IX.

1.3K 132 97
                                    

Ahora sí, fuera de joda, empezamos.

------------------------------------------------------------------------------------------------

Aquella mañana Luisita abrió los ojos con el corazón aturdido. La llamada que había tenido con la capitana la noche anterior le removió algo en el pecho por razones que aún no entendía. Llevaba casi un mes en casa sin poder trabajar, obligada por las órdenes de su superior, debido a la herida que recibió en la pierna durante un altercado y, añadiendo a esto la extraña llamada, una sensación de preocupación le provocó una curiosidad enorme por querer saber el motivo para que su superior la necesitara con tanta urgencia. Se levantó y a pasos torpes caminó hacia el baño para hacer su limpieza de todas las mañanas y después se vistió con unos vaqueros negros ajustados a sus piernas, los cuales llevaban ligeros cortes en las rodillas, una camisa blanca de mangas largas, unos botines negros y su chaqueta de cuero negra. Tomó sus llaves, su móvil y sin perder más tiempo salió de casa.

En el momento en que sus pies tocaron la arena polvorosa de aquella calle levantó la cabeza y enfocó la vista en algo que, automáticamente, le hizo cosquillas en el corazón, algo a lo que ella llamaba Luna Roja...su auto; un Dodge Challenger 1975 R/T adornado de color rojo con rayas negras en los lados. Le tomó dos años para poder remodelar el auto por completo y estaba feliz de saber que este ahora era una maquina salvaje y sexy. Llevaba un Magnum V8 de 383 pulgadas cúbicas, un motor equipado con un solo carburador de cuatro barriles, una relación de compresión de 9.5:1, y, para terminar, una transmisión manual de tres velocidades. Todo el peligro del mundo...lo tenia en sus manos.

Una ola de sentimientos le inundó el pecho de repente al recordar a su abuelo Pelayo, quien había conducido a Luna Roja por muchos años

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Una ola de sentimientos le inundó el pecho de repente al recordar a su abuelo Pelayo, quien había conducido a Luna Roja por muchos años. Cuando este falleció dejo escrito en su testamento que el coche sea entregado a Luisita, y esta lo recibió con los brazos abiertos. Desde muy pequeña, sentía una atracción enorme por los coches viejos, la velocidad, todas esas cosas que implicaban el peligro y el pasado. Le gustaba mucho los autos de la época de su abuelo, tanto así, que por un largo tiempo durante su juventud se imagino así misma trabajando en el futuro como una trabajadora mecánica, pero al final las cosas no sucedieron de esa manera. Eso es lo curioso de la vida...los sueños cambian y con ellos, las personas también.

Desbloqueó la seguridad del auto y rápidamente entró en este, lo encendió y antes de empezar a conducir dejo suaves caricias en el volante, sonriendo mientras las imágenes de su abuelo se proyectaban en sus pupilas. Sacudió la cabeza ligeramente, respiro profundo y presionó el pedal del acelerador iniciando su camino hacia el departamento de policía, o más bien, hacia la cafetería en frente de este para comprar su tan necesitado café antes de empezar su nuevo día.

La vida de Luisita había cambiado drásticamente en los últimos cuatro años y mucho más aún después de haberse mudado a su propio piso. Su padre Marcelino, con el cual siempre tuvo una buena y cercana relación, se distanció de ella por motivos que la rubia consideraba plenamente estúpidos. Meses antes de empezar la universidad Marcelino le insistió e incluso hasta se ofreció a cubrir sus gastos universitarios siempre y cuando ella decidiera estudiar enfermería como lo había hecho su madre Manolita, pero Luisita quería algo diferente. Es cierto que tenía esas ganas insaciables de salvar vidas y sentía un respeto enorme por los médicos y enfermeros, pero ella no quería ser enfermera. Quería salvarle la vida a las personas de otra forma, de una manera más...peligrosa, así que decidió romperle los sueños a su padre e inscribirse en una academia de policía con la esperanza de que pasando el tiempo Marcelino respetaría su decisión pero no fue así; le reprochó y tiró en cara varias veces que ella había tomado la decisión incorrecta hasta que la rubia se cansó de las discusiones innecesarias y colocó tierra de por medio. Ahora sus padres y sus dos hermanos pequeños estaban en Los Estados Unidos mientras que ella vivía en un pueblito situado en las afueras de Madrid, a varias millas del negocio de su hermana mayor, Maria.

Lo Que EncontréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora