Capítulo I

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Emma acariciaba uno de los mechones dorados que caían por su frente mientras se miraba al espejo. El vestido de novia que le había conseguido Jumin era uno de los más exclusivos y costosos del mundo. Nada menos para la futura integrante de la familia Han.

Su corto cabello rubio platinado estaba recogido en un elegante moño con una peineta de diamantes. Imaginar la cara de Jumin al verla entrar a la iglesia era lo que más ansiaba.

O lo era, hasta esa llamada.

Del otro lado del lugar, estaba él, con el corazón en la mano. Jumin se miraba una y otra vez al espejo. Su peinado, su traje, la corbata. Todo debía estar perfecto. Ni una sola arruga, ni una sola mancha.

—En unos minutos, será mi esposa —susurró él—, para siempre.

Un torbellino de emociones lo envolvió. De pronto, todos los recuerdos volvieron a pasar por su mente. Desde el día en que Emma se unió a la RFA, hasta el día once, el día en que le pidió matrimonio frente a todas esas personas.

—La amo tanto —habló para él mismo—. La calidez de sus brazos es algo que mis sentidos nunca podrán entender.

«No puedo hacerle esto a Jumin. Soy... despreciable. Mis estúpidos problemas siempre vuelven en el peor momento», pensó Emma.

Caminó con pasos dudosos hacia la entrada de la iglesia. Sus piernas flaqueaban con la sola idea de tener que humillar al hombre que amaba para proteger a su familia. Creyó haberse librado de todas las personas que la extorsionaban, pero no fue así. Su pesadilla había vuelto, y de la peor forma.

—¿Emma...? ¿Emm? —El padre de la chica de ojos marrones la detuvo justo antes de entrar—. ¿Está todo bien? Hoy es el día de tu boda... pero no luces contenta.

Ver su cara de angustia hizo que sintiera una puñalada en el estómago. Si se casaba, matarían a su madre, la única mujer que lograba hacer feliz al hombre que tenía al frente. Su familia sería destruida, todo por las malas juntas y tratos ilegales en los que una vez se vieron envueltos.

Y es que, casarse con Jumin Han le otorgaría demasiado poder a la familia de Emma, el suficiente para aplastar a los extorsionadores con sólo ordenarlo. Creer que porque habían dejado de molestarlos unos meses, iban a dejarlos en paz definitivamente, era una idea errónea.

—Todo está bien, papá —sonrió a medias.

«Humillar a Jumin no es una opción... pero dejar que mi madre muera a manos de esa gente tampoco», eran las palabras que pasaban por su mente mientras caminaba por el largo pasillo de la iglesia.

Los siguientes minutos sólo fueron silencio y más silencio. Las palabras del cura que los casaría era lo único que resonaba en el lugar mientras Emma sentía la voz de sus pensamientos gritarle cada vez más fuerte que era despreciable por hacer lo que haría.

—Jumin Han, ¿acepta recibir como esposa a Emma Wong para serle fiel en la salud y la enfermedad, y así, amarla y respetarla todos los días de tu vida?

—Sí, acepto. —La respuesta fue inmediata. Esa pequeña frase fue dicha con tanta ilusión de parte del pelinegro, que no pudo evitar perderse en la mirada de su futura esposa.

Por unos segundos, no hubo forma de que Jumin emitiera palabra. Su novia era la existencia más bella de este mundo ante sus ojos. Despertó del pequeño lapso al notar los ojos vidriosos de Emma. Extendió su mano suavemente hacia su rostro y lo acarició con el dedo pulgar.

—Emm. —La suave voz del pelinegro hizo que una pequeña lágrima escapara por su mejilla—. Emm, mi amor... ¿por qué estás llorando? ¿No te gusta el lugar? ¿La decoración no es de tu agrado?

Ella no respondió. Por el contrario, apartó su mano al instante, dirigiéndole una mirada de perdón. Los ojos de pelinegro que antes brillaban con emoción, ahora recorrían el rostro de su amada en busca de una explicación clara.

—¿Emma? —El padre había hecho la pregunta hace unos segundos, pero ella no podía oír nada más que la voz del chico hablándole—. ¿Aceptas recibir...?

Emma negó con la cabeza repetidas veces antes de hablar. Se hizo un silencio sepulcral. Los invitados sabían que algo andaba mal. Si bien era normal que una novia derrame algunas lágrimas el día de su boda, el río que corría por las mejillas de Emma los alertó.

—No pu-puedo casarme. —titubeó—. No me siento preparada... no, no pue-puedo.

—¿Qué? —Los ojos del chico se abrieron al instante—. ¿Qué...?

Los labios de Jumin temblaron en busca de las palabras adecuadas y pestañeó un par de veces para entender bien lo que acababa de oír. Sintió un hincón en el pecho, como si todas sus ilusiones acabaran de ser aplastadas justo frente a él.

—No puedo, Jumin. No... no puedo. —Emma volvió a hablar.

Sintió las miradas de todos sobre ella. Los invitados, la prensa, el padre de la iglesia, pero la única que le importaba era la de Jumin. Quería gritar, gritar diciéndole que lo que más ansiaba en ese mundo era ser su esposa y pasar el resto de sus días compartiendo su vida con él, pero no podía.

En vista de que el pelinegro seguía esperando una explicación que Emma no podía dar, ella se dio la vuelta para empezar a caminar hacia la salida. Un firme agarre en el brazo la detuvo y los delgados dedos de Jumin se aferraron a su piel para que no siga avanzando.

Al girar su rostro para observarlo cara a cara, vio en el chico la desilusión personificada. Jumin tenía la mandíbula tensa, los ojos vidriosos y los labios entreabiertos aún temblando. Confusión, dolor, enojo, decepción. Las emociones llegaron a él como una piedra en la espalda que, por primera vez, hizo que no encontrara las palabras para hablar como siempre solía hacerlo.

—Podemos casarnos otro día, podemos planificar todo mejor. Le diré a la asistente Kang que... No. Lo haré yo mismo. Si me apresuré en proponerte...

—Es que... no importa el día, no importa el lugar... no voy a aceptar —contestó con dificultad ante la voz suplicante de Jumin—. Lo siento mucho.

—Pero... —El agarre en su brazo se intensificó—. Yo re-realmente estoy muy confundido.

La mirada del pelinegro suplicaba un porqué de parte de Emma. En vista de que Jumin no pensaba dejarla ir, no pensaba soltarla, decidió limpiarse las lágrimas con la mano libre y hablar. Con voz quebrada y lágrimas aún cayendo, pronunció:

—No puedo casarme contigo, Jumin. Tal vez... nunca te quise lo suficiente.

Eviterno «Mystic Messenger» [Jumin Han]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora