2.- Detrás de los bellos amaneceres

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No era la primera vez que el amanecer las sorprendía, pero sí una de las pocas veces donde podía disfrutar tranquilamente de la compañía de Erisbel sin miedo a ser descubiertas. Ese día en particular, como era costumbre después de cada fiesta, nadie aparecería en su habitación hasta pasado el mediodía. Así que, confiada del tiempo que disponía, se tomó el lujo de contemplar a la mujer que dormía plácidamente entre sus sábanas. Sintiéndose más que feliz. Tan inmensamente feliz que no pudo evitar el impulso de dejar un delicado beso en esa boca, en esos carnosos labios en forma de arco que ahora tenía a su merced. Aquellos que tiempo atrás le había costado tanto tener. 

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Quizás la copa de vino que consigo robar en medio de la celebración de su cumpleaños número dieciséis, le dio el valor que necesitaba para intentar conseguir lo que tanto tiempo había soñado. Tiempo en donde se obligó a ella misma a desistir de esos oscuros deseos carnales que, con el paso de los días, se hacían más intensos. Todo por culpa de ella. Erisbel Edervan. La que despertó sus instintos más primarios, la que invadía sus fantasías, la que le hacía olvidar cualquier lazo. Por quien todo empezó a cambiar. Eris, siempre Eris. La única mujer que estaba completamente prohibida para ella. Un hecho que ni su cuerpo, mente o corazón, parecían entender. 

Y aunque aún no tenía claro cómo lo haría, no desperdiciaría la oportunidad de comprobar si sus esfuerzos por acercarse e incluso seducir a Erisbel habían dado frutos. Necesitaba que Eris la viera, la deseara y sobretodo, la reconociera como mujer. Había trabajado mucho en los últimos meses para que eso pasara. Incluso había superado el infierno mental que sufrió al descubrir su amor por Eris. 

Era el momento de perder todo o ganarla a ella. E irónicamente rezaba por ganar y no terminar con el desprecio de su familia. Peor aún, el de la pelinegra. 

–¿Tan pronto me privas de tu presencia? ¿O es que hay alguna guerra esperando por ti? - preguntó Lía consiguiendo alcanzar a Eris en mitad de un pasillo adyacente.  

–No veo necesidad de permanecer más tiempo en una fiesta de adolescentes -fue el pretexto. En realidad, se encontraba algo mareada por el vino y sus descarados ojos no podían apartarse del desarrollado cuerpo de la princesa que parecía incitarle. –Deberías regresar y atender a tus invitados.

 –No me echarán de menos un rato. Además… he venido a solicitar un regalo más de ti. 

–¿La caja de música no fue suficiente? 

–No del todo -se acercó insinuando. Moviendo de más las caderas mientras se humedecía los labios.

Eris miró fijamente a la pelirroja. Alzó una ceja al observar el comportamiento de la adolescente –¿La princesa no está satisfecha? - pregunto temiendo que su mirada transmitiera la intensidad que le estaba abrumando. Todo por culpa del maldito alcohol. 

–No -era ahora o nunca, debía actuar. Así que, con fingida inocencia, llevó sus dedos al collar que descansaba sobre el pronunciado escote de la morena, tocando la piel expuesta mientras jugueteaba falsamente con el objeto –pero siendo tú la comandante, ¿no está dentro de tus funciones satisfacer a la realeza? 

–Quizás. Todo depende de qué es lo que quiera la princesa. 

–Se rumorea que eres buena para satisfacer las necesidades de una mujer. ¿Por qué no me sorprendes?

¡En su nombre!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora