Indefensa.

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Un día intenté verme en el espejo, pero ya no me reconocía a mí misma.

Ya había tocado fondo, el fondo más oscuro de mi vida, llegando al colapso nuclear que podría acabar conmigo; sin embargo, yo seguía excavando.

Entonces intenté verme al espejo sin odiarme, y la sorpresa que me llevé fue inesperada, ya que el reflejo que me regalaba el espejo con la etiqueta de que era yo, me parecía nada más que irreconocible: esa no era yo.

Pero aun así aquel cuerpo captaba mis movimientos a la perfección  e incluso tenía los mismos gestos. ¿Qué había cambiado? ¿Por qué no era yo?

Y la respuesta tal vez sea que la persona en que me había convertido no se sentía amada, ni se veía feliz.

Todo lo que el espejo me daba era una vil mentira, una fachada. 

Porque intentaba comerme las mentiras y vomitar las verdades.

Intentaba aparentar y camuflarme en el ambiente, para encajar en un lugar que no merecía.

Y es que me había hecho pequeña solo para encajar en pequeños espacios, merecía más. 

Merecía un lugar más grande, único y especial. Merecía dejar de acoplarme a los lugares que pensaba eran para mí.

Y lo más importante, merecía ser amada.

Amada tal vez como en el cine, donde las familias tienen problemas, pero buscan soluciones y sanar heridas; donde los amigos se quedan y aceptan las pequeñas diferencias; donde los novios comprenden y no solo esperan que se acoplen a sus horarios, a ellos mismos.

Y merecía amarme sin objeciones ni prejuicios. Que mi manera de amarme no fuese escandalosa para los demás.

Y aunque así hubiese de quererlo, amarme era difícil porque seguía siendo un maldito camaleón intentando camuflarse para no ser cazado. Seguía habiendo prejuicios a la hora de amarme de a manera en la que me venía en gana. Seguía recibiendo mierda de todas partes. Seguía habiendo una estructura y meta de perfección, inalcanzable para cualquiera.

¿Había yo de merecer aquello, hasta el punto de no reconocerme? ¿De odiarme?

Aquella noche entonces me fui a una cama diferente a la mía, sola, e intenté tragarme la mentira de que todo iba bien, o que lo estaría.

Pero quería pasar por alto el ruido de mi mente maquinando, colapsando.

Entonces todos mis muros se desplomaron y yo quedé indefensa.

Cuando dejes de recordarme. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora