Hace ruido y nos despierta. Ese sonido tan familiar ya lo conocemos, nos indica, que ya comenzó el juego y hay que levantarse de la cama.
Después de un baño, un café, una camisa y de un beso de despedida de la persona que nos estará esperando de regreso. Te encuentras en la calle, tomas el metro o quizás una camioneta, pero si tenemos auto todo se nos hace más fácil.
Das un reporte, luego almuerzas. Te das cuentas que el día va por la mitad, ahí llegan los pensamientos inconclusos. El vacío de soledad que llevas en el pecho, se vuelve abismar de repente. Despiertas del mundo surreal y vuelves a contemplar que estás en otro reporte, pero esta vez en medio de una reunión.
Vas saludando despacio porque te estás marchando y piensas en una sola cosa, en algo que buscas y no encuentras.
Caminas y vas comprendiendo que hay muchas personas distintas en la calle, que nadie es igual a nadie y que si nos confundimos con ese tema, fue un simple reflejo lo que observaste.
Llegas exhausto y de nuevo te encuentras en tu cama, tratando de asimilar el día que tuviste. Sin alguna distracción que valga, como un trago, un desvío inesperado o un beso de una persona errónea. Solo admiras la imagen del techo por última vez, antes de cerrar los ojos.
Es ahí donde comienza la diversión, me adentro en lo más profundo de los sueños y te veo. Te tomo de la mano con delicadeza, y descubro que el mundo de afuera es una vil mentira, porque allá, no logro tenerte y aquí somos felices.
Vuelve hacer ruido y otra vez regreso a la cancha.