El reloj parecía no avanzar. La última vez que había cerrado los ojos, marcaban las tres de la madrugada. Eran las tres veinte.
Derrotado y con una ligera película de sudor en su frente producto de la cotidiana pesadilla, se levantó de su cama y se dirigió a la cocina por un vaso con agua que decidió cambiarlo por una cerveza, o dos; se puso el suéter que Zemo había olvidado en la tarde, tomó una cajetilla de cigarros y salió a sentarse en los escalones del porche.
Mientras el humo se dispersaba, trataba de alejar las secuelas de ese sueño: las ganas de llorar, el ardor en la garganta y el deseo de arrojarse en el primer barranco que viera. Trató de pensar en lo que lo ponía feliz, como le había aconsejado su terapeuta. No siempre funcionaba, ya que lo que le hacía feliz, era la vida que tenía hace seis años, y esa felicidad se silenciaba por los sucesos que le traían malestar y remordimientos actualmente; sin embargo, de un tiempo para acá, había encontrado un lugar seguro para recordar y comenzó a seguir los pasos: cerrar los ojos, colocar las manos sobre el diafragma y respirar, concentrarse en el subir y bajar de las manos, comenzar a recordar. Algunas escenas se alojaron en su mente:
El cumpleaños de Zemo y su rostro iluminado cuando le dio el regalo.
El día que Helmut y él quisieron cocinar lomo relleno y terminaron en el baño vomitando y ordenando comida china. Recordó su expresión de malestar y lo que le había dicho entre arcadas "deseo vivamente, James, que remuevas esta escena tan vulgar de tu mente y no sea tema de conversación jamás. Me apena bastante".
Un día que había terminado en el hospital por un accidente en una de sus carreras, cuando abrió los ojos, lo primero que vio fue a Helmut dormido en una silla a su lado, tenía su chaqueta a manera de cobija y un libro en su regazo, estaba roncando. Había decidido no contarle que lo había escuchado hacerlo para no avergonzarlo.
Las pecas de su cuello, su piel pálida, su castaño cabello y su movimiento tan dinámico en el viento... su voz al leer, su decoro al bostezar y hablar, sus mejillas sonrojadas cuando hablaba "vulgaridades" y su manera tan educada de insultar.
"- IMBÉCIL- le gritó Bucky a un hombre que no había respetado la señal de alto y casi hacía que chocaran-FÍJATE POR DÓNDE VAS, TARADO"
"- ACÉFALO- había sido el insulto que Zemo había proferido molesto-."
Lentamente abrió los ojos sonriendo. Nuevamente había funcionado.
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¿Realmente estaba enamorado?
Sí.
Helmut no era de los que reprimía sus sentimientos. Tenía bien claro qué era lo que sentía por James: amor. No un amor fraternal, como el que posiblemente aparentaba. Era un amor que desencadenaba deseo, ganas de tocarlo y sentirlo junto a él, de pasar sus labios por todo su cuerpo y decirle "te amo" entre cada jadeo.
Sin embargo, no sabía si decírselo, no creía que fuese correspondido, pero la vida es bastante corta como para no arriesgarse, ¿verdad?
Con media sonrisa comenzó a pensar en unos profundos y bellos ojos azules hasta que se quedó profundamente dormido.
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A su lado se encontraba una cajetilla vacía y tres botellas de cerveza. Aún no tenía sueño. Observaba su celular, específicamente una fotografía donde estaban Steve, Zemo y él en una fiesta. Los tres se habían embriagado como nuca. Recordaba a la perfección esa noche a pesar de todo: Steve había roto con su novia y habían decidido animarlo. Fueron a un bar y los tragos comenzaron a acumularse en la barra. Habían cantado en el karaoke y Zemo cada vez que le daban un preparado decía que no era propio de él beber, pero que lo estaba haciendo por solidaridad. Los tres terminaron tirados en una banca del parque y habían desayunado burritos de un puesto de la calle.
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Límite
Fiksi PenggemarHelmut Zemo y James "Bucky" Barnes son amigos desde que vivían en el mundo del privilegio, y comparten muchas cosas en común, en especial, el hobbie por las carreras; sin embargo, actualmente a sus treinta años, lidian con sus propios demonios del...