Capítulo VII

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La perseverancia era una de las virtudes de Zen.

Pero en otros casos, su mayor defecto.

—Entonces, corres hacia la parada de autobús y finges estar esperando uno. El auto de Han Jumin debe estar pasando por allí justo en cinco minutos. Esperaremos a que el semáforo esté en rojo para que lo saludes a través de la ventana. ¿Entendiste?

Tantas indicaciones marearon a Emma, a quien los nervios amenazaban con jugarle una mala pasada. Y allí se encontraba, sentada en la banca de la parada de autobuses. No le sería difícil reconocer el coche de Jumin Han, así que sólo se dedicó a esperar.

Zen estaba recostado sobre un poste, a unas cuadras del lugar. Mantenía ambas manos en sus bolsillos, y cualquiera que lo veía, pensaba que era un modelo haciendo una sesión de fotos. El albino no se molestaba en disimular, sonreía y movía su cabello cada vez que podía lucirse.

—Ahí viene —susurró Emma al ver el auto aproximándose.

Y como Zen había planeado, el semáforo indicó que debía parar.

Emma caminó hasta donde el auto de Jumin se había estacionado y fingió una llamada telefónica con la esperanza de que él dirigiera su mirada hacia ella.

—Y como te decía, estaré en Corea por unas semanas, planeo terminar unas cosas y, no sé si regresaré. Ajá. Exacto. Perfecto.

La luna polarizada del auto bajó con una lentitud angustiante.

Entonces vio los ojos del joven Han clavarse en ella. 

Jumin no tenía palabras. Su ceño se frunció, sus labios se entreabrieron y a través de sus ojos sólo se vio reflejada la angustia que había cargado todos esos años, las palabras que se quedaron atracadas en su garganta, los sentimientos atrapados de los que no podía deshacerse. Las emociones con las que tenía que cargar día a día como dos largas y pesadas cadenas eviternas.

El auto arrancó. Emma se quedó parada en su sitio sin poder reaccionar. Estaba segura de que Jumin había tenido la misma sensación que ella al encontrar sus miradas.

Y así había sido.

—Él no bajó —susurró ella, dejando caer su teléfono—. Sí, era lógico.

Se encaminó hacia donde estaba Zen con las esperanzas hechas pedazos. Y cuando dio todo por perdido, la alta figura del chico bajó del auto. Con los pasos decididos y la mirada fija en ella, se dirigió hacia donde estaba Emma.

—Está viniendo. Está viniendo... Está viniendo.

—Volviste.

La voz del pelinegro había cambiado. Además de grave, se oía más apagada, más seca.

—Hola. —Fue lo único que pudo pronunciar.

Quería dar explicaciones. Quería contarle los nuevos proyectos que tenía en mente, las anécdotas que había pasado en su ausencia, y sobre todo, cuanta falta le había hecho.

Pero nada de eso fue posible después de las palabras de Jumin, acompañadas de una expresión de desprecio.

—Nunca nadie me había dañado tanto como tú lo has hecho. Y ahora, vuelves a nuestras vidas en el peor momento.

Él sólo había bajado para decir todo lo que quiso el día de su abandono.

—Días, noches, tardes, años, llorando por una mujer que no me amaba lo suficiente para casarse conmigo. Después de pensar que por fin podía ser yo mismo, terminé siendo más distante de lo que ya era.

Y como si Jumin pretendiera dar la estocada final para dejar en claro su posición, continuó:

—Me destrozaste la vida, Emma Wong. Mi corazón está cerrado, como si nadie pudiera entrar... ni salir.

No fue capaz de contestar ante el odio que parecía estar consumiendo a Jumin. Quiso pensar que no era odio, prefería llamarlo resentimiento. Y como si fuera un llamado a la cordura, la bocina de los autos detrás del coche de Jumin le hicieron volver en sus sentidos.

—No me busques, no me llames. Si me ves en la calle, ni siquiera me saludes. No quiero volver a ver a una persona como tú.

Y se fue.

Otra vez, se había dejado llevar por sus emociones. Después de haber dicho lo que quiso, por el contrario de lo que pensó, no se sintió mejor.

Se sintió peor.

Mucho peor que los tres años de agonía encerrado en su oficina. 

Eviterno «Mystic Messenger» [Jumin Han]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora