Chapter Two: Coven in the cave of the forest

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Lʌs BʀυJʌs ɗє Sʌʟєм

Capítulo Dos: Aquelarre en la cueva del bosque

Es una noche cerrada. El bosque está oscuro ¿Qué hago aquí? Quiero volver a casa.

No puedo moverme del miedo, me tiene paralizada. Los ruidos del bosque en sí ya son tétricos. Oigo búhos a lo lejos, pero el sonido que producen las cigarras con sus patas inunda todo el bosque superponiéndose al ulular de esas aves rechonchas de grandes ojos.

Arces, abedules, hayas, robles y pinos me rodean junto con sus habitantes, los arbóreos, tales como ardillas  o pájaros que hayan anidado en las ramas. Pero estos seres no se manifiestan pues, a diferencia del búho, duermen apaciblemente en su casita de madera cuando la luna reina el cielo.

Pero, sin lugar a dudas, lo que eclipsa por completo todo el ruido del bosque es el zarandear de las ramas provocado por el fuerte viento del oeste. Las terminaciones de los afluentes de cada rama principal están encogidas dando parecido a manos de uñas largas. Mi madre me advierte siempre que son las manos del diablo pero no la creo, solo lo dice para que no venga al bosque.

Las nubes empiezan a lamentarse, gritan y producen fuertes estruendos, se retuercen. De repente, comienzan a llorar y sus lágrimas empapan cada centímetro de mi piel. No quiero coger una pulmonía, así que empiezo a caminar buscando un refugio. Es difícil porque mi vista es muy reducida entre la oscuridad y la lluvia.

No ha llegado aún el otoño y el suelo ya está rebosante de hojas. Los árboles cada vez son más perezosos, dejan caer sus hijos verdes antes de tiempo solo por no soportarlos en sus ramas. El viento se enfurece cada vez más y me empuja para que acelere el paso. Creo que está enfadado porque no le enseño mi ropa interior. Él intenta con su fuerza levantarme el camisón pero yo soy rápida y lo agarró para que no se eleve y se vean mis zonas privadas. Mi madre dice que eso es de meretrices.

Ni la tristeza de las nubes, ni la furia del viento pueden conmigo. Prosigo caminando buscando un lugar donde refugiarme. Estoy flotando en un mar de hojas y lodo que mis pies descalzos soportan perfectamente.

Pero, inesperadamente, una de las veces en las que piso el suelo, este se hunde y caigo. Un segundo después, me encuentro tirada en un agujero de mediana profundidad pero muy estrecho, demasiado. Solamente cabo yo, no, quepo... Solamente quepo yo sentada con las piernas cruzadas. Me pongo en pie y miro al cielo. Ahí está, la luna. Tan blanca como siempre, como mi camisón. Bueno no, porque ahora mi camisón es marrón claro gracias al lodo formado por la lluvia.

Ay, el lodo... Que rima con codo. En ese momento, hablando de codos, me acuerdo de mi madre, que siempre me lo pellizcaba y me decía: "¿A qué no lo sientes?" y las dos nos reíamos juntas. Echo de menos a mi madre, quiero verla ¿Dónde estará? Mejor dicho, ¿dónde estoy? Tengo que salir de este agujero y volver a casa.

¿Cuánto llevo en este hoyo? No puedo salir de aquí. De repente, el agujero comienza a girar. Es extraño, esta brecha del suelo gira sin parar a mi alrededor y yo no me muevo. Da vueltas sobre sí mismo. Me está mareando y no puedo hacer nada. En ese momento, me inunda un sentimiento de tristeza indescriptible.

Por fin, el agujero frena y el tiempo se para. Hasta que comienza a hacerse más pequeño, la pared que constituye la circunferencia del agujero encoge ¡Me va a aplastar! Comprendo que mi final será morir aplastada por las paredes de tierra de un hoyo que seguramente fuese una trampa para cazar algún animal. Ahora mismo solo cojo yo de pie. Sigue disminuyendo su tamaño y empieza a presionar mis hombros haciéndome sentir una fuerte presión en el pecho. Voy a morir.

Cuando me iba a convertir en un mejunje de sangre y órganos, el suelo que estoy pisando desaparece y comienzo a caer a un vacío ignoto. Cinco segundos después de haber comenzado a caer, me desplomo contra un suelo mojado, lleno de hojas y lodo. Me levanto y me sacudo el camisón. Si en ese lugar diese dos pasos, caería en un agujero, el mismo donde había estado hace cinco segundos. ¿Qué estaba pasando? Me estoy volviendo loca.

Seguí caminando, pero esta vez bordeé el hoyo. Tenía que encontrar un lugar para refugiarme o moriría de hipotermia. Tres minutos de paseo fueron suficientes para encontrar un techo, una cueva, una cueva fría y con goteras. Su única iluminación era el reflejo de la luna en algunas de las gotas que caían del techo. Algo me pide avanzar y llegar hasta el fondo de aquel lugar. Así que me adentro en las húmedas tinieblas y desaparezco entre la oscuridad. Para poder caminar sin chocarme extiendo mis brazos perpendicularmente a mi cuerpo. A veces escucho ruidos de batidos de alas, deben de ser murciélagos. Mis manos palpan una pared, ¿he llegado al final de la cueva? La examino con detenimiento. Tiene algo muy sospechoso. Hay una zona que no está hecha de piedra gélida de cueva, sino de madera. Encuentro en la madera un agujero, era una cerradura. ¿Qué hace una puerta en una cueva? Empujo y doy golpes para que se abra.

Consigo que la puerta ceda y la abro del todo. Lo primero que veo, una interminable escalera. Decidida, pongo el pie en el primer escalón y comienzo a subir. El miedo invade mi cuerpo, en cada peldaño, se encuentran dos velas rojas en los extremos, que iluminan tenuemente lo que parece una casa. Llego arriba del todo y me encuentro con una puerta abierta. Emana luz de velas.

Nada más atravesarla, me llevo las manos a la boca y las lágrimas se me saltan solas. Estoy en una habitación cuyas paredes están totalmente ensangrentadas con marcas de manos. Palmas de las manos por las paredes y el techo. Eran marcas de dolor y sufrimiento. Hay un carnero degollado en el centro de la habitación rodeado de velas negras inundadas por un charco de sangre ¿Qué aberración es esta? Me doy la vuelta para marcharme pero algo me hace dar un respingo.

Una chica más o menos de mi misma edad está en una de las paredes, levitando. Parecía que estuviese castigada mirando a la pared con la cabeza gacha pero, increíblemente, estaba flotando en el aire. Me quedo paralizada. El sentimiento de terror era magno, nunca había vivido una situación tan impactante. Decido huir y me doy la vuelta para atravesar la puerta mas al pasar por ella no me encuentro en la escalera. Sino en otra habitación. Estoy volviéndome loca. Supero la lógica, necesito salir de aquí. Aunque parecía que nada pudiese empeorar lo que acababa de sufrir, me encuentro con cinco desconocidas, sentadas cada una en la punta de una estrella encerrada en un círculo que hay dibujado en el suelo.

—Hermanas. —La mujer negra comienza a hablar—. Estamos aquí para llamar a nuestro dios, Lucifer. Debemos agradecerle el don que nos ha concedido. Somos brujas, súbditas de Lucifer. El más poderoso.

Cada palabra que sale de su boca me produce escalofríos.

—¡Satán! ¡Manifiéstate!      

Todo queda en silencio durante unos minutos. Nadie habla ni produce el más mínimo ruido. Únicamente esperan. Las velas rojas que rodean la estrella se apagan. Y al instante vuelven a prender. La llama desaparece de nuevo. Así, las velas se encendían y apagaban intermitentemente permitiéndome observar la escena con dos segundos de luz que venían seguidos por dos segundos de oscuridad.

En el centro de la estrella estalla una llamarada que me asusta. De la impresión me caigo al suelo y una de las brujas me ve. Esta abandona la estrella y pone rumbo hacia mí, yo la miro desde el suelo completamente paralizada. Oscuridad. Se acerca. Oscuridad. Tres metros la alejan de mí. Oscuridad. Se agacha a mirarme. Oscuridad. Desaparece la bruja. Oscuridad. Quedan cuatro brujas. Oscuridad. Quedan tres brujas. Oscuridad. Quedan dos brujas. Oscuridad. Queda la bruja que ha hablado al principio. Oscuridad. La habitación no tiene ningún habitante. Oscuridad. Sigo tumbada en el suelo sin poder moverme. Oscuridad. Mis cuerdas vocales estallan con el grito que despido al ver lo que ha aparecido a escasos centímetros de mi cara. Una mujer desnuda, sin ojos, casi calva y cuya mandíbula inferior era inexistente. Su lengua le colgaba desde la garganta hacia fuera dejándose ver larga y asquerosa. Sus huesudas manos de largas uñas empiezan a examinarme y yo siento el deseo de morirme. Me levanta la cabeza y me hace mirarla. Parece un esqueleto viviente. A pesar de no tener ojos, noto como me perfora con la mirada. No quiero vivir. Me ahogo en mi propia vida. Exhalo un último aliento, cierro los ojos y deseo morir con todas mis fuerzas, aún notando como esa mujer posa su asquerosa lengua en mi cuello y me recorre la espalda con sus puntiagudas y asquerosas uñas. Oscuridad.


Las Brujas de Salem [Watty's Winner]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora