7. Profesional.

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La chaqueta le pesaba de solo llevarla puesta. Sus rodillas luchaban por ceder a cada paso que hacía y su estómago rugía con enervada hambre. Koushi suspiró mientras repasaba mentalmente su agenda del día siguiente, aunque su cerebro agotado solo podía visualizar su cama.

Su reloj de muñeca daba la una y veinte de la mañana, y refunfuñó al recordar que el último autobús salía a la una en punto. Volvería caminando a casa, una vez más.

Hacer horas extra después de un turno doble era definitivamente exhaustivo, pero la paga le servía y sólo era un día a la semana. La cuestión es que llevaba meses con esa dinámica, y al mismo tiempo, debía ocuparse de sus estudios.

El vaho escapó de sus labios al exhalar con cansancio, mientras llevaba sus manos al resguardo de los bollsillos de su chaqueta. Sus pasos no lograban mantener un ritmo constante y su cabeza se distraía fácilmente debido al hambre que sentía.

Ya estaba a mitad de camino; lo sabía porque reconocía aquel edificio de donde había visto salir a Oikawa la noche en que lo vió por primera vez.

Oikawa, ese si que era un suertudo. Su talento lo catapultó al éxito en un santiamén, y ahora volvía a estudiar, relajado y con suficiente dinero en su bolsillo como para no tener que buscar un trabajo.

Algo lo descolocaba; ¿Por qué Oikawa, siendo un jugador estrella internacional y con su vida prácticamente resuelta, volvería a Japón a estudiar?

"Que desperdicio", pensó.

La envidia ardió levemente en su interior. No de mala forma, era una envidia sana, sin maldad. Deseaba entender cómo sería vivir haciendo lo que siempre había querido, y poder decidir sobre su vida.

Se preguntó como hubiera sido su carrera como jugador de vóley. Sin embargo, rápidamente alejó esos pensamientos mientras apresuraba el paso.

Se reprochó así mismo su inmadurez, avergonzado de la sensación aún quemante en su estómago. El debería estar agradecido, pensaba. Tenía una casa, un trabajo, y podía estudiar.

Se repitió mentalmente aquello último, como había hecho cada día desde que su vida adulta inició. Cuando se dió cuenta, estaba subiendo los escalones del porche de su casa con sus llaves en la mano.

El suspiro que liberó al sentarse en la orilla de su cama pareció desinflarlo completamente. Su espalda dolía por pasar tantas horas parado, yendo de aquí para allá. Su mano derecha ardía por una quemadura con café caliente ocasionada en la cocina. La boca le sabía a nada puesto que no había probado bocado desde el almuerzo. Y sus ojos pesaban y ardían por el cansancio.

Preparó una cena liviana con vegetales y huevo para que la indigestión no le afectara su sueño, y devoró todo cuanto pudo antes de que dieran las dos.

No tardó en dormirse, dado que se había duchado con agua caliente para quitarse la sensación de frio, lo cual además le habia relajado cada músculo del cuerpo y había adormecido aún más su cansada mente.

La calma de su sueño lo reconfortó, su mente no solía regalarle dulces sueños, sino más bien pesadillas sin sentido ocasionadas por el cansancio y tal vez ansiedad. Sin embargo, esta vez en su inconsciente se proyectaba una inmensa extensión de color blanco opaco, en la que podía caminar con tranquilidad.

Allí, sus pasos hacían eco cortando el ruido blanco del silencio. A pesar de que caminaba sin saber hacia dónde, una sensación en su pecho le transmitía seguridad, iba en dirección correcta.

De pronto, al agachar la mirada, observó una pelota de vóley en perfecto estado, y no dudó en tomarla. En cuanto sus dedos hicieron contacto con la esfera, comenzó a oír un murmullo lejano. Algo le dijo que debía ir hacia el origen de aquella bulla. Y así lo hizo, camino en direccion al sonido, hasta que, a medida que se acercaba, comenzo a traducirse en risas, vitoreos y algunos llantos.

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