Capítulo IX

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Capítulo IX

  El tiempo había pasado en medio de sus vidas. Sin embargo, cinco años y medio se habían convertido en una eternidad para Richard, mientras que para Brooke, simplemente era tiempo. Su pequeña felicidad se llamaba Michelle Josefine y era idéntica a su padre, aún cuando por sus labios jamás se enteraría de esa verdad; aún sentía rencor por lo que Richard le había hecho y no había sido fácil olvidarlo.

Como tampoco lo era eliminar ese odio que sentía cada vez que recordaba siquiera su nombre: Richard Graham.

_ Mami, léeme un poco más.

_ Michelle, tengo que ir a trabajar. Debo ayudar a tu tía Alejandra a terminar los vestidos que nos faltan.

_  Mami… solo un poquito._ expresó con un tono de suplica.

_ Mmm… está bien._ sonrió, mientras abría nuevamente aquel libro y empezaba una vez más aquella lectura: “Encerrado en una cueva helada, él se entretiene observando las cosas que le refleja su soledad. Conformándose, al mismo tiempo, con tan solo ver como el mundo pasa sin arriesgarse a involucrarse más. Ha perdido sus fuerzas y el deseo de luchar…”

   Todavía el silencio en él se hace tan frío y tan vivo. El tiempo en él no se ha detenido y sigue como si guardara tras su mal humorado temperamento, lágrimas de dolor que él solo conoce y que en su silenciosa voz oculta para no delatar su realidad.

   El silencio y el vacío que siente dentro ha llevado a recordarle su pasado y la manera en que se hizo amigo de la soledad. Mientras tanto, sus ojos azules se han apagado, han perdido ese brillo mágico que vivía en su mirada. Las fuerzas se han escapado de sus manos, no por cobardía, ni por miedo, sino por aquella ceguera que había tapado sus ojos, dejando escapar a lo que más amaba. Alejándolo de su vida por una falsa verdad que él quiso creer y en la cual aquel ser que tanto le amaba no quiso insistir más en hacerle ver su error y terminó acatando su decisión. La tomó con dignidad y con la frente en alto, sin derramar ni una lágrima más. Ella era inocente y él no quiso creer en su inocencia

_ Alejandra te nos casas el sábado… ¡Aún no puedo creerlo!_ le había expresado Brooke a su amiga. A aquella que había sido como una hermana para ella, durante ese tiempo, lejos de Nueva York.

_ Yo tampoco. Es que nunca imaginé que sería la próxima después de que Kate se casó con Kevin… Ni siquiera pensé que Alexander pudiera poner los ojos en mí. Un gran médico y yo solo una costurera…

_ Y una gran mujer._ le expresó él al acercarse sin que ellas lo esperaran_ La más maravillosa.

_ ¡Alexander! ¿Qué haces aquí?... No te esperaba._ dijo al instante en que él la abrazaba.

_ Es que te extrañaba mucho… Me hacías falta.

_ Me estás haciendo ruborizar.

_ Yo los dejo…_ les dijo Brooke al querer darles un espacio_ Voy a buscar a Michelle antes de que empiece a llover. Con su permiso._ dijo y me alejé de allí.

Brooke estaba feliz por todo aquello que les ocurría a sus amigas, aun cuando siempre se preguntaba por qué había sido todo tan diferente en su propia vida. Ella siempre había sido sincera. Siempre había procurado ser honesta... Pero la vida le había dado un camino lleno de espina, y la había herido, al hacerle creer en el amor.

Fue en busca de su hija, el cielo estaba gris y empezaban a caer pequeñas gotas de lluvia.

_ Michelle, vamos a entrar… Va a llover.

_ No mami, yo quiero jugar._ dijo y empezó a correr mientras ella intentaba agarrarla – ¡Vamos a jugar a las escondidas!

_ Michelle, mami está cansada. Deja de correr, está empezando a llover y no quiero que te mojes.

_ ¡Mami, atrápame!…

   Ella corrió más fuerte, parecía un conejito cuando no se quiere dejar atrapar. Brooke corrió detrás de ella, mientras empezaba a llover con más fuerza. La tarde desaparecía detrás de aquel cielo gris, hasta hacerse negro por completo.

_ ¡Michelle, no salgas por esa puerta!_ le gritó al verla salir a la calle.

   Aquel instante marcaría su vida una vez más. De una manera particular, sin ni siquiera esperárselo. Corrió al ver que ella salía. Sentía el corazón comprimido al sentir el peligro que le pudiera ocurrir.

_ ¡Michelle, cuidado!_ gritó a todo pulmón, al tomarla en brazos, justo en el instante en que intentaba cruzar la calle por si sola.

Todo había sido tan rápido. La tomó en brazos y al voltear la mirada hacia la izquierda, vio las luces de aquel automóvil que por poco las atropella. Se movió lo más rápido que pudo hacia el otro lado de la carretera, mientras llovía con más fuerza.

Lo había hecho de manera inconsciente o por intuición… no lo sabía.

 La impresión de aquel momento heló la sangre en sus venas. Todo aquello que nunca pensó sentir, lo sentía, sintiendo al mismo tiempo aquel temor que ahora le seguía.

_ ¡Brooke! – exclamó Richard al levantarse bruscamente de su cama. Una corazonada le había dado a sentir aquel peligro._ ¡Brooke!

   Se sentía asfixiado, como si de pronto perdiera una parte de sí. Y empezó a caminar desesperadamente de un lado para el otro, hasta salir de su habitación.

_ ¡Michelle, no vuelvas a hacer eso! ¡No lo vuelvas a hacer! – le dijo Brooke enojada a su pequeña hija, mirándola a los ojos.

_ ¡Mami, yo no quise ponerte brava!_ expresó tristemente al instante en que empezaba a llorar. 

_ Mami no está brava, sino preocupada… si te hubiese ocurrido algo no me lo perdonaría. Tu eres mi vida, mi todo..._ y la abrazó con más fuerza mientras las lágrimas también bañaban su rostro, al mismo tiempo, en que se disponía a regresar de nuevo a casa. 

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