Capítulo 36

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Cuando una tragedia es inminente, tu cuerpo entra en un estado de negación absoluta.

Porque sabe que la tragedia está justo del otro lado de la puerta, tocando y llamando, esperando a que le abran.

Pero el cuerpo no está preparado para su visita.

Entonces ignora que está ahí y sigue con lo suyo, hasta que en algún momento la tragedia se cansa de tocar y llamar y entra sin permiso.

Pero hasta entonces, el cuerpo tiene tiempo de prepararse para su emboscada.

Y es tan iluso y patético, que en vez de prepararse y que no le afecte tanto su llegada, solo se queda negando su presencia mientras puede.

Hasta que ambos terminan frente a frente.

El ser humano es, ciertamente, patético.

Mientras todos se volvían a acomodar en la casa, pude sentir desde atrás de mí que Luka se iba acercando.

—Rox... —me dijo.

—¡¡No!! —lo interrumpí—. Sé lo que vas a decir, así que no lo hagas.

—Rox, tienes que aceptar que él tal vez...

No pude contenerme, iba a partirme en llanto, y no quería que él me viera así.

Rápidamente me marché a una de las habitaciones y me mantuve allí hasta poder calmarme.

¿Cómo había llegado hasta ese punto?

¿En qué momento el curso de los hechos cambió hasta ponerme en una mugrosa habitación intentando creer que mi papá estaría vivo en alguna parte y estaría llegando a mí en ese preciso instante?

Me levanté de la cama, caminé hacia un ropero que había frente a mí, del otro lado de la habitación, y comencé a desquitarme con él a patadas mientras las lágrimas de dolor, rabia, desesperación y tristeza se escurrían por mi rostro hasta aterrizar en mi camisa o en el suelo.

El pie me dolía, pero se sentía tan bien.

Y se sentiría mejor cuando dejase de hacerlo.

Cuanto mayor fuera el dolor, aún más grande sería el alivio al acabarse.

Tal vez aplicaba lo mismo en este caso, con papá.

Pero no quería pensar en eso.

Me negaba a pensar en eso.

Escuché que alguien tocaba la puerta de la habitación, pero poco me importaba.

Lo único que importaba era ese maldito ropero, y mi pie azotándolo una y otra y otra vez.

—¿Rox? ¿Qué sucede? —escuché desde el otro lado de la puerta, pero no llegaba a distinguir de quién era la voz.

¿Qué importaba?

Al diablo con la persona que estuviera del otro lado de la puerta.

Escuché que la persona del otro lado de la habitación intentaba abrir la puerta, pero no podía porque estaba trancada.

Me detuve solo un segundo para tomar aire.

—¡¡Largo!! —grité agitada y seguí golpeando el ropero.

Podía ver formarse unas grietas en donde estaba golpeando.

Sí.

Eso era satisfactorio.

Quería que se rompiera, que acabara en pedazos.

Aunque no podría lograr tanto, así que me conformaba con dejarle grietas, cicatrices que no podría curar.

La hora más oscura [√]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora