Ósculo

173 8 0
                                    

Tengo la lengua en el interior de la boca de Jordana. Sabe a leche semidesnatada.

De pronto, un destello; una combinación de amor verdadero y cámara de usar y tirar.

Repliega la lengua y da un paso atrás. Va vestida con una camiseta negra con

mangas rojas y una falda vaquera con bolsillos.

—Mejor que no hubieras abierto los ojos —dice, mientras rebobina el carrete.

El sonido del flas recargándose es como el de un diminuto avión al despegar.

Estamos en Singleton Park en el centro de un círculo de piedra que consiste en poco

más que unas cuantas piedras irregulares esparcidas por el suelo. Fred, el viejo perro pastor de los padres de Jordana, anda suelto sin la correa; olisquea los pedruscos y se mea en ellos.

La luz verde empieza a brillar.

—Ahora intenta poner menos cara de gay.

Nos acoplamos. Su lengua es caliente y fuerte. Desnato sus incisivos. Parecen

enormes al contacto. Examino sus premolares y exploro los aledaños de la muela del juicio.

Se oye un «cluc» cuando la luz palpita más allá de mis párpados. Nos desacoplamos.

—Pensaba que habías dicho que no eras un estrecho —dice Jordana, secándose la

boca con la manga—. Besuqueas como un dentista.

—Es mi estilo.

—¿El qué? ¿El tornillo?

Espera de mí una réplica ingeniosa.

—Intentémoslo sin lengua —dice, instalando la cámara sobre un monolito próximo.

Mira a través del visor y señala a continuación un lugar concreto en el suelo.

—Arrodíllate en la hierba, allí.

Me arrodillo. La hierba está húmeda; me refresca las rodillas.

—Precioso —dice, pulsando un botón de la parte superior de la cámara.

Se arrodilla delante de mí.

—Y ahora —dice—, nada de lenguas.

Nos ponemos a ello como si fuéramos peces. Me coloca una mano en la nuca.

Yo, la mía en su cuello. Oigo varios pájaros comunicando. Uno de ellos gorjea como un módem. Noto los labios hinchados.

El destello se apaga. Nosotros seguimos. Pasado un  rato, Jordana se retira. Tiene los labios rojos y la piel en torno a su boca empieza a verse inflamada.

—Muy bien, con esto creo que bastará —dice—. Ahora necesitamos el diario.

He comprado un diario Niceday con tapas duras y espiral en la papelería Uplands.

En la contraportada tiene un mapa muy completo de la Red de Ferrocarriles Británica.

Me siento en la hierba con las piernas cruzadas y el diario en mi regazo; ella se

sienta enfrente de mí y más elevada, sobre una piedra.

Tengo de nuevo esa sensación de impotencia. Es simplemente una cuestión de asientos.

—Abre la página por la fecha de hoy, por favor —dice con la voz de la señora

Griffiths, la profesora de matemáticas—. Te voy a dictar.

SubmarinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora