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Aurora

El colchón está duro y frío ¿Por qué? No. No es un colchón, estoy en el piso.

Intento incorporarme sin abrir los ojos aún, pero el dolor de cabeza y un mareo me lo impiden.

—No, no te levantes aún... No se ha pasado el efecto—. Una voz femenina me habla a un lado. ¿Efecto? ¿El efecto de qué? ¿Dónde estoy? Siento ansiedad, necesito abrir los ojos, pero siento los párpados demasiado pesados, como si estuvieran pegados. Mi cabeza da vueltas, siento que estoy girando y flotando sobre mi espalda. Vuelvo a hundirme en la oscuridad.

•••

Nicholas

No pude pegar un ojo en toda la noche. Hacía mucho que no sentía esta sensación, no sabía que era ¿miedo? No. No era miedo. ¿Entonces qué? Mierda. Sí que era miedo. Estaba aterrado, no quería tener un hijo. No había peor cosa que traer un nuevo ser humano a esta mierda de mundo. ¿Por qué alguien querría hacer eso? En mis treinta años de vida había visto demasiado, había conocido hasta la peor escoria de este mundo, había presenciado actos que nadie se imagina mientras duermen cómodamente en sus camas King. Demasiada mierda para traer a un niño a sufrir o, que, en peor de los casos, se convierta en una mierda más. Y, siendo mi hijo, qué otra cosa se podría esperar... Mi mundo era todo lo que estaba mal. No. No podía tener un hijo, no quiero tener hijos. Y nadie debería tener niños ya.

Debo admitir que me faltan huevos, irónicamente, para someterme a una vasectomía. Pero estaba en mi lista de posibles planes futuros. Si Franchesca resultaba estar embarazada de mí lo haría. No cometería el error dos veces, ni loco.

El móvil comenzó a sonar. Gruñí. ¿Tan temprano comenzaban a molestar?

—Será mejor que sea importante—. No me fijé quien llamaba, pero tampoco me importaba. Cualquiera recibiría mí mismo tono.

—Señor Milton, hubo un problema.

—¿Ahora qué? —Había pasado menos de veinticuatro horas cuando tuve que intimidar a Robbinson por un llamado como este, de la misma persona. La madama se aclaró la garganta.

—Su chico, Alexander, ha metido burundanga en una fiesta.

—Maldito bastardo...—Dije más para mí que para ella. Como dije, había ciertos límites. Si trabajabas para mi había ciertas cosas que, simplemente, no podías hacer. Y la violación y el secuestro de inocentes era algo que no aceptaba bajo ningún término. —¿Es una de tus chicas?

—Si...—Respondió luego de un titubeo. Fruncí el cejo, me parecía raro, pero no tenía ganas de darle vueltas al asunto. Tampoco es que me importara más de la cuenta la vida de una prostituta. Las cuidaba y ya. Ese era el trato.

—¿Está bien? ¿Le hizo algo?

—No le hizo nada... La drogó y se fue... Solo quería avisarle.

—Entendido—. Dije y luego corté la llamada.

Me pasé las manos con frustración por el rostro. Últimamente parecía el niñero de las prostitutas y los dealers... Si seguía así iban a perder todo respeto hacia mí.

Hoy me encargaría de Alexander, pero luego le daría esta tarea a alguno de mis hombres. Ya no más trabajos estúpidos. Era el puto jefe de esta ciudad, los gobernantes, la policía, todos respondían a mí. No puedo andar metido en problema de niños.

Cuando di por comenzado mi día lo primero que hice fue mandar a llamar al pequeño y estúpido dealer de la zona sur. No era la primera vez que me causaba problemas y, esperaba, hoy sería lo bastante claro para que ya no volviera a tocarme los cojones.

—Señor...—Me saludó cabizbajo cuando entré al cuarto donde me estaba esperando.

—¿Se puede saber qué mierda haces tú con burundanga?

—Yo...

—¡Nada! —Dije dando un golpe seco a la mesa mientras él se sobresaltaba. —Sabes muy bien que mi gente no hace esa mierda. Si tienes el pito caliente vas y pagas para coger, pero no violas, Alexander. Y no usas esa mierda. ¿Quién te lo dio?

—Nadie.

—¿Quién carajo te lo dio? —Lo agarré del cuello de su camisa aproximando su rostro al mío. —Sé que eso no salió de mi gente.

—Gutierrez. Fue Gutierrez... Él está vendiendo eso en la franja y me dio para vender un poco. —Apenas podía salir la voz de él por mi apriete. Lo solté.

—¿Estás con Gutierrez? Muy bien...—Le di la espalda. —Dale un mensaje a Gutierrez...—Saqué una navaja de mi saco. Volví a girarme hacia él mientras jugaba con el filo de ésta. Alexander abrió los ojos asustado.

—Espera, espera por favor...—Estaba nervioso. —Debes saber algo, esa chica estaba vendiendo maría y coca. —El interés hizo que bajara un momento la navaja.

—¿Cómo lo sabes?

—Vi su comportamiento... Vi como la rodeaban y como...

—Ella es una de las chicas de Charlotte. —Le interrumpí.

—No. Era una dealer. Sé lo que vi...

—La que me avisó fue Charlotte. —Revelé. Nunca revelaba mis fuentes, al contrario, las protegía. Sin embargo, lo hice.

—Entonces tu puta te está traicionando...—Vi cómo Alexander volvía a tener seguridad sobre la situación. No dejé que pensara eso y, sin movimientos previos que lo previniera, clave la navaja en su mano dejándolo unido a la mesa.

—No te olvides de darle el mensaje a Gutierrez. Desaparece de mi zona, porque si no yo te desaparezco a ti.

Me fui sin mirar atrás. Gutierrez era uno de los jefes de los cárteles más fuertes de México. Él sabía muy bien que en mi territorio las reglas las ponía yo. Y que, si quería vender mierda, se tenía que abstener a las consecuencias. Había reglas, reglas que yo puse y reglas que me encargaré que todos cumplan.

Luego de llamar a Charlotte y preguntarle donde estaba, me dirigí hacia allí. Quería ver quien era la puta que rompía las reglas y si Charlotte tenía que ver realmente en esto.

Cuando llegué al sótano del club donde ella vivía, pude ver a una niña de pelo rojizo tirada en el suelo. Supuse que era ella la que había pagado las consecuencias de la burundanga. No había de qué preocuparse realmente si esta mocosa vendía droga. ¿Qué era? Un par de porros como mucho. Apuesto que se largaría a llorar apenas me viera frente a ella.

—¿Me estás traicionando, Charlotte? —Le pregunté finalmente a la madama. La conocía hace demasiado tiempo como para saber que algo me estaba ocultando. Su cuerpo hablaba por ella. —Dime, Char ¿Qué ocultas?

—Ella...—Titubeó apuntando a la niña en el suelo. —No es una de mis chicas... Pero planeo sumarla. Mira esas curvas...

—Es una niña. —Protesté. —Además vende droga y no para mí. —Ella abrió la boca en una O.—Cuando despierte la envías lejos, que no vuelva a nuestra zona. Si quiere vender, entonces que sea fuera de mi ciudad. Díselo y que le quede claro.

—Entendido. —Asentí y miré una última vez a la mocosa. No podía creer que había perdido medio día por una niñita y su aventura de vender dos porros. Maldito Alexander. —Mándame una rubia. —Le pedí antes de irme.

Necesitaba sacarme el estrés y no había mejor forma que coger. No necesitaba prostitutas, pero tampoco veía como ir a por una chica a estas horas del día sin que me tiraran el café por la cabeza. Charlotte sabía mis gustos: una rubia, voluptuosa, que no formara parte de sus chicas, si no de las amargadas amas de casa desesperadas por dinero y mal cogidas por su marido. Esas las disfrutaba más...

—¿No prefieres una de pelo rojo? —Escuché que preguntaba con diversión a mis espaldas.

—Es una maldita niña. —Dije más molesto de lo que esperaba. Ya había sumado demasiados delitos en mi vida, pedofilia era uno que no pensaba sumar y que, encima, me daba asco. —No me mandes a nadie, Charlotte. Me acabas de quitar las ganas.

INFERNO || +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora