Amor Infinito

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Carla caminaba con paso firme y seguro por las calles de Londres. Aquella ciudad a la que tanto le había costado adaptarse, pero a la que poco a poco había empezado a ver como su hogar. Recientemente había adoptado una tradición y es que al igual que cada tarde desde hacía dos meses, llegó al parque que quedaba a la vuelta de su edificio y se ubicó en la misma banca de siempre, acomodó sus cosas a un lado y sonrió al fijarse en ella.

Un mes luego de haber llegado de Madrid, empezó a presentar algunos malestares, pero al comienzo hizo responsable a la tristeza y a la soledad que la embargaba desde que se había marchado en silencio de casa de Samuel. Con el paso de las semanas y al ver que no mejoraba, acudió al médico, donde le dieron la noticia que menos esperaba en ese momento: estaba embarazada.

Le tomó varios días asimilar aquella información. Tanto ella como Samuel habían sido descuidados; pues mantuvieron relaciones sexuales y él jamás utilizó preservativo, aunque ella tomaba pastillas y casi nunca fallaba, pero... ¡joder! Las había olvidado aquel día que ese alocado castaño al que pertenecía su corazón la fue a buscar al aeropuerto para tratar de convencerla de quedarse y cuando su vuelo se retrasó, le ofreció pasar unas horas con él para intentar arreglar o darle un mejor final a esa historia que había quedado inconclusa con un beso en la mejilla y una promesa vacía. Empezaron con "el juego de la verdad", el cual no duró ni diez minutos, pues la ansiedad les pudo más y terminaron follando como locos por casi tres horas.

Seis meses habían estado separados, viéndose de lejos con tristeza, sosteniendo la mano de otros a los que no querían o estaban obligados a seducir y que les bastó estar solos unos cuantos momentos, bebiendo algunos tragos, tentándose con las palabras, miradas fugaces y sus cuerpos semi desnudos para demostrarse con acciones todo lo que se habían extrañado, aunque aquel arrebato había hecho que Carla olvidase la píldora del día y aquel embarazo había sido el resultado de su apasionado encuentro.

Victoria, su bebé, acababa de cumplir tres meses de vida. Había sido la mayor sorpresa a sus cortos diecinueve años, pero al mismo tiempo, la alegría más grande que podía tener. La niña era preciosa, su escaso cabello era una mezcla entre castaño y rubio, con los ojos verde esmeralda iguales a los de su madre y la inconfundible sonrisa de él, cosa que la hacía derretirse cada vez que la pequeña se la regalaba.

Carla la amaba con todo su corazón; realmente la había querido desde el primer momento que supo de su existencia. En ese tiempo que recién empezaba su vida en Londres, se sentía sola y confundida, pero la llegada de Victoria fue el motivo por el que se aferró a la vida y renacieron sus esperanzas de que todo iba a mejorar. Aquella niña era el triunfo que había surgido producto del amor más grande y de ahí había salido su nombre, porque desde el principio representaba que ese amor había ganado y ella sería la prueba viviente.

La bebé emitió unos cuantos balbuceos que hicieron sonreír ampliamente a Carla y después de extender una manta sobre la hierba, la sacó del coche y se sentó con su hija en brazos. La acomodó sobre sus piernas y como todos los días, Victoria empezó a mirarlo todo con curiosidad, a la vez que se llevaba el puño a la boca. Se quedaba embelesada viendo a su madre y le regalaba las sonrisas más dulces y sinceras que ella había visto en toda su vida.

Con su móvil colocó un poco de música clásica para bebés. No era su tipo favorito, pero la había escuchado durante todo el embarazo, sobre todo, cuando la bebé se mostraba inquieta en la barriga y eso la tranquilizaba de isofacto, aún después de nacida, aquellas canciones surtían el mismo efecto en la niña y por eso las tenía siempre a la mano.

-Qué bonito está hoy el cielo, ¿eh, Victoria? –Le preguntó como si la pequeña pudiese entenderle y volvió a derretirse al verla esbozar una pequeña sonrisa ladina. Cada que hacía ese gesto su corazón se aceleraba, pues se le hacía igual a Samuel, era impresionante la cantidad de gestos que su hija le había heredado, por lo que cada que la veía, se sentía culpable de estar manteniéndola en secreto de todo y todos.

One Shots - Carmuel/ITZER Donde viven las historias. Descúbrelo ahora