2. Suga.

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Sugawara Kôshi no se quejaba de la vida que tenía. Pero a veces, quería más. Más emoción, más aventuras. Justo como las que había vivido hacía unos años en el mejor equipo del cual alguna vez formó parte.

La única adrenalina que llegaba a sentir ultimamente era la del día de pago del alquiler, al que a veces llegaba con lo justo. Extrañaba muchas cosas de la preparatoria, demasiadas tal vez. No seguía en contacto con muchos de los miembros del equipo.

—Kou, deberías comer más —su mamá acariciaba su mejilla con los nudillos, preocupada.

—Estoy bien, es que el frío me quita el hambre —se excusó el muchacho.

—La proxima te traeré sopa.

El asintió. No veía necesario contarle a su madre que no tenía tiempo de cocinarse algo decente entre las horas de universidad, trabajo y estudio adicional.

—¿Cómo... cómo está papá? —la expresión de su madre se ensombreció al oír la pregunta. Suspiró.

—Ya sabes, sigue en su terca posición de que tiene razón. No me deja siquiera prepararte comidas.

—Entiendo.

De verdad trataba de odiarlo, pero no podía. No le importaba el dinero, solo quería volver a hablar con su progenitor. Por desgracia, ya hacía tiempo que no se dirigían la palabra.

Pronto su madre se despidió de él, no sin antes dejarle un sobre con una cantidad de dinero que no superaba medio sueldo; una pequeña ayuda económica que ella elegía brindarle a su hijo, a escondidas de su esposo.
Kôshi le estaba verdaderamente agradecido.

Después del encuentro, el cielo empezaba a oscurecer. El viento helado pronto entumeció su cara; enrolló la bufanda alrededor de sus pómulos y subió la capucha de la chaqueta que llevaba puesta. Manos en los bolsillos, caminó a paso tranquilo por el sendero que siempre recorría hacía su pequeño apartamento.

Sus pensamientos lo llevaban de aquí para allá mientras andaba, pensando en los apuntes que tenía que leer al día siguiente y las horas que debería trabajar. Armaba una agenda en su mente cuando los insultos lejanos de alguien lo distrajeron.

Un poco más adelante, en la vereda paralela a la que recorría, divisó a una figura extrañamente familiar arrojando una bolsa de basura a un cesto, frente a los apartamentos lujosos. Desaceleró su caminata hasta frenar del todo.

No podía ver mas que una persona, un hombre—muy alto, por cierto—, de espaldas. La intriga lo mataba; ¿Por que sentia que ya habia visto esos rizos castaños desordenados?

No fue hasta que hizo contacto visual con el muchacho que lo reconoció. Rapidamente volteó su rostro al frente y se alejo de allí de inmediato, sintiendose descortés por mirarlo fijo.

¿Ha vuelto? ¿El Gran Rey?

Rió al recordar ese apodo, cuyo autor era ese gracioso enanito pelirrojo que tuvo de compañero de equipo.

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