5.- El eco de las campanadas

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–Ha tenido suerte, ¿no creen? -preguntó una joven pelirroja mientras observaba detalladamente el lugar. 

Y es que, con tan poco tiempo, los mozos habían logrado limpiar el abandonado invernadero, que justo ahora, parecía un pequeño salón de cristal iluminado por el sol. El piso se encontraba pulcramente limpio, libre de cualquier obstáculo que pudiera impedirle avanzar a Grisel hacia el centro del lugar, donde un sencillo arco de flores convertiría una simple firma de papeles, en un bello recuerdo.

–Consideraciones del tío Docres. 

–Sea como sea, en momentos como este, me hubiera gustado nacer en su lugar. 

–No hablas en serio, ¿verdad, Kat?

–¿Por qué no? - la joven se encogió de hombros –Es la sobrina favorita del Rey y ha logrado atrapar a uno de los gemelos Niel... 

–Sí, a la chica -respondió Ruth, la mayor de las pelirrojas, con sarcasmo. –Con la cual no podrá procrear. ¿Qué hay de dichoso en eso como para querer estar en su lugar?

–Al diablo con procrear. Prefiero mil veces tener a Aniel sobre mí, que a cualquiera de esos supuestos "nobles".

–Además, -intervino otra de las jóvenes –no necesitamos que Grisel procree niños desafortunados como ella y Mitnas. El clan Crass ya tiene suficientes desgracias con ellos dos. 

–Entonces, deberían agradecerle -afirmó Mitnas, sobresaltando al grupo de chicas.  –Disminuirá el número de, lo que puede ser, la más terrible plaga de víboras pelirrojas. 

–¿Deberíamos reírnos de tu chiste, primito? -cuestionó molesta Ruth, al sentirse descubierta y ofendida por alguien que consideraba inferior. Aunque era tristemente parte de su familia. 

–Por supuesto que no. Porque no he dicho ninguno. 

–¿Te atreves a ofendernos en nuestra propia cara? ¿Quién te crees?

–Lo mismo les puedo preguntar. ¿Creen que el color de su cabello y ojos les da el privilegio de hablar mal de mi hermana como si fuera nada? 

–Es que ustedes no son nada. Acaso, ¿has olvidado tu lugar, lacra?  

¿Lacra?

Aunque eso fue lo único que Lía logró escuchar de la conversación. Fue más que suficiente para irritarla. Sus primas siempre se habían sentido superiores, en especial cuando se trataba de Mitnas y Grisel, y lo detestaba. Por esos motivos, se había alejado de su familia materna. Un clan que le daba demasiada importancia a los rasgos físicos y no a los lazos de sangre que compartían. Así que, movida por sus ideales, se acercó al grupo, dispuesta a poner en su lugar a esos seres mezquinos que, bañados por la envidia, no hacían más que escupir veneno.

–¿Y tú conoces tu lugar, Ruth? 

Todo el grupo, incluido Mitnas, voltearon para mirar a la recién llegada, extrañados por su inesperada aparición –¿Qué quieres decir con eso, Lía?

–Princesa Lianey -corrigió arrogante, dispuesta a hacerlas sentir insignificantes. –¿Es que no tienes algo de educación?

La mandíbula de Ruth se tensó rápidamente, detestaba sentirse inferior. Sin embargo, tuvo que reprimir su molestia. Al final de cuentas Lianey estaba en lo correcto, le debía respeto por ser la princesa de Findea. El actual reino más poderoso de este lado del continente. –Mis disculpas, princesa -sus palabras sonaron forzadas y con la educación más fingida que tenía. 

–TU princesa aceptará la disculpa, solo si todas ustedes mantienen su enorme boca cerrada, toman asiento y se convierten en la decoración que mi padre, el rey, anexó para esta magnífica ocasión. ¿He sido clara? 

¡En su nombre!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora