Paulo III

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El otro día prendí el televisor y me encontré con que Martín estaba cantando en un programa estelar. Maldito suertudo, pensé de inmediato y es que él sí pudo seguir expandiendo su carrera, mientras yo ya he sido olvidado, relegado al cajón de los miles de artistas que han fracasado en el escenario. Preferí apagar el aparato y es que no me encontraba de buen humor, el saldo de mi cuenta corriente estaba llegando a cero y todavía me faltaba pagar el arriendo de mi departamento.

¿Saben lo horrenda que se ha convertido mi vida en el último tiempo? Después de ese día tuve que mudarme al centro... ¡Al centro! Donde la gente no anda en autos caros, sino que de a pie y toma el metro... ¡el metro! Es terrible, y es que mi nuevo hogar es del porte de mi antiguo armario, es diminuto, camino dos pasos y ya terminé de recorrerlo y lo peor es que escucho todo lo que hacen mis vecinos. Realmente he caído bajo, demasiado bajo.

Ahora soy profesor de baile en Physical, cuando antes era un flamante artista que pertenecía al reconocido grupo Cassiopeia. ¿Cómo mi vida cambió tanto en tan poco tiempo? Me pregunto eso todos los días mientras la gente en el metro me aprieta por todos lados, intentando entrar cuando ya está evidentemente lleno.

-¡Ey señora! Si ya no hay más espacio... ¡Bájese! –discutí con una veterana el otro día.

-¡Qué maleducado! Deberías ponerte en mi lugar... algún día llegarás a mi edad y te darás cuenta lo difícil que es ser viejo -y ante ese discurso no tuve nada qué hacer.

En ese instante vi a la vieja, de cabello cano y desordenado, con más arrugas que mi prepucio y con el rostro lleno de manchas, chiquitita, jorobada y con ropa de esa barata que venden los chinos. En mi cabeza se creo la historia que en su juventud fue una reconocida bailarina de la nueva ola, que todos la admiraban por su belleza y que finalmente, terminó vendiendo verduras en la calle porque su tiempo de fama pasó. Al igual que a mí.

-Disculpe, buena señora, ¿me podría decir en qué trabaja? -tenía que saber si mi historia inventada tenía algo de cierto.

-Vendo verduras en la feria -¡Ay no! Creo que le había achuntado.

-¿Y siempre lo ha hecho? ¿Desde joven? –

-Claro que no, cuando joven fui bailarina en un club muy importante del barrio alto, tan solo que... como a tu edad, me despidieron porque ya no era tan atractiva y terminé en le feria, vendiendo verduras... -y la vieja hubiera seguido con la historia de su vida si no fuera porque yo comencé con mi ataque.

-¡Me quiero bajar! ¡Me quiero bajar! ¡Me falta el aire! –

Mierda, mierda, que todo lo que había pasado en mi cabeza era verdad. ¿Qué significa esto? ¿Acaso ese sería mi destino y Dios intentaba mostrármelo? ¿Esa vieja era uno de los espíritus de las navidades pasadas? ¡Pero si estamos recién a mayo!

Al final hice tanto escándalo, que abrieron las puertas del tren justo antes de abandonar la estación, me dejaron salir y los asistentes de andén me dieron agüita con azúcar. Al parecer este tipo de incidentes suelen suceder en este transporte tan precario. Ay, ¡que no estoy acostumbrado a la pobreza! ¡No quiero vender lechugas en la calle!

Estuve días enteros en depresión, pensando en mi futuro, en lo que haría cuando tuviera sesenta y ya no estuviera tan bueno. ¿Qué haría? Ya no tengo fama ni tampoco me dediqué a estudiar, todo lo que me queda son las clases en Physical y probablemente Patricia me despida cuando vea que no atraigo a nadie, cuando tenga treinta me dará una patada en el trasero y ahí sí, no tendré de otra que vender verduras en la feria. O aun peor, regresar al barrio a la casa de mi madre.

PhysicalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora