1

4.3K 96 0
                                    

Harry Styles estaba recostado indolentemente sobre una tumbona en la cubierta de su yate bajo el sol mediterráneo de España, con la vista puesta en la bahía de San Esteban. Sentía un agradable hormigueo de satisfacción bien merecida al ver la urbanización terminada, después de dos años de intenso trabajo. Además, el negocio había salido redondo, permitiéndole multiplicar por diez el dinero invertido.
La empresa inmobiliaria que había heredado inesperadamente de su padre hacía cuatro años iba viento en popa, reflexionó despreocupadamente. La obtención de beneficios cada vez mayores se había convertido en un interesante pasatiempo para él. Quizá eso explicara por qué el proyecto turístico de San Esteban había tenido tanta importancia en su vida. Partiendo de la idea inicial de un viejo amigo, Liam Payne, ambos habían mimado todos los detalles del plan para construir la más moderna y lujosa colonia de chalets ajardinados, con puerto privado, hotel de cinco estrellas y campo de golf, en un marco natural incomparable.
La belleza y elegancia de las villas que salpicaban la colina había despertado inmediatamente el interés de la alta sociedad internacional, deseosa de encontrar una nueva ubicación donde esconderse de las revistas del corazón, disfrutando de todas las comodidades. Las casas ya albergaban a sus nuevos propietarios y el puerto estaba lleno de yates relucientes.
Después de haber pasado dos años en San Esteban, Harry no sabía qué hacer a continuación. Al cabo de una semana, tendría que soltar amarras. El barco se dirigiría hacia el Caribe para esperar a su hermano Nikos, que llegaría de luna de miel al cabo de tres semanas, junto a su flamante esposa, para pasar unos días en el yate. Sin duda, había llegado el momento de cambiar de aires, pero se sentía remolón. Se preguntó si sería conveniente volver de nuevo a Atenas para enfrentarse con la jungla urbana donde residía su familia. Ese simple pensamiento lo inquietó y se removió, agitado, en la tumbona.
-Es preferible que montemos la fiesta en el puerto, donde la gente tenga suficiente espacio para reunirse -dijo una suave voz femenina filtrándose a través de la puerta del amplio camarote que servía como sala de reuniones-. Se trata de celebrar el renacimiento de San Esteban y de dar las gracias a todos los que han trabajado en el proyecto. Creo que lo mejor es ofrecer un cóctel en el restaurante del club marítimo y sorprender a todos con unos espléndidos fuegos artificiales desde el mar en cuanto caiga la tarde. Lo llamaremos el bautismo de San Esteban y cada año organizaremos un carnaval ese mismo día.
Harry sonrió, relajado. Le gustaba la idea del «Bautismo de San Esteban». Le gustaba Diantha, podía disfrutar sin reparos de su compañía porque era una mujer tranquila, capaz y muy eficiente. Todo lo resolvía sin molestarlo en absoluto con los pequeños inconvenientes que, invariablemente, surgían. Esa mujer le convenía, sintonizaba perfectamente con su forma de pensar. Estaba casi seguro de que acabaría casándose con ella.
No podía decirse que la amara. Él ya no creía en el amor. Pero Diantha era guapa, inteligente y buena compañera. Además, todo indicaba que también podría ser una buena amante, aunque Harry, aún no lo había comprobado personalmente. Era griega, como él, tenía fortuna propia y, en sus relaciones personales, siempre se había mostrado comprensiva y poco exigente.
Un hombre como él tenía que tener todo eso en consideración al escoger esposa, se dijo, complacido. Necesitaba sentirse completamente libre para dedicarse a mantener las empresas de la familia por delante de sus fieros competidores. Diantha Christophoros lo comprendía y aceptaba. Jamás rondaría en torno a él gimiendo y quejándose de que trabajaba demasiadas horas, haciéndole sentir culpable. En otras palabras, Diantha sería la esposa perfecta.
Solo había un pequeño obstáculo: Harry ya estaba casado. Por una simple cuestión de honor, antes de iniciar una relación amorosa con Diantha, debía romper los lazos con su esposa. Aunque no se habían visto en los últimos tres años, Harry dudaba de que Isobel estuviera dispuesta a facilitarle un divorcio rápido y fácil.
Isobel...
-iMaldita sea! -masculló poniéndose en pie de pronto. No debía haberse permitido ni siquiera pensar en el nombre de esa mujer. Aunque, con el paso del tiempo, casi había conseguido olvidarla, cada vez que su nombre acudía a su mente, todo su cuerpo se tensaba de angustia. No podía evitarlo.
Se dirigió a la nevera, abrió una cerveza y se apoyó perezosamente sobre la barandilla del yate, con el ceño fruncido.
Esa bruja..., ese demonio... había dejado su impronta sobre él y aún sentía cómo su cuerpo se revelaba al recordarla, aunque hubieran pasado tres largos años. Tomó un sorbo de cerveza. Todavía podía oír la aterciopelada voz de Diantha, tomando decisiones sobre cómo se debería organizar la fiesta de San Esteban, con su acostumbrada eficiencia. Si volviera la vista hacia atrás, podría admirar su perfecta figura, de cabello negro y ojos oscuros, paseando por la sala de reuniones con tanta soltura como si no hubiera hecho otra cosa en toda su vida.
Tomó otro sorbo de cerveza. Sus hombros desnudos ardían bajo el sol mediterráneo y todo su musculoso cuerpo agradecía la cálida caricia. Pero, al recordar a Isobel, sintió una punzada de nostalgia que activó su deseo. Compuso una mueca de desaliento, preguntándose si alguna vez volvería a amar a una mujer como había amado a Isobel. Decidió que, pasara lo que pasara, prefería no tener que volver a sentir una urgencia tan primitiva.
Se habían casado como lo hubieran hecho un par de adolescentes, amándose con una pasión tal, que ambos se habían quedado hechos trizas cuando llegó el momento de la separación. Eran demasiado jóvenes y habían hecho el amor como animales. También se habían peleado y reconciliado con la misma ferocidad hasta que todo se volvió tan desagradable y amargo, que fue mejor tomar caminos distintos.

Fuego en dos Corazones - Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora