En el interior de un orfanato...

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Un chaval miraba a sus compañeros mientras las trabajadoras del comedor iban sirviendo una sopa insípida que apenas contenía algo aparte de agua y unos garbanzos sueltos. El invierno no daba cuartel a absolutamente nadie, ni siquiera a aquellas personas que trataban de ayudar a los más desfavorecidos. Todos en este lugar estaban en condiciones similares. Una comparativa a perros famélicos sería ideal. No saltaban en el plato de su allegado por miedo a ser castigados, pero saben las Qlifas que cualquiera de los presentes lo haría sin pensárselo dos veces, y las mujeres y hombres a su cargo estaban al tanto. La situación era insostenible, y hasta ellos, los mayores, tenían que recurrir a comer lo que los demás. La nieve se apilaba en la puerta y las malditas raciones y recursos prometidos no llegaban.

Las puertas del comedor rancio y viejo se abrieron de par en par, y personas ataviadas de la misma manera se adentraron en la habitación a la misma marcha, como si hubieran practicado esto infinidad de veces. Un hombre alto, con una sonrisa ladina, de pelo gris a juego con sus ropajes y con unas gafas que le tapaban los ojos, dió un par de pasos al frente, alzando ambos brazos abiertamente.

-"¡Regocijaos, pequeñas y pequeños! ¡El día prometido ha llegado!"

Tras esto, se giró hacia los cuidadores y les entregó una tablilla con varios papeles adjuntos, y mientras estos los iban leyendo, sus caras se iban palideciendo más, y cuanto más pálidas sus caras, más amplia era la sonrisa del caballero en gris.

-"P-Pero... Señor, esto es-"

-"Shhh... Caligula. ¡Doctor! Caligula. ¿Veis? Lo pone justo ahí. Y ahora con vuestro permiso... ¿Qué digo? ¡Si lo acabáis de perder! Bien, continuaré con mi discurso."

El doctor Caligula separó a los huérfanos y huérfanas en dos grupos, aquellos sanos y por encima de 12 años, y todos los demás. El chaval seguía contemplando toda la situación desarrollarse, en completo silencio. En el discurso, el doctor, entre otras muchas cosas, prometía cobijo, calor, y comida para todos aquellos que se llevase consigo, y en su cabeza sólo resonaba algo. "Por favor que me escoja a mí."

Para su sorpresa, pasó la comprobación médica. Estaba algo desnutrido, pero no tenía ningún síntoma o enfermedad conocida, y sus capacidades físicas se encontraban en un estado aceptable. La sonrisa del pequeño era incontenible. Ahí arriba habían escuchado sus plegarias, y los propios hombres de la Iglesia, como si de mismísimos ángeles se tratasen, le sacaron de aquel lugar tan destartalado. No fue el único en abandonar el orfanato, en el camino hacia su nuevo hogar le acompañaban otras 9 caras que reconocía mínimamente, todos mayores que él, menos uno, que compartía su edad.

El brusco agarre y empujones de los hombres y mujeres de las Qlifas al llegar al lugar indicado poco tenía que ver con la delicadeza inicial usada para ayudarles a salir del orfanato. El caballero gris esperaba a los jóvenes con una amplia sonrisa en lo que parecía una puerta trasera. El edificio se alzaba imponente ante los ojos del pequeño, que miraba esta construcción de piedra firme, y su torre que rajaba las nubes bajas que acompañaban el día frío. En lo alto de esta, se hallaba una campana, de color dorado, que desentonaba con todo el conjunto.

Distraído por sus alrededores, no se dio cuenta hasta que fue demasiado tarde de que estaba frente al doctor, que le estudiaba detenidamente.

-"Hmmm... Tú serás... Tobías. Tobías Expósito. Significa "Dios es bueno". Y verás que es muuuy bueno con los que se portan bien. Tienes cara de niño bueno, Tobías, ¿Verdad que nos vamos a llevar bien?"

Tobías se estremeció ante esa última frase, con sus mejillas siendo estrujadas por la mano fina y firme del hombre, que acompañada por el toque frío que poseía, le daba la sensación de estar siendo acariciado por un equipo de cirugía. El niño asintió lentamente, con incertidumbre en sus ojos de color verde aceituna, y el doctor le revolvió el pelo como respuesta. Ese pelo castaño que le llegaba hasta la nuca pues no podía cortarlo con mucha frecuencia. Le entregó una pequeña golosina, e indicó con la cabeza a aquella persona que le tenía preso con gran fuerza del brazo izquierdo que podía pasar. Tras eso, ambos se adentraron en el edificio y el joven pudo notar un cambio de temperatura muy agradable. Era como si hubiera una gran chimenea caldeando el lugar al completo.

El interior del inmueble se dividía en una serie de galerías y pasillos que interconectaban 5 grandes áreas. Conforme iban avanzando hasta el fondo del lugar, Tobías pudo ver que se dividían en comedor, aula de clases, biblioteca, una zona de alto rendimiento físico con aparatos que no alcanzaba a entender, y por último la zona de descanso, que contaba con un reparto de habitaciones comunales y 5 literas por cada sala.

Le llevaron a rastras hasta la primera habitación, donde estaban esperando el resto de compañeros, y una vez allí lo empujaron dentro, cerrando la puerta a sus espaldas. Hubo unos segundos en los que el silencio reinaba en el lugar, interrumpido de forma ocasional por el crujir de la madera a sus pies, un avance del suelo de tierra y barro al que estaban acostumbrados. Todos se miraban entre sí, confusos. Al cabo de unos minutos, entró por la puerta, cortando la tensión cual cuchillo, el doctor. Calígula se ajustó las gafas y sonrió.

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