Marcelo IV

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Piedad me observó fijamente como si quisiera regañarme, con esa expresión que solo las madres saben hacer: te lo dije, te lo dije mil veces y no me quisiste escuchar.

-Pero está bien, los doctores dijeron que estaba estable y que es cosa de esperar a que despierte –intenté hacerle cambiar de idea.

-¿Y tú crees que ese es el final? ¿Que desde ahora todo le saldrá bien? Mientras siga rodeado de estas personas ese muchacho nunca podrá salir de ese círculo. Tan solo al verlo lo supe y ahora lo reafirmo, debes alejarte de Tomás antes que sea demasiado tarde –

-Esto ya parece película de terror, que miedo la vieja ésta. ¿Y qué dice de mí? ¿Ya se dio cuenta que soy una asesina en serie? – interrumpió Celeste muy maleducada, me dio vergüenza haberla llevado a la sesión de yoga conmigo.

Recibí una llamada de Berna hace unos días, casi a medianoche. Estaba en la clínica porque Tomás había sido herido a la salida de su edificio, como ella sabe que somos amigos, quiso avisarme. No lo pensé dos veces y corrí a verlo. Las palabras de mi mamá resonaron todo el camino en mi mente, como una predicción de la cual es difícil escapar.

Las veces que había visitado al gordito en su departamento, me había encontrado con una muchacha que siempre me observó de malas, como si quisiera golpearme. Es baja, supongo que, de la edad del chico, con el pelo desarreglado, enredado, como si nunca se peinara. No había platicado antes con ella, hasta aquella madrugada en la que los dos nos encontramos en la sala de esperas de la Urgencia.

-Si babeas más te voy a colocar un paño en el hocico –fue lo primero que mencionó.

Estaba sentada a mi lado y sin querer, se dio cuenta que miraba constantemente a Patricia, quien esperaba junto a su secretaria en los asientos de enfrente. Me ha desilusionado el último tiempo, me he dado cuenta de su lado más oscuro y, aun así, estaba como un estúpido contemplando su belleza.

-¿De qué hablas? –

-Que estás loquito por la doña ésa. ¿Qué tiene que de especial que les gusta a todos los hombres? ¿Una cuca de oro? – quedé helado al escucharla hablar así. ¿No tiene pudor?

-Por favor no seas grosera –

-Uy perdone usted don recatado. ¿O acaso nunca te has jalado el ganso pensando en lo que tiene entre las patas flacas ésas? –

-En serio, ¿qué te pasa? ¿Cómo puedes referirte de esa manera a una mujer decente? –

-Ah, quizás ese es el problema, que ella no es decente. Mira que la he visto cómo salta sobre una verga, y así como decente, la doña no es –

-No quería escuchar eso –

-¿Por qué? ¿Rompo tus ilusiones? Tomás me ha contado cosas de Enrique y de ti. Mi amigo es bastante ingenuo, pero yo no. ¿Desde hace cuánto que están enamorados de esa hija de puta? ¿Alguna vez les ha pasado la cuca o son tan imbéciles de creer que es del tipo de mujeres que se enamora? ¿La quieren conquistar haciéndose amiguitos de su hijo? ¡Qué risa! Para eso ella debería querer a su hijo, así que su plan no va a funcionar. Mira amigo, será mejor que te vayas, no vas a conseguir nada aquí –habló seria.

No era una maleante como lo había pensado, era mucho más inteligente de lo que aparenta y es que con muy poco tiempo en la ciudad, y sin conocernos del todo, se había dado cuenta de lo que sucedía. Aunque se había equivocado en algo.

-No voy a negarte que me acerqué a Tomás porque Patricia nos lo pidió, pero al final, me hice su amigo de verdad. Es un chico muy tierno y atento, puedes contar con él cuando te sientes triste y sabe consolarte –

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