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DÍA 1 - VENDEDOR AMBULANTE
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Doflamingo era conocido en todo el reino.
Como caballero errante, se dedicaba a tomar encargos de la gente a cambio de unas monedas, hospedaje o comida. Los encargos podían variar: desde traerle una jarra de leche a una señora mayor para hornear sus pastelitos hasta traerle la cabeza cercenada de un ladrón al rey.
Doflamingo era un tipo... multifacético.
Ahora se encontraba caminando por el amplio sendero de una colina adornada con algún que otro árbol. El sol ardía con amabilidad, reflejando sus rayos en la armadura del rubio caballero.
—Ya estoy a medio camino de volver a la posada —suspiró.
La vida de un caballero errante era dura, tediosa y ardua, pero era la única forma en la que podía ganarse la vida y seguir manteniendo su libertad; sin ser un esclavo a tiempo completo del rey o de cualquier otro.
Entre la maleza, llegó a sus oídos el familiar sonido de ruedas de madera sobre la tierra. Se detuvo y se giró para observar a un hombre que ocultaba su rostro y cuerpo con una capa oscura. Encapuchado, solo podía vislumbrar su tétrica sonrisa mientras avanzaba, arrastrando un carruaje de madera, simple, con sus propias manos, como si fuera un caballo.
¿Desde cuándo estaba detrás de él? Lo habría tenido que oír o ver, puesto que no iba tan rápido, ni era tan silencioso. Aquello le hizo achinar los ojos, sospechando de aquel extraño.
—Saludos, caballero —habló el extraño—. ¿Os puedo ser de ayuda? —Detuvo su carruaje para abrir unas puertecitas que revelaban un armario lleno de pócimas y objetos extraños—. Sentíos libre de mirar y tocar..., aunque lo que rompa, debe pagar. —Rio, y Doflamingo lo tomó como una señal de no acercarse demasiado.
