Capítulo 20

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Pasamos por lo que parecieron ser horas caminando a la nada por el bosque. Ya no sabía si seguíamos en la ciudad o la habíamos dejado atrás, y tampoco podíamos comunicarnos porque los celulares o estaban sin batería, o sin señal, o...

Habían quedado en el auto.

La imagen de los últimos segundos antes del choque venía a mi mente a escondidas, como fugitivos, y justo cuando los intentaba atrapar para encerrarlos en el cajón que está profundamente en mi memoria, donde están los recuerdos que no quiero saber que están ahí pero están, se volvía a escapar entre mis dedos haciéndome burla.

Estaba agotada, física, mental y emocionalmente, y aún así papá no detenía su caminata, así que nosotros, para seguirle el paso, continuábamos junto a él.

—¿A dónde vamos, Richard? —preguntó mamá.

—No lo sé. Lejos. Tenemos que mantenernos en movimiento, no podemos quedarnos en un solo lugar.

—¿Y no podríamos descansar sólo unos minutos? —pregunté, pero él hizo caso omiso a mi pregunta.

—Ella tiene razón, cariño —interfirió mamá—. Hemos caminado por horas. Incluso parece que está por amanecer —comentó mirando el cielo.

Yo levanté la mirada hacia el cielo, hacia el horizonte. Era difícil percibirlo con claridad por la inmensa cantidad de árboles, pero ciertamente, el cielo que antes estaba pintado de un oscuro azul, con lentitud, se iba transformando en un tono rojizo.

Admitía que la vista era muy bella, a pesar de que las circunstancias no fueran las ideales.

Nunca habíamos ido a acampar al bosque, y una de las tantas razones de por qué no lo habíamos hecho era porque en medio de la ciudad no habían bosques.

Otra de las razones era que papá se rehusaba a viajar kilómetros para encontrar un bosque en el cual pudiéramos acampar.

Jamás había tenido esa experiencia.

Me preguntaba cómo sería.

Si las circunstancias fueran las ideales, tal vez este sería un grato viaje.

Papá resopló con fuerza mostrando su descontento.

—Está bien. Diez minutos, luego seguimos avanzando.

—¿Avanzando hacia dónde? —solté de mala gana mientras me sentaba en el suelo con la espalda apoyada contra el tronco de un viejo árbol. Doblé mis piernas contra mi pecho y las abracé, apoyando mi cabeza sobre mis rodillas.

Papá me miró con desagrado. Iba a responder, pude verlo, pero se guardó su respuesta para sí mismo y se sentó sobre una roca a más o menos tres o tres metros y medio.

Luka se sentó a mi lado.

—Hey... —me dedicó una sonrisa leve intentando animarme.

Miré su rostro, su tonta expresión. Di vuelta la mirada. No quería verlo así. No quería verlo y recordar que él me había apartado del todo de los brazos de Ryan.

—¿Estás bien?

—¿Estoy bien? —repetí su pregunta. ¿Era broma? ¿En serio preguntaba eso? Separé mi cabeza de mis rodillas y lo miré—¿Que si estoy bien? ¡Claro que estoy bien! ¿¡Por qué no habría de estarlo!? ¡Mi hermano murió hace menos de veinticuatro horas por un accidente de auto causado por unos monstruos de mierda que literalmente nos arrebataron la vida como la conocíamos! ¡Claro que estoy bien! ¿¡Por qué no estarlo, no!? —Me sonreí con sarcasmo.

—Amm..., disculpa —Yarilth estaba parada frente a mí, un poco temerosa. Estaba a cierta distancia. Sólo en ese momento entré en la cuenta de que había reaccionado mal.

—Lo siento, Yarilth, ¿qué se te ofrece?

—¿Tu hermano se fue al cielo? —preguntó con cautela. Esas palabras me golpearon más fuerte de lo que esperaba.

Mi pecho me dolió. Iba a llorar, pero no quería preocuparla o asustarla aún más, así que me contuve.

—Sí, él... —mi voz estaba quebrada, así que me aclaré la garganta y volví a hablar— Él está en el cielo ahora —forcé una sonrisa, lo más creíble que podía.

No era mi mejor trabajo.

—Entonces estoy segura que mamá y papá lo van a cuidar, así que no te preocupes, él va a estar bien —me sonrió con gentileza y dulzura.

No podía creer sus palabras, tan generosas, humildes, tiernas, inocentes...

Sin pensarlo dos veces sólo la tomé en mis brazos y la abracé con fuerza queriendo consolarla.

Queriendo consolarme.

Luego de un rato, acaricié su espalda, la solté y le dediqué una sonrisa, a la cual ella respondió con otra y se fue con Freddy.

—Oye —esta vez me dirigí a Luka—, lo siento. Yo...

—Está bien —me interrumpió—. Si algo sé es que cada quien enfrenta las pérdidas a su manera. Tranquila —me sonrió con gentileza poniendo una mano sobre mi hombro para brindarme tranquilidad.

De algún modo había funcionado. La tristeza y el dolor no habían desaparecido, seguían ahí, latente. Pero de alguna forma él cubrió la tristeza y el dolor como se cubre una herida abierta con un parche, y de esa forma, ya no estaban presentes en la mente.

Al menos no conscientemente.

—Es una hermosa vista, ¿no te parece? —preguntó él viendo amanecer, donde con precaución el sol se asomaba por el horizonte infinito, cubriéndonos con su calidez.

—¿Haz acampado alguna vez? —pregunté de pronto.

Él se rió ante mi pregunta sin sentido.

—Sí, ¿tú no?

Yo negué con la cabeza, sabiendo que él posiblemente me estuviese viendo por el área de visión periférica mientras se concentraba en el horizonte. Sus ojos, color café, se iban iluminando a la par del avance del amanecer, volviéndolos un bello color miel.

—Cuando todo esto termine te llevaré a acampar. Todos acamparemos.

—¿Cómo estás tan seguro de que va a terminar?

—Todo el mal se termina en algún momento.

—¿Y si ya estamos muertos para cuando eso ocurra?

—¿Tan poca fe tienes?

—¿Tú tienes fe?

—Si llegamos a estar muertos para cuando eso ocurra —me observó—, te buscaré en la siguiente vida y vamos a acampar.

—¿De verdad?

—Sí. Aunque repito, no creo que vayamos a morir antes que eso ocurra.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo.

—Te recuerdo que me molesta que rompan una promesa.

—No recuerdo que me lo hayas dicho antes —me sonrió con gracia.

—Entonces te lo informo ahora.

—No tenías que hacerlo de todos modos, no pienso romper mi promesa.

—¿Pinky promise? —le ofrecí mi meñique. Él observó mi mano y luego me observó a los ojos.

—Pinky promise —entrelazó su meñique con el mío.

—¡Oigan! —un hombre gritó desde lejos y todos nos pusimos en alerta. Papá se levantó y se paró al frente mientras los demás estábamos detrás de él.

Los arbustos se movían. Algo o alguien quería salir.

Cuando finalmente se abrieron, un hombre salió de ellos, seguido por una mujer y un pequeño niño. El hombre parecía rondar los cuarenta años, la mujer treinta y pocos y el niño incluso era más pequeño que Yarilth, tal vez con cuatro o cinco años. Seis a lo mucho.

—¡Aléjense! —advirtió papá en un tono amenazador. Estaba dispuesto a atacar de ser necesario.

La hora más oscura [√]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora