Troyanos

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El pasado domingo mi madre fue a comer con Graham al Vrindavan, la cafetería de

los Hare Krishna. Mi padre se quedó en casa.

Una vez tuve la desgracia de que me llevaran al Vrindavan. El pastel vegano de

chocolate fue la elección más segura. Su carta es en parte un manifiesto.

Los veganos afirman que los apicultores son como negreros, que la miel es un robo.

Creo en las fuerzas del mercado y pienso que si las abejas pudieran pensar

racionalmente estarían dispuestas a intercambiar su excedente de miel por esos panales limpios, independientes y hechos por el hombre que recuerdan cabañas de playa de lujo.

Las abejas trabajan de por sí en un entorno agradable —flores, etcétera— y les gustaría disfrutar de unas viviendas con clase que estuvieran a la altura.

Cuando mi madre volvió de su comida, subió directamente al estudio de mi padre y tuvo una larga conversación con él. Después vino a hablar conmigo. Entró en mi habitación y se sentó a mi lado en el suelo. Me explicó que su amigo Graham trabaja como voluntario en un retiro de meditación que hay en Powys y que le había ofrecido una plaza que había

quedado libre. Le dije: «Felicidades». Me dijo que siempre había querido probar algo como aquello. Dijo que era una buena oportunidad porque estos cursos suelen estar llenos con meses de antelación. Le pregunté si se sentía en deuda con Graham. Me dijo que el curso de introducción duraría diez días. Le dije que tenía que ir con cuidado y no creerse todo lo que escuchara en el Vrindavan. Dijo: «Empiezo el sábado que viene». Me dijo que mi padre se ocuparía de mí en su ausencia.

Mi padre piensa que mi postre favorito es el pudin de arroz. Yo pienso que parecen

larvas de mosca.

Mi madre se ha marchado esta mañana a Powys. Mi padre y yo hemos disfrutado de nuestra mutua compañía.

—También era mi favorito —dice, atravesando la piel arrugada para separar su ración. Tiene un grano de arroz hinchado pegado al bigote. Mi padre se comerá las sobras del pudin de arroz, frío, para desayunar, comer y cenar.

—¿Más?

—No, gracias, estoy lleno —digo.

Asiente, traga.

—Papá, con respecto a Graham…

—Sí.

—¿Cómo es?

—Un tipo bastante honrado. ¿Por qué lo preguntas?

Tengo ganas de decir: «Yo no dejaría que mi novia se marchara diez días con un

tipo bastante honrado. Chips es un tipo bastante honrado».

—¿Cómo se llama Graham de apellido?

—¿Por qué?

—Estaba pensando en mamá.

—Mamá estará bien.

—¿Sí? —digo crípticamente.

—Sí.

—Vale.

Me quedo mirando el cuadro que hay colgado detrás de la pared por encima de la cabeza de mi padre. De hecho, mis padres pagaron un buen dinero por él. Se ve una vieja encogida delante de una casa adosada.

—¿Qué tal está Jordana?

—Va mejor —digo.

—¿Crees que algún día nos dejarás conocerla como es debido?

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