VIII.

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POV LUISITA


- [...] Que se ha ido...


- ¿Luisita? ¿Luisita, estás ahí? - preguntó la voz al otro lado de la pantalla.

- Y...yo...yo...no...puedo... - murmure tartamudeando, con la respiración entrecortada. - nece..sito...sa...lir.

- ¿Luisita? - escuche como la respiración de la chica empezaba a alterarse. - Luisita, escúchame, estás teniendo un ataque de ansiedad. Tienes que calmarte. Trata de respirar. Respira conmigo, por favor.

- N...no...pue...do.

¡Joder, de nuevo no!

- Si, puedes. Respira conmigo. Vamos, Luisita. Siéntate y respira. - pidió mi ayudante pero lo único que recibió como respuesta fue el sonido enrevesado de mi respiración peleando contra las paredes de mi ansiedad al salir de mi cuerpo.

- ¿Luisi? ¿Luisi, me oyes? - me llamó. - Luisita, por favor, dime tres cosas que puedas ver. - traté de hablar pero pude contestar. Las palabras batallaban por salir pero morían cada vez en la punta de mi lengua. - ¿Luisita? ¡¡joder!! ¡Luisita, dime tres cosas que puedas oler! ¡¡dime algo, por favor!!

De un momento a otro su voz empezó a escucharse desde muy lejos. Sus palabras se perdieron en los rincones de la habitación y se desvanecieron en mi mente causando que solo pudiera oír ecos. Un mareo inesperado ataco la estabilidad de mis piernas llevándome a caer de espaldas en la cama bruscamente a la vez que sentía como la preocupación me pellizcaba las puntas de los dedos sin piedad, como calambres incontrolables. Mi respiración se descompuso por completo, sentía que en cualquier momento perdería el conocimiento.

Necesito salvarla. Necesito que se quede. Que no se vaya. Que no me deje. ¿Por qué me dejaste, Amelia? ¿Por qué me abandonaste? ¡Te odio, Amelia! ¡Prometiste nunca abandonarme! ¡Fuiste tú quien me mato! ¿¡Por qué me mataste, Amelia!?

De repente los rayos de sol entrando por la ventana se volvieron oscuros. Sentía el llanto golpeándome a sangre fría en el pecho como una puñalada en las costillas. Destellos de recuerdos con Amelia invadieron cada rincón de mi cabeza y me perdí...

La primera vez que compartimos esas dos palabras...

<< Las paredes de esa habitación fueron testigos de cuanto la quise; de como acaricie cada esquina de su piel, cada rincón, cada lunar. De como nos funcionamos en un solo cuerpo, de como nos derretimos en el cuerpo de la otra como mantequilla en la piel.

Me encontraba en un punto de mi vida donde no me sentía segura de muchas cosas, pero hacerle el amor a Amelia no era una de ellas, de eso estaba totalmente segura. Nunca me cansaría de hacerle el amor. Me tomó mucho tiempo y una batalla interminable conmigo misma, pero al fin había llegado a ese punto de mis sentimientos. Lo sentía; estaba enamorada de Amelia. No tenía ninguna duda. Estaba completa, irremediable, perdida, y locamente enamorada de ella. La quería tanto que estaba dispuesta a renunciar a mi trabajo y a todo lo que me llevó a cruzarme en su camino.

Su cabeza descansaba dulcemente sobre mi pecho y sus piernas desnudas se rozaban con las mías mientras que mis dedos recorrían su piel y dejaban tiernas caricias en su espalda. La manera en la que sus labios siempre bailan con los míos al mismo compás sacude todas las células de mi cuerpo. Cada vez que me besa, todo a mi alrededor pierde importancia. Nunca creí que fuera capaz de arriesgar todo en mi vida solo por poder tener la oportunidad de seguir besando sus labios. ¿Sabes ese dicho tonto que dice la gente? ¿Eso de que cuando estás enamorado sientes mariposas en el estómago? Bueno, para mí es algo peor que eso, porque con Amelia no siento mariposas en el estómago, con ella siento el puto zoológico entero.

Lo Que EncontréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora