3.- En los ojos correctos

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Estaba maldita.

No había otra explicación razonable que pudiera justificar todas las desgracias que ha vivido, incluso desde su nacimiento. De no ser así, ¿cómo es que había terminado en medio de un solitario sendero, con una rueda rota y sin su bastón?

–¿Debería suicidarme? -se preguntó Grisel resignada mientras intentaba protegerse del intenso sol con tan solo la palma de su mano. – Mamá estaría feliz.

Al fin de cuentas solo es una patética lisiada, que ni siquiera había nacido con una abundante melena roja que debía contrastar con un pálido tono de piel, ni muchos menos poseía hermosos ojos verdes, o en su defecto, azules como sus tías y primos. Quienes sí son herederos dignos Onor Crass.

–Si tan solo hubiera muerto en aquel accidente…

La castaña estaba segura que no tendría que soportar las culpas que su madre le atribuía. Aquellas donde la señalaba como la causante de que su hermano tampoco naciera con el gen Crass. O que su mal humor era causado por el estrés que le generaba pensar que su primogénita se quedaría sin esposo, sin hijos, sin futuro.

–¿Grisel? -Esa voz. –¿Te encuentras bien? -ahí estaba de nuevo esa melodiosa voz. –Grisel…

Enfocó lo más que pudo su visión en la oscura silueta que se había colocado frente a ella. Intentando corroborar que no se trataba de una alucinación.

–¿Aniel? ¿De verdad estás aquí? -indagó dudosa, dejando que una de sus manos tocara la mejilla de la rubia.
–Lo estoy.
–Que dicha la mía -fue lo último que pronunció antes de caer en la inconsciencia.

Al percatarse de ello, Aniel tomó rápidamente a Grisel en brazos. La llevó a su habitación, que era la más próxima. Una vez allí, colocó delicadamente a la castaña sobre la cama. Humedeció un pañuelo y con toda la delicadeza que sus ásperas manos podían generar, limpió aquel lindo rostro rojo y sudoroso.

–Descansa -susurró la rubia, aun sabiendo que nadie la escucharía. –Yo siempre estaré aquí, para ti.

*

Cuando la conciencia regresó a la castaña, por instinto, se incorporó bruscamente sobre la cama, sin importarle el leve dolor que le oprimió la cabeza –¿Dónde…? -indagó alarmada, desconociendo completamente la habitación donde se encontraba.

–Estás a salvo.

Sus ojos buscaron a la dueña de esa voz. Encontrando a una atractiva rubia que la miraba fijamente, como era su costumbre. –¿Qué pasó? - ¿Cómo diablos había terminado en el cuarto del único ser que le acelera el corazón tan estrepitosamente?

–Al parecer, sufriste de una fuerte insolación. Te encontré en medio del sendero, casi al borde del desmayo -su voz sonaba algo molesta. –¿A dónde ibas? ¿Y por qué no había nadie contigo?

–Quería ir al lago.

–¿Sola?

–Solo quería hacer algo por mí misma. 
La rubia se acercó hasta la cama, tomó asiento y tímidamente colocó su mano sobre la de Grisel. –Está bien, lo comprendo, pero por favor, sé más cuidadosa. Moriría si algo te pasara.

–Para, Aniel. No vayas por ahí.

–¿Por qué lo haces? ¿Por qué siempre me rechazas? -preguntó decepcionada mientras retiraba su mano.

¡En su nombre!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora