Aurora
Lo odiaba. Odiaba con cada fibra de mi ser a ese hombre tan repudiable. Me había amenazado, me había hecho llorar, me había apuntado con un arma.
No podía sacarme de la mente la amenaza al otro hombre. Mataría a su esposa embarazada. ¿Quién puede llegar a ser tan cínico? Me sentía pequeña allí tirada en el piso. Cuando él se hizo sobre mí, mirándome desde su altura, no podía pensar en otra cosa que en llorar y rogar que no me matase allí mismo.
¡Joder! Que estúpida fui al jugar a un juego que no me pertenecía. Debería haber escuchado las advertencias de Charlotte. Pero mi padre cada día me daba más productos y cada día yo volvía más forrada.
Al tercer día de venta, mi padre me dejó quedarme con el cincuenta por ciento de la ganancia total. ¡Eso era muchísimo! Pero ya estaba. Aquello había acabado para mí, definitivamente.
Había podido ahorrar un poco, tenía suficiente para mantenerme un par de meses sin depender de mis ingresos en el bar. Eso estaba bien. Carajo, estaba muy bien. Quizás podría comprarme alguna prenda de ropa nueva, o incluso guardar lo que más pudiese para mi fondo universitario.
Me cegué. No hay otra explicación. Quería ir a la jodida universidad y esto, que parecía ser tan malo, me estaba dando una mano gigante. Estaba persiguiendo mi sueño, estaba tomando un atajo. ¿Tan malo era aquello? Pues, al parecer, sí.
Solo recordar sus ojos mirándome fijamente tiemblo de nuevo. Anoche había soñado con él. Me sostenía contra una pared, con fuerza. Me miraba ferozmente, con rabia, su rostro a centímetros del mío. Pero, cuando por fin creía que me iba a asesinar, me besaba.
Me había despertado acalorada y temblorosa. Lo odiaba, me aterraba, pero de igual forma lo deseaba en mi subconsciente. Estaba enferma.
Tuve que resistirme de tomar el vibrador en el cajón de mi mesita de noche. Me abstuve por la vergüenza que me generaba tener aquellas sensaciones con este señor tan peligroso. Pero no estaba ciega, claro que no. Si no me hubiese amenazado, si no me hubiese dado mala espina, seguramente me hubiera pavoneado a su alrededor con tal de captar su atención.
Había que estar ciega para no notar la belleza que se alzaba frente a una. Sus músculos, la camisa que le quedaba entallada alrededor de ellos, esos ojos que quedaron anclados en mi memoria, su boca carnosa, su barba corta y prolija que contorneaba su mandíbula filosa.
Quité esos pensamientos de mi mente, aquello tenía un nombre, síndrome de Estocolmo. No me había secuestrado, pero podía calificarse como tal, supongo.
Por la tarde decidí pedir noche libre en mi trabajo. Agradecí que accedieran de inmediato, necesitaba distraer mi mente, irme lejos, pasarla bien. Sabía quién era el correcto para aquello y, de nuevo, la culpa no me movió ni un pelo.
Cuando Gaspar aceptó ir conmigo a la fiesta del lago no me sorprendió. Mi ex novio siempre aceptaba todo lo que le pedía, estaba a mis pies y eso me encantaba. ¿Usar al chico que me engañó y destrozó mi corazón estaba mal? ¿Me convertía en mala persona? Entonces me declaraba la peor de todas...
La fiesta en el lago estaba a rebosar. No sabía que vendría tanta gente, por lo general eran más tranquilas, pero esto no me molestaba en lo absoluto. No hoy. Hoy quería emborracharme y bailar hasta desmayarme.
Gaspar se bajó primero de su camioneta y dio la vuelta rápido para abrir su puerta para mí. Me tomó de la cintura una vez estuve a su lado y juntos nos encaminamos hacia el resto de la gente.
Vi como la chica con la cual me había engañado me miraba furiosa en brazos de su nuevo novio.
—Aurora, amor, iré a saludar a los chicos— me avisó Gaspar y yo solo sonreí y asentí como la nena buena que aparentaba ser.
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INFERNO || +21
RomanceAdvertencia: Sexo explícito, lenguaje inapropiado, drogas. +21 años Ella tiene nombre de princesa, pero está lejos de ser una. Sobrevivir para ella significa meterse en asuntos turbios, y no le tiembla el pulso al ir a por ello sin pensar en las con...