Port Talbot

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Mis padres no están presionándome para que repase para los exámenes finales de

secundaria, lo que considero tremendamente irresponsable.

Uno de mis principales problemas es que las matemáticas no son ni de lejos tan

interesantes como la planta siderúrgica de Port Talbot, que veo desde la ventana de mi habitación, justo pasado el puerto.

La miro y pienso en la señora Griffiths elaborando en la pizarra el sistema de

ecuaciones más feo del mundo: todo números, guiones, borrones y polvo de tiza.

De noche, Port Talbot es tal y como deberían impartirse las matemáticas del examen para la obtención del certificado general de secundaria: una ecuación vistosa. Los conductos recorren el aire sin sostén alguno, retorciéndose en estrambóticos ángulos porque así se les antoja; tubos de chimenea entre paréntesis, envueltos en escaleras de mano, andamios, una larga división; hay llamas amarillas que se hinchan con el viento, llamas azules densísimas y a veces, si hay suerte, una llama de verde tóxico. X es igual a una de las miles de luces de carbono anaranjadas que cuelgan de cualquier estructura: los puntos de un diagrama de líneas a la espera de conexión. Hay torres altas y delgadas, su corona sucia como un lapicero mordido.

Tendrían que poner una fotografía de la acería en la portada del libro de texto.

Tendrían que incluirla en las excursiones escolares. Tendrían que animarnos a acudir allí para obtener experiencia laboral: una quincena en mono de faena.

Y cuando he contemplado Port Talbot el tiempo suficiente, tecleo el número 0,7734,

que se lee como la palabra hELLO cuando pones la calculadora al revés. 7734 se lee como hELL. Y 77345 se lee como ShELL. Que es el nombre de una estación de servicio que mis padres boicotean.

A mis padres les gusta culpar a Port Talbot de diversos problemas locales: leucemia,

linfoma, asma, eccema, tumores cerebrales y de la falta de inversión en el centro de la ciudad de Swansea. Entre la planta siderúrgica y la autopista hay una hilera de casas que mi padre denomina «el pasaje del melanoma».

Yo antes decía: «No creo en el paisaje». Sigue siendo cierto, pero enviaría a casa

postales con «Vistas nocturnas de Port Talbot».

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