Día 4: Tiempo de calidad

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Gran parte de su tiempo la pasaban en la U

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Gran parte de su tiempo la pasaban en la U.A. Ser maestro y tener a tu cargo a los estudiantes más problemáticos del año no era una tarea fácil. Tanto el héroe nocturno como el que alguna vez fue el Símbolo de la Paz dedicaban gran parte de su tiempo semanal a los alumnos y todo lo que estuviera relacionado con ellos.

Porque al final, de ellos dependería la seguridad de los ciudadanos en un futuro no muy lejano.

Gracias a esto, no eran capaces de pasar tiempo juntos fuera de la institución o mantener una conversación que no tratara sobre exámenes, las malas notas de Kaminari o la tercera vez en esa semana que el alumno problema -y favorito del rubio, aunque lo negara- terminara en enfermería.

Recovery Girl ya les advirtió que la próxima sería ella quien les rompería los brazos a ambos. Y no los curaría.

Pero los fines de semanas todo era diferente.
Acordaban anticipadamente en cuál casa pasarían esos dos días libres y se dedicaban únicamente a estar tranquilos, ellos dos y la pequeña Eri que el azabache tenía a su cuidado.

Las mañanas comenzaban cálidas y tenían un tacto suave gracias a las sábanas cubriendo sus cuerpos.
El primero en despertar -como era usual- era el rubio con sus mechones largos de cabello que caían a cada lado de su rostro despeinados y una melena negra que más despeinada de lo usual se esparcía por todo su pecho y ocultaban el rostro de su dueño.

Siempre se preguntaba cómo podía respirar tiendo las sábanas tapando su rostro por completo junto con su cabello revoltoso.

Pero le gustaba. Adoraba la calidez que emanaba el cuerpo del azabache aferrado al suyo, la tranquilidad en su respirar y los suaves ronquidos o palabras sin sentido que pronunciaba incompletas entre balbuceos.

Dio media vuelta en su lugar dispuesto a dormir unos minutos más abrazado a su novio, pero tres toques pausados en la puerta de su dormitorio lo alertaron.
Levantó la cabeza para poder hablar claro -pero no lo suficientemente alto para despertar al azabache- a la otra persona tras su puerta.

-Puedes pasar Eri-chan -

Con lentitud y algo dudosa abrió la puerta asomando su pequeña carita entre esta y el marco de la misma.

-Bu-buenos días Yagi-san... Disculpe si lo desperté...-

La niña jugaba con sus dedos y la tela de su pijama entre ellos, nerviosa. Eso solo hacía enternecer al corazón del rubio que con una sonrisa habló:

-No has despertado a nadie, no te preocupes. Ven aquí Eri-chan, puedes entrar si quieres -

La pequeña solo negó con la cabeza repetidas veces, quizás avergonzada, el rubor adornando sus rechonchas mejillas la delataba.

-Y-yo solo quería saber si podía desayunar ahora... E-en la tele están dando mi dibujito favorito, y-y quería verlo mientras desayunaba Yagi-san...- Murmuró lo último con vergüenza y sin despegar su mirada de su pijama que arrugaba entre sus pequeños dedos.

Toshinori moriría ahí mismo. Le estaba costando no toser sangre en ese momento a causa de la dulzura de la pequeña que aún seguía parada entre su puerta y el marco.

-Claro que puedes Eri-chan, ve yendo a prender el televisor que ahí voy a preparar el desayuno -

La pequeña albina le sonrió de oreja a oreja para luego a asentir rápidamente y antes de darse la vuelta e irse, hizo una pequeña reverencia. Acción que solo hizo reír entre dientes al rubio y se despidió de ella de la misma forma antes de voltear su rostro al bulto debajo de sus sábanas que era su novio.

-Aizawa-kun, iré a hacer el desayuno, por favor sigue descansando - Susurró cerca de su cabeza dónde creyó estarían sus oídos escondidos.
Recibió algo parecido a un gruñido como respuesta que lo hizo reír y antes de levantarse dejó un beso sobre las sábanas, encima de su cabeza.

Cuando llegó al comedor estaba la pequeña albina sentada en el sillón mirando su programa favorito dónde había marionetas hablando y presentando diferentes dibujos animados y sketches. Se acercó a ella, y con una mano acarició su cabeza despeinándola, recibió una dulce risa y un "buenos días" en respuesta, palabras que también devolvió con la misma alegría en su sonar.
Se encaminó a la cocina para preparar la leche con chocolate y las tostadas con mermelada para Eri, él se tomaría un café con leche y aprovecharía en hacerle uno amargo al azabache que seguramente no tardaría en levantarse.

Estaba terminando de untar la mermelada en la última tostada de la pequeña niña sentada tras él tomando su leche con chocolate, cuando escuchó unos pasos arrastrándose por el pasillo. Giró su vista hacia el reciente ruido y vio a lo que parecía ser su novio, pero envuelto en sus sábanas. Como una oruga queriendo evitar salir de su crisálida.
Iba a romper en risas, pero se contuvo cuando la albina se acercó a él y lo abrazó por las piernas -que era hasta donde llegaban a abrazar sus pequeños y cortos bracitos- y con una sonrisa le dio un "buenos días" a él también. El azabache solo se dejó hacer, creyó escuchar unos simples "buenas" saliendo a duras penas de su boca antes de que la niña lo soltará y volviera a su asiento a continuar con su desayuno a medio terminar.

-¡Buenos días Aizawa-kun! Veo que-... -

-Tú... -

Sus palabras fueron interrumpidas de inmediato por el azabache quien se paró frente a él lo más cerca que pudo, dejando al contrario algo confundido y nervioso, preguntándose si hizo algo mal.

-¿Por qué te levantaste tan temprano? -

-¿Eh? A-aizawa-kun, te dije que me levantaría a hacer el desayuno... -

-... No te escuché -

El rubio solo se limitó a soltar una pequeña risa entre dientes para luego agarrar la taza de café perteneciente a su novio.

-Lo lamento Aizawa-kun, la próxima me quedaré más tiempo. Ten, lo hice amargo como te gusta - Pronunció por último tras pasarle su respectiva taza.

Lo agarró con una mano y se lo llevó a la boca con cuidado de no quemarse, saboreando la amargura y el aroma. Pasó su lengua por sus labios, sabía bastante bien.

-No está nada mal -

Y se paró de puntillas para depositar un pequeño beso sus labios.

En cuestión de segundos ya se había dado la vuelta y sentado en una de las sillas vacías junto a la albina quien seguía entretenida en su programa favorito. Mejor para él.
El rubio solo despabiló de su ensoñación con las mejillas ligeramente coloradas, cuando recordó que estaba untando mermelada a la tostada de Eri. Terminó con esto y se acercó a la mesa junto a los otros dos a terminar su desayuno ahí.

Le gustaban estas mañanas de fin de semanas, la tranquilidad era palpable, no existían las preocupaciones y las risas de la pequeña Eri inundaba el lugar. Y él y el azabache a un lado suyo podían disfrutar de ello y sentirse bien consigo mismos.

 Y él y el azabache a un lado suyo podían disfrutar de ello y sentirse bien consigo mismos

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