Chapter Nine: Like A Puppet On A String

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Lʌs BʀυJʌs ɗє Sʌʟєм

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Capítulo Nueve: Como un títere en una cuerda

La criada canturreaba alegremente mientras removía una masa espesa que había en un cazo. Se encontraba en el comedor de la casa del reverendo Parris. Tomó un pequeño bote y vertió el líquido amarillento contenido en su interior para, a continuación, seguir removiendo la masa.

—Hola, Tituba —saludó Betty Parris—. ¿Qué haces?

—Un pastel —respondió.

—¡Qué rico! —exclamó acercándose a observar la masa—. ¿De qué es?

—Es de centeno —informó—. Me ha enseñado una vecina de Salem a hacerlo; es un pastel medicinal. Para curaros y que no tengáis esos episodios tan extraños por las noches...

—Pero si yo no estoy malita.

—Sí, sí lo estás —sentenció.

—No. —Abigail apareció inesperadamente en la habitación, había estado escuchando la breve conversación—. No estamos enfermas.

—Niñas, por las noches empezáis a correr en círculos levantando los brazos, os tiráis el suelo... Ayer mismamente Betty se puso a ladrar como si fuese un perro.

—Sabemos que es por tu culpa, tú nos haces hacerlo —decía Abigal con odio—. Mi tío no para de buscar las brujas que están destruyendo el pueblo y tú eres una de ellas.

La criada le mantuvo la mirada, desafiante, sin responder nada. Por la cabeza de Abigail corrían recuerdos de aquel día en el que la bruja hizo el rito del círculo de sal:

Tituba, inesperadamente, levantó la mano izquierda y le asestó un bofetón a Abigail en su mejilla tan fuerte que la tiró al suelo y gritó:

—¡Nunca! ¿Me has oído? ¡Nunca... vuelvas a meterme en ese círculo! ¡O lo pagarás muy caro!

No había contado nada a su tío de ese día por temor a que Tituba se enterase y le hiciese daño a ella y a su prima. Debía hacer ver a todo el mundo que aquella mujer era una de las brujas que estaban asolando Salem. Debía descubrirla y terminar con aquella pesadilla. Pero no sabía cómo.

.

Toc, toc, toc.

Ann Putman llamó a la puerta. Mientras esperaba respuesta, se vio embebida por la imagen de aquel columpio roto donde su hijo se había caído días atrás. El rechinar de la puerta al abrirse la hizo regresar de su pequeño trance.

—Buenos días —saludó, sonriente como de costumbre, la mujer.

—Ho-Hola, señora Griggs. —Ann no sabía cómo interpretar la sonrisa de la mujer, y menos conociendo la razón de la visita—; venía a darle el pésame por... la muerte de su marido.

—Oh —articuló cambiando sus expresiones por unas de tristeza y desolación—. Muchas gracias, Ann, es un hermoso detalle por su parte.

—De hecho, es mi deber como vecina de Salem que soy. —En realidad, para la señora Putman, ese era un momento incómodo del cual decidía ser protagonista únicamente por educación—. Brindarle el apoyo que le sea menester cuando...

—Pase —interrumpió el discurso. La condujo hasta el salón, en cuya mesa reposaban dos tazas de té humeantes—. Tome asiento mientras voy a por un par de trozos de pastel.

—No, por favor, no se moleste —pedía la señora Putman, que prefería abandonar el lugar cuanto antes fuese posible.

—Que sí, ya verá lo tierno y esponjoso que ha quedado —decía yéndose a la cocina—. Lo he hecho yo misma... Desde que Elizabeth se nos fue he aprendido una gran cantidad de deliciosas recetas. —Ese apunte llevó a Ann a rememorar aquel terrible accidente ocurrido en la plaza de Salem semanas atrás, aún tenía pesadillas cuando recordaba el sobrecogedor instante en el que esta se retorcía con los ojos desorbitados en la pica delante de todo el pueblo.

Las Brujas de Salem [Watty's Winner]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora