–Creí que me dejarías esperando por cuarta vez -reclamó la princesa en cuanto abrió la puerta de sus aposentos. –Incluso, que no te despedirías de mí.–Y ya me estoy arrepintiendo de no haberlo hecho.
–Lo siento - se disculpó rápidamente, sujetando la muñeca de Erisbel cuando vio que pretendía marcharse –Por favor, no te vayas.
La pelinegra se tomó unos segundos para observar a la princesa. Sus hermosos ojos verdes se veían levemente irritados, como si en algún momento antes de su llegada hubiera llorado. Incluso pudo sentir un ligero temblor en la mano que la retenía. Así que, sintiendo una pizca de culpa por la condición de la pelirroja, terminó accediendo a su petición. Se adentro a la habitación, tomó asiento en uno de los sofás individuales que decoraban el lugar y esperó paciente mientras le servía una copa de vino tinto.
–¿Aún sigues molesta? -preguntó tímidamente la princesa, colocándose de rodillas entre las piernas de su amante.
–¿De verdad no sabes la respuesta a esa pregunta?
–Eris… de verdad, de verdad que lo siento -se disculpó envolviendo el torso de la pelinegra en un posesivo y repentino abrazo, ocasionando que el vino casi se derramara –No sé que me sucedió en ese momento. Fue un arrebato estúpido, que te juro, no volverá a ocurrir –prometió en un ruego mientras aflojaba el abrazo. Lo suficiente para quedar cara a cara.
–Dime… -La palabra quedó en el aire, suspendida como el tiempo mismo, reanudándose solo cuando la comandante terminó de degustar un sorbo de vino y colocó la copa sobre el buró más próximo. –¿Puedo confiar verdaderamente en tus palabras? Porque tus últimas acciones me dicen lo contrario.
–Puedes. Juro que puedes confiar en mí.
–Supongo que constataré tu promesa una vez que vuelva -Puntualizó, acariciando con parsimonia la mejilla de la joven. –Compórtate hasta mi regreso, princesa.
–¡No! Espera -suplicó desesperada la pelirroja al intuir que Erisbel pensaba marcharse ya. –No te vayas sin despedirte de mí. Al menos, no de esa forma.
¿Cómo negarse a una petición así?... se cuestionó la comandante.
Ni siquiera su orgullo o su temple podían resistirse a una princesa suplicando de rodillas.
Sobre todo, si se trataba de SU princesa.
–Bueno, supongo que, un poco de diversión antes de una lucha sería reconfortante.
Un hormigueo recorrió el cuerpo de Lía cuando sintió las manos de Erisbel en su cabello, desatando el listón rojo que esa noche adornaba su melena. El cual, tenso frente a su rostro en un claro mensaje.
Con las manos juntas, atadas y aún de rodillas, Lía observó detenidamente como la morena se deshizo, uno por uno, de los botones de la única prenda que llevaba de la cintura para arriba.
Aquella noche, sin duda alguna, sería intensa, ardiente e inolvidable. Y pretendía disfrutarla. Necesitaba guardar en su piel recuerdos a los que aferrarse en medio de la fatídica ausencia que se imponía. Y la sensual imagen de un par de firmes pechos al aire y un marcado abdomen saciarían esa necesidad.
*
Con el pasar de los años su pequeña se había convertido en una dulce y respetuosa señorita con el corazón enormemente puro. Que siempre demostraba que su amor por la familia era lo más importante. Sin dejar a un lado, el cariño que debía tenerle a sus súbditos. Y para el rey, alguien que poseía esas cualidades, lo merecía todo.
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¡En su nombre!
AcakEl ingenuo rey Docres no tiene idea del oscuro secreto que comparten las dos mujeres que más ama e idólatra en su vida... Y descubrirlo generaria un daño irreparable. No solo para él, sino también para todo el reino de Findea.