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Entró en la habitación, golpeando ligeramente la puerta para advertir de su presencia. Isobel se miró en el espejo, dudando si lo que veía en él le gustaba o no. Había elegido un vestido de seda de color verde jade que se ajustaba a su cuerpo sensualmente, sin ser demasiado descarado, al menos eso esperaba. Las sandalias de tacón alto eran del mismo color. ¿Habría conseguido dejar atrás a la muchacha provocativa sin hacer demasiadas concesiones a las ideas tradicionales de la alta sociedad griega sobre materia de buen gusto?
-¿Qué opinas? -le preguntó a Harry con un leve rastro de ansiedad pintada en sus bonitos ojos.
El no contestó y ella se dio la vuelta para mirarlo. Lo que vio fue un hombre que podría satisfacer las fantasías más elevadas de cualquier mujer. Había descartado el típico traje oscuro a favor de una chaqueta blanca, pantalones negros de seda y una pajarita negra. Su apariencia era tan formidable, que Isobel sintió cómo el centro de su feminidad volvía a emitir las pulsaciones que preceden al clímax. Sus ojos negros la miraron de arriba abajo con expresión posesiva.
-Estás impresionante -dijo él por fin-. Perfecta.
«Y tú también», pensó Isobel mientras Harry se acercaba con la caja de terciopelo negro que ella reconoció de inmediato con un súbito temblor nervioso.
-Ya... ya has ido por ellas -balbució.
-¿Te refieres a las reliquias familiares? -repuso él en tono de guasa-. Corno ves, aquí están -añadió pulsando suavemente el botón de apertura. Durante un instante, permitió que ella admirara las joyas de esmeraldas engarzadas con diamantes sobre platino que tanto le habían gustado antes de que Chloe osara denigrarla: «¿Te ha regalado esas antiguallas? Mi madre siempre se ha negado a ponérselas. Pero, incluso así, son demasiado elegantes para ti».
Los largos dedos de Harry sostuvieron el collar en alto.
-Date la vuelta -ordenó.
-Yo... -musitó ella, incapaz de volver a tocar esas preciadas joyas-. No las quiero, te las he devuelto porque...
-Llevamos dos días dándonos una segunda oportunidad -afirmó él con expresión sardónica- y esto forma parte de nuestra reconciliación. Te las devuelvo. Van maravillosamente con ese vestido, ¿no crees?
-Sí, pero... ,
El collar brillaba entre sus dedos e Isobel lo interrogó con los ojos de forma precavida. El contacto visual con él la hizo sentirse perezosa y estuvo a punto de pedirle que volvieran a la cama y olvidaran la fiesta.
-¿No crees que llevar esas joyas hoy sería como abofetear a tu familia en plena cara antes de que tengan tiempo de asumir que he regresado? Quizá sería mejor esperar un poco...
-Nada de esperas. El hecho es que has vuelto y, cuanto antes lo comprendan, mejor. Tú eres mi preciosa esposa, yo te regalé estas joyas y quiero que las luzcas. Así que date la vuelta.. .
Ella obedeció, dejándose convencer por sus palabras. El collar se acopló a su cuello como si lo hubieran hecho a medida. Él presionó los labios contra su nuca, le dio la vuelta para admirar el efecto y quedo deslumbrado. Después, alargó una mano, tomó el brazalete que hacía juego con el collar y lo encajó en su esbelta muñeca. A continuación le llegó el turno al anillo, que él colocó en su dedo anular, junto al anillo de boda, con una mirada intencionada.
Isobel se estremeció de deseo cuando él le tocó con maestría los lóbulos de las orejas para quitarle los sencillos aros de oro y sustituirlos por los impresionantes pendientes de esmeraldas y diamantes que completaban el magnífico conjunto. Él estaba muy cerca y emanaba un aroma irresistible. isobel apenas pudo contener las ganas de besarlo, desnudarlo y regresar a la cama. Pero cambió de opinión y se dirigió hacia el espejo con un suspiro. No tuvo más remedio que dar la razón a Harry, nadie podría negar que las esmeraldas y los diamantes combinaban perfectamente con el color verde jade del vestido. Buscó la mirada de él en el espejo.
-Sigo pensando que llevar estas joyas hoy es como abofetear a tu familia.
Él pasó un dedo sensual por encima del collar.
-Creo que al regreso de la fiesta voy a pasarlo estupendamente -dijo con tono insinuante, fantaseando con imágenes de su mujer completamente enjoyada, pero sin ropa. Le dio un ligero beso sobre el hombro y ella se estremeció. Él suspiró.
-¿A quién pertenecieron estas joyas antes? -preguntó Isobel con curiosidad.
Harry la miró con expresión burlona y sonrisa perezosa.
-Las esmeraldas fueron propiedad de un pirata venezolano que solía llevar una de ellas en un diente.

Fuego en dos Corazones - Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora