Celeste I

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Yo... Lo amo, es lo único de lo que estoy segura en este mundo. Lo conocí cuando ambos íbamos al jardín de niños. Recuerdo que se acercó porque yo estaba llorando. Venía con su jardinera azul y un queque en ambas manos, su rostro estaba lleno de azúcar flor porque había comido con desespero.

-Cuando me da penita, como algo dulce y se me pasa. Mi mamá dice que por eso estoy gordo, pero no importa, porque me pone feliz. ¿Quieres un poco de mi queque? – me ofreció.

Apenas teníamos cinco años y pensé: "Por dios, es la única persona que se preocupa por mí". Soy una convencida que la gente que sufre mucho se termina uniendo, es como si el destino quisiera juntarnos para que podamos ser más fuertes en comunidad.

Me llamo Celeste Vásquez, tengo dieciocho y soy la mejor amiga de Tomás Sotomayor. Vivo con mi mamá en el sur, y desde hace un par de años solo somos nosotras dos, luego que mi papá se muriera por sobredosis. Creerán que eso es triste, pero en realidad fue lo mejor que nos pudo suceder. Aquel viejo de mierda solía pegarme de niña, tengo todos los brazos marcados por los cigarrillos que le gustaba apagar en mi piel. Siempre estaba drogado y agresivo, especialmente con la gente que lo amaba, era como si mientras más supiera que le querían, peor se comportaba.

El día que conocí a Tomás, estaba llorando porque la noche anterior había visto a mi mamá en el suelo, con el rostro lleno de sangre. Las tías del kínder ya sabían lo que ocurría en mi casa, por lo que solo dejaban que llorara en un rincón del patio. Ni siquiera se preocupaban, preferían hacerse cargo de las niñas bonitas, de los cabellos de las muñecas y los raspones en las piernas de los otros demonios. Porque, ¡Mierda! Sí, los niños también son crueles, no porque tengan cinco años no pueden hacer daño, sino pregúntenle a Tomás.

-La mariposa gorda comiendo queque... La mari... mari.... Posa gorda... comiendo queque...-ni siquiera había podido recibir el presente de mi nuevo amigo, cuando uno de los muchachos llegó para burlarse del gordito.

-¿Siempre se ríen de ti? – le pregunté.

-Sí, es que me encontraron jugando con las muñecas y desde ahí me dicen mariposa –

-Mi papá dijo que los niños tenemos que jugar con autos, no con muñecas, que eso era de niñitas... de maripositas –se seguían burlando.

-¿Y qué si quiere jugar con muñecas? ¿Sabes lo que me gusta a mí? ¡Golpear los traseros de niños bonitos como tú! -

Ah sí, se me había olvidado decirle que la otra razón por la cual las tías del kínder dejaban que me quedara sola en un rincón, es porque solía pelear con los otros niños. Sí, todavía recuerdo cuando le metí un crayón por la nariz a Luís Reyes. Entró amarillo y salió rojo. Pobrecito, tuvo que estar un mes con un parche.

En fin, ese día me di cuenta que Tomás sería mi mejor amigo para toda la vida, y es que no ha habido nunca nadie que se preocupe tanto por mí como lo hace él. Cuando mi mamá olvidaba mi cumpleaños, siempre recibía un pastel y un regalo de mi bebote. Así le gustaba que le dijera en la intimidad.

Hubo un tiempo que pensé que estaba enamorada de él, sin importarme que fuera evidentemente gay, pero con los años me percaté que era algo mucho más fuerte que eso, que lo amaba como si fuera mi hermano, mi alma gemela.

Después fuimos al mismo colegio, y seguimos pasando los recreos juntos. Los chicos lo molestaban, por lo que yo me autoproclamé su protectora. Persona que se atreviera a reírse de él, yo le golpeaba.

-¿Vas a estar bien? –me preguntó.

-Sí, no te preocupes, solo me suspendieron por un mes. No sé por qué se alarman tanto porque le corté el pelo a Anastasia, si igual le va a crecer –

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