Día 5 - Viernes - Canadá

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Al día siguiente, la luz del sol despertó a Arthit. Miró alrededor para ver a Kong entre sus brazos, recostado sobre su pecho. Él sabía que era normal que aún no despertara, su menor debía estar muy cansado.

En efecto, Kong estaba tan agotado por lo de la noche anterior que apenas podía moverse. No tenía fuerza para nada, su cuerpo estaba adormecido, además de que se sentía muy somnoliento. Quizá no despertaría hasta que diera el mediodía, así que Arthit le dejó dormir más tiempo. Se acomodó para poder mirarlo de frente y darle pequeños besitos; su plan no era despertarlo, pero se veía tan lindo que no se podía resistir.

Sin embargo, los besos tan dulces que recibía de su esposo le daban a Kong deseos de disfrutarlos despierto y de corresponderlos igual de amorosos. Así que, medio adormilado, se removió en los brazos de su esposo para acercar sus labios y de ese modo darle los primeros besos del día.

—Ey, ¿te desperté? Lo siento. Aún es temprano, vuelve a dormir —le acarició el cabello con la esperanza de que regre a un profundo sueño.

—Mmm... Sólo quería... mi beso de buenos días —murmuró, dejando que sus labios se movieran sobre los de Arthit. Y de la forma en como despertó, igualmente Kong se quedó dormido, aún presionando sus labios sobre los de su esposo en un dulce beso.

Con una pequeña sonrisa, Arthit se apartó de Kong y le abrazó un poco más fuerte para retomar él mismo su siesta. Ese día sería enteramente para disfrutarse.

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El sol de mediodía le dio a la pareja la bienvenida luego de largas horas de sueño. Kong despertaba en los brazos de su esposo, suspirando contento al recordar su sesión de amor de la noche anterior. El observar el rostro durmiente de su sol lo hacía sentirse infinitamente más feliz, por lo que su mano viajó de forma inconsciente para acariciarle con dulzura.

En cuanto a Arthit, él estaba demasiado a gusto. La temperatura era perfecta, el cuerpo que le daba calor era muy reconfortante y las pequeñas caricias le mantenían adormilado.

—Kong... —murmuró muy bajo.

—Amor... —murmuró Kong de vuelta, con el mismo tono. Siguió acariciando su rostro, sus mejillas, sus pómulos, su mentón, todo de él hasta bajar a su cuello y de ahí al resto de su cuerpo.

—Mmmh... ¿Te duele algo? —incluso antes de abrir los ojos, Arthit se preocupó por su esposo, quien seguramente debía seguir cansado.

—Ahh... No —le ofreció una sonrisa. —Bueno, sólo siento un poco irritado allá abajo, pero supongo que era de esperarse —rio un poco, terminando por descansar su mano en la cintura de su esposo. Después, lo atrajo más hacia sí para acurrucarse mejor. —¿Tú cómo estás?

—Bien, estoy bien —giró su rostro para enterrar su nariz en el cabello de Kong. Olía tan bien, como a su hogar. Abrió los ojos poco a poco y se acostumbró a la luz. —¿Quieres que prepare la tina?

—Hhmm... Quiero... —Apartó un poco el rostro para mirarle, chocando la punta de sus narices. Le robó un besito entre risitas traviesas. —Por ahora quiero quedarme en la cama... para que me mimes —restregó la mejilla en la de Arthit.

—Aún así... No creo que puedas ir muy lejos... —le sonrió y se removió más para que su pierna le atrapará y así quedaría cubriéndolo por completo.

—No lo haré —afirmó entre risas. —Aún siento las piernas temblando por lo bien que mi esposo estuvo la noche anterior —suspiró y tiró de sus hombros hacia abajo para abrazarle. Estaba muy feliz.

Arthit empezó con pequeños besos en la mejilla, pero termino llenándolo toda la cara de besos.

—Voy a mejorar, quizá no fue muy bueno anoche, pero... voy a practicar mucho —le susurró con picardía.

VII. Escala Danjon - La luna de mielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora