado. Silliel mordisqueaba una rama de paja entre los dientes mientras leía algo en su pequeña libreta. Levy tenía la cara vuelta hacia los árboles y fruncía el ceño, quizá hablando con Exy. Aunque nos conocíamos de una semana, no había contemplado todavía a su guía o al de Silliel. En ese aspecto, casi llegué a olvidarme del tema de los espíritus si no fuera por Aren. El pequeño zorro siempre estaba ahí, acompañándome y mirándome con esos ojos marrones. Su vista aguda era de ayuda para muchas ocasiones, y sus consejos fueron convirtiéndome en una persona más y más sabia. Además, me percibía distinta, más instintiva. Con ayuda de mi guía había logrado confiar más en mis instintos primarios, que ahora me acompañaban como si se tratase de una segunda piel. Era muy estimulante.

Leara y los Caminantes (Crónicas de la Naturaleza I) ©.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora