Capítulo 15

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Cuando estás al filo de la muerte, bailando sobre la fina línea, lastimándote los pies, piensas en cosas que de hecho no tienen sentido alguno.

Piensas en lo que te pasó hace diez años, en como pudiste haber cambiado aquella acción y por ende cambiar todo tu futuro, tu destino.

Piensas que, tal vez, cambiando esa mínima acción, todo hubiese sido completamente diferente y no estarías en ese momento agonizando muy lenta y dolorosamente.

O puedes pensar también en cómo te sientes, físicamente.

Puedes sentirte de diversas maneras según cómo estés muriendo.

Imagina por un momento que eres herido con un arma blanca, no importa el tipo ni el lugar en el que te hayan herido. Cuando eres herido por un arma blanca sientes que comienza a faltarte el aire en el punto exacto en donde te atacaron. Sientes como si en ese punto el suministro de oxígeno se detiene por completo y desde allí se va propagando la falda de aire por todo tu cuerpo, como un dominó. Sientes una enorme presión en ese lugar, como si unas grandes manos lo apretaran con mucha fuerza.

Y te ahoga.

Ahora imagina que son medicamentos, suponiendo que optes un suicidio. Tu cuerpo, tu cavidad bucal, reacciona negativamente ante la ingesta de estos medicamentos, a veces te dan ganas de vomitar. Y esa es una señal del organismo automática advirtiéndote que tienes que deshacerte de aquellos químicos. Aún así no vomitas. Son algunos minutos que parecen eternos en donde estás esperando algún efecto. Entonces tu cuerpo empieza a temblar, pero lo asocias con el frío del entorno, aunque estés en primavera. El cuerpo tiembla, pero no sientes frío. Como cuando tiemblas por miedo. Exactamente así. Luego, te mareas y necesitas reposar, sentarte o acostarte. Y después, en algún momento que desconoces, tus párpados caen y ya no despiertas. Y es tan rápido que parece como si parpadearas.

Sólo que no vuelves a abrir los ojos.

A diferencia de la muerte por arma blanca, la muerte por medicamentos es mucho más sutil y discreta. Abre con cuidado la puerta esforzándose en que no rechine y camina de puntitas hacia nosotros.

Pero cuando la muerte es descubierta de pronto, a medio camino de ella con su víctima, se aleja y huye lejos, con miedo de ser vista.

Y la persona se salva. Sólo por un tiempo.

Cuando desperté me vi a mí misma sobre el sofá grande de la sala con todos sentados a mi alrededor, quienes, en cuanto me vieron abrir los ojos, pronto se acercaron a mí con alivio y al mismo tiempo preocupación.

Miré a mi alrededor.

¿Qué hora era?

Las luces estaban prendidas.

—Rox, cariño, ¿estás bien? —preguntó mamá acariciándome la mejilla con cierta desesperación.

—¿¡En qué estabas pensando al estar afuera después de las 17:00 pm y tirarte en medio de la calle como si nada!? ¡¿Acaso querías que te mataran?! —gritó Ryan exaltado, abrí mi boca para hablar pero él de pronto me abrazó con fuerza—. Idiota, no se te ocurra volver a hacer semejante estupidez.

—¿Estás bien? —preguntó Yarilth. Al verla, estaba sentada junto a Luka, quien me observaba con notoria preocupación.

Yo asentí con la cabeza —Estoy bien —miré nuevamente a mi alrededor—. ¿Y papá?

—Él... —mamá bajó la mirada.

—¡No me digan que murió! —salté de golpe del sillón, asustada.

—No, Rox. Él salió a la calle a buscarte después de que no contestaras las llamadas y mensajes. Creyó que te había pasado algo, todos lo—

La puerta se abrió de golpe y de él entró papá.

Estaba cansado, agitado y parecía haber estado llorando, pues tenía los ojos algo hinchados.

Al verme, se quedó en la puerta quieto unos segundos.

Todos guardamos silencio.

No estaba muy segura si estaba feliz o enojado de verme, su rostro mostraba emoción y una furia creciente.

Luego de un rato miró en su alrededor. Las luces.

—¡Cierra las malditas puertas, Rox!

—Lo siento. Lo siento. Lo siento... —repetía angustiada mientras corría a ellas.

—¡Si ellos llegan a descubrirnos, será tu culpa, niña! ¡Claudia, las luces! ¡Ryan, desenchufa todo lo que esté conectado a la corriente!

—Papá, déjame que te explique... —Le pedí entre puerta y perta.

—¿¡En qué pensabas, maldición!?

—Yo quería ayudar a Luka...Y a Yarilth.

—¿¡A costillas de tu vida!?

—Pero los salvé.

—¡¡¡Pero pudiste morir!!! ¡¡Eres tú nuestra hija, no ellos!! ¡¡¡Si algo te hubiese pasado A TI, nosotros sufriríamos demasiado, si ellos llegasen a morir, estaríamos un poco tristes y por poco tiempo, pero lo superaríamos!!!

—¡¡Ustedes lo superarían, no yo!! ¡¡¡Le matamos a su madre, su padre estaba desmembrado en su casa y su hermana estaba escondida detrás de un contenedor de basura con la única compañía de su perro, pudiendo morir en cualquier segundo!!! ¡¡Se lo debíamos!! ¡¡¡Yo se lo debía!!! ¡¡Y aunque no se lo debiera, no pensaría dos veces en salvar a alguien aún si eso signifique morir, porque moriría haciendo algo bueno!! Ustedes me educaron así..., deberías estar feliz por eso y no enojarte conmigo... Míralos —me giré sobre mi eje y los observé, sentados en un sillón, Yarilth jugando con Freddy—. ellos están juntos, y fue gracias a mí —volví a ver a papá—. No voy a disculparme por unir a una familia, papá.

Él miro a Luka con Yarilth y pude ver que de la comisura de sus labios se escapaba una sutil pero notoria mueca. Una sonrisa.

Entonces me abrazó con fuerza, con miedo de que, si me soltara, pudiera irme lejos de su alcance, de su vista y de su protección.

—Tenía miedo de perderte... —susurró en mi oído.

—Lo sé, papá...

—No quiero que te pase nada. No quiero perderte.

—No me perderás —le aseguré, como si viera el futuro.

—¿Me lo prometes?

No me gustaba hacer promesas, más cuando no sabía qué podía pasar el día de mañana. Sólo me atrevo a apostar a algo si tengo la certeza de que mi apuesta va a ganar.

Tampoco me ha gustado mucho apostar, no lo he hecho casi nunca, pero las pocas veces que lo hice he ganado, todas y cada una de ellas.

Tengo una notoria experiencia reconociendo causas perdidas y apuestas ganadoras, y esta no era una apuesta ganadora, aunque ciertamente tampoco era una causa perdida.

Era un empate.

En esas décimas de segundo tenía que evaluar cuál de estas dos opciones era la de más valor.

Cabía la posibilidad de que una de esas cosas nos asesinara, y eran cien a uno, teníamos pocas chances de salir vivos.

Por otra parte, podríamos encontrarnos en algún lugar libre de esas cosas, a salvo. Podrían simplemente extinguirse o sólo desaparecer.

Esa posibilidad era nula.

La opción que más pesaba era la segunda de ellas; una causa perdida, y aún así, aposté con todo en mi contra.

—Te lo prometo.

La hora más oscura [√]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora